Ahora que es verano he podido ver al Muy Honorable Artur Mas en bañador, montado en un yate. Diríase que hace vacaciones mientras que otros no las hacemos, porque mira tú, este mundo traidor es muy injusto. Y tampoco vale aquí el resentimiento social, a ver si ahora será culpa de Artur Mas que algunos, muchos, bastante gente, eso no lo sé, no hagamos vacaciones porque no podemos. No se puede. Y tampoco sé si este exhibicionismo estival, tal y como está la economía, tal como está la popularidad de los políticos en general y la del presidente en particular, tal como el movimiento independentista está detenido, entre unos y otros, no sé yo, digo, si este exhibicionismo en yate, si esta obsesión por el baño mediterráneo, es la imagen que necesita el Muy Honorable presidente Mas. Máxime cuando la caja de solidaridad de las entidades independentistas ha terminado de pagar los 4,9 millones de euros que el Tribunal de Cuentas español exige a Artur Mas, Irene Rigau, Joana Ortega y Francesc Homs por la organización de la consulta no vinculante del 9 de noviembre. Una vez satisfecho este capitalito de nada parece ser que los cuatro represaliados recuperarán sus propiedades privadas embargadas, podrán disponer de lo que es legítimamente suyo. Por lo menos, hasta que los poderes del Estado quieran, porque parece claro que en cualquier momento pueden inventarse un nuevo delito, una nueva excusa, un nuevo abuso de autoridad para desplumar a conciencia a los principales dirigentes de aquella fecha histórica. Cuando el independentismo político caminaba junto y los partidos no se mataban a cada momento entre sí. Parece mentira, qué tiempos aquellos.
Tampoco estoy muy seguro de que esto de la caja de solidaridad, que han llevado adelante la ANC y Òmnium, sea muy útil para el independentismo. Para los interesados no hay duda ninguna. Pero ¿por qué debe existir una caja de solidaridad que lo que está haciendo, en realidad, es trasvasar casi 5 millones de euros de manos independentistas a las manos del Estado represor? El dinero es poder, libertad de movimientos. Las cajas de solidaridad o cajas de huelga tenían, históricamente, el fin de asegurar que los huelguistas pudieran comer durante el tiempo que se negaban a trabajar y, por tanto, no cobraban ninguna semana. En la célebre huelga de la Canadiense de 1919 los trabajadores se organizaron muy bien. Además de una caja de solidaridad se creó un banco de alimentos y de carbón para que los hogares de los huelguistas no se quedaran sin pan y sin calor. Los disconformes con la empresa conseguían de esta manera fortalecerse y resistir bien, mucho mejor que sus rivales. La estrategia de desgaste económico era suicida para los empresarios los cuales, en definitiva, tuvieron que ceder a las exigencias de los trabajadores. Con la innovadora caja de resistencia que ahora han inventado los dirigentes del ANC y de Òmnium el desgaste es sólo para el independentismo y no para el Estado español. Es una caja de solidaridad que no sirve para continuar hacia lucha sino para precipitar la rendición que algunos ya han empezado a diseñar. Y la estrategia que tiene ahora el españolismo es la de empobrece r atoda la clase política independentista para que acabe arrodillándose. Me temo, sin embargo, que las personas que se han rascado el bolsillo para llenar la famosa caja no tienen ninguna intención de arriar velas con esto de la independencia. Y pido perdón por haber hecho, una vez más, una metáfora marinera hablando de Artur Mas el navegante, de Artur Mas, el que no puede dejar de navegar.