No es una manera de hablar, es una manera de pensar. Mientras Albert Rivera sólo ve españoles, embriagado de patriotismo, Pablo Casado ve una pistola independentista encima de la mesa de la negociación con el Estado. Puestos a hablar de visiones, somos unos cuantos que también vemos otras cosas, tales como los paseos del fantasma putrefacto, eternamente devorado por la ignominia, del general Franco. Lo vemos claramente en el españolismo febril y oímos cómo arrastra las cadenas, las mismas cadenas de Fernando VII, acompañado por los gritos desgarradores de “Muera la libertad y vivan las cadenas, viva el rey absoluto”. El panorama es tan grotesco y temerario como imposible de aceptar. También distinguimos a Gregorio Peces-Barba, repitiendo durante toda la eternidad la famosa frase del general Espartero: “para mantenerla a raya hay que bombear Barcelona cada cincuenta años.” Aquí hay gente con pistola por un lado, y por el otro, gente que lleva lazos amarillos y un cansancio, un hartazgo inmenso, de España.

Aquí hay gente con pistola por un lado, y por el otro, gente que lleva lazos amarillos

Aquí la única pistola que hay encima de la mesa es la pistola de los paramilitares de la Guardia Civil, esas admirables personas que proclamando “el honor es mi divisa”, al mismo tiempo, se ganan un sobresueldo apaleando y reprimiendo a ciudadanos, ciudadanos que les pagamos el sueldo. Aquí la única pistola que hay encima de la mesa es la del ejército español, el que constantemente amenaza con intervenir para abortar la independencia de Catalunya, el mismo ejército español que puso la pistola encima de la mesa en redactarse la Constitución Española, el documento fetiche aprobado a punta de pistola, de bayoneta, de cañón, de misil. Aquí la única pistola que hay encima de la mesa es la que impone una justicia sin garantías, la justicia que pide treinta años de cárcel a Carles Puigdemont y su Gobierno mientras adjudica una celda de 450 metros cuadrados a Iñaki Urdangarin . Aquí la única pistola que hay encima de mesa es una pistola de fabricación española que se exporta para exterminar yemeníes, aquí la única pistola que ve todo el mundo es la que tiene inscrita la conocida leyenda negra, “todo por la patria”.

Desobedecer pacíficamente las leyes no es una pistola, ni tampoco es violencia

Desobedecer pacíficamente las leyes no es una pistola, ni tampoco es violencia. Desobedecer las leyes, por el contrario, es una obligación moral, así lo entendían santo Tomás Moro o Gandhi o cualquier otro campeón de la libertad y del derecho a la discrepancia en la historia de la humanidad. Sólo desde la perversidad, desde la más necia intoxicación de la opinión pública, se puede acusar de violencia a la víctima mientras se empuña alegremente una pistola. “No me obliguen a hacer lo que no quiero hacer” dijo sádicamente Mariano Rajoy antes de enviar a Catalunya diez mil personas armadas con pistolas. Sólo el maltratador perverso se atreve a pensar que, en realidad, la víctima es la responsable del uso de la fuerza, la responsable de un castigo ejemplar. Sólo el maltratador se siente víctima para justificarse y sólo el maltratador ve violencia en el pacifismo. El españolismo, si quiere tener alguna posibilidad de pervivencia, debería buscar otros argumentos que no fueran la amenaza, la intimidación, la venganza y las palizas policiales. Debería buscar alguna idea sana y compatible con la justicia. Y no, ninguna ley en el mundo dice que la desobediencia a la ley sea violencia. De hecho, este argumento no sólo es absurdo, también es completamente ilegal. En realidad, todos los códigos penales del mundo distinguen delitos con el concurso de la violencia y delitos sin violencia. Los delitos sin violencia no son violencia. Por lo tanto, calificar de violencia lo que no lo es, eso sí es ilegal, va en contra de la ley. Los fundamentos internacionales del derecho no dependen de los perversos juegos de palabras del nacionalismo español, de su manera de razonar, de hablar por hablar.