Me escribís, ávidos, temblorosos, como si fuera yo vuestra novia y, encima, me escribís largamente y me pedís muchas explicaciones y detalles. O me llamáis, que ya me habéis llamado al gran auricular, con la mascarilla puesta, al móvil que pita cuando quiere, también automóvil pues y también disidente, a su manera disconforme, y que seguramente será la primera de las máquinas que se nos rebele como Espartaco en Capua. Otros buenos amigos, más valientes, me paran por la calle, me llevan al lugar apartado de los conciliábulos, me abordan en las terrazas, en el transporte, en la cola del ambulatorio, y nunca preserváis la distancia social, cabrones. He hecho la penitencia del silencio todo el tiempo que me habéis dejado, todo yo, entero, me he contraído en silencio, pero es que no paráis. Quisiera hacerme comprender. No, no es que parezca que el amado presidente Carles Puigdemont no esté. Es que hace días y más días que ya no está. Esta es, de hecho, la noticia y aquí se acaba el mensaje. Las personas, los humanos, tienen la resistencia que tienen y quizás sería bueno que dejáramos de enfrentarnos entre nosotros. Muchas gracias a todos, muchas gracias al bandolero Rocaguinarda, a los insurrectos Carrasclet o a Carrasco i Formiguera, que mantuvieron la llama hasta que se hizo tan pequeña que ya no quemaba más. El Molt Honorable Senyor Puigdemont nos convocó en Perpinyà un 29 de febrero de 2020 para decirnos que nos preparáramos, redoble fuerte de los tambores, nos advirtió que teníamos que estar muy bien preparados. Y Clara Ponsatí y Toni Comín recordaron que nuestra causa es noble, que tenemos nuestra razón, toda nuestra razón y que decir que somos hijos de Cataluña es como decir que somos hijos de la injusticia. Y se vio claro que éramos muchos. Todo el mundo se dio cuenta de que la fuerza discrepante de Cataluña es inmensa, que la capacidad de sacrificio, de ilusión, de trabajo, de continuidad de nuestro pueblo es formidable. Y un escalofrío recorrió el espinazo de los más valientes.
Ya que los presos no podían salir los no presos han acabado entrando. Si no en cuerpo, en alma.
Por arte y gracia de la pandemia coronada parece que todos los políticos independentistas de Cataluña se hayan confinado en Lledoners, bien abrazados con los presos políticos. Cualquier monje habría considerado que se pasaban de la raya, pero en fin, ya somos todos mayores de edad y cada cual ha hecho lo que le ha parecido mejor. En la práctica, la mayoría de los políticos separatistas se han autoencarcelado y han dejado pasar el tiempo, a ver qué. Imponiendo aquella política oportunista de Mariano Rajoy, consistente en que el tiempo nos arregle lo que, entre todos, somos incapaces de resolver. Pronto se vio claro que el movimiento independentista no podía ser dirigido desde una prisión masculina —la política catalana hace proclamas feministas, pero no se las cree—. De modo que, al final, la fuerza de la inercia ha conseguido justo lo contrario de lo que se pretendía. Se ha conseguido una despampanante y renovada versión de La cage aux folles. Ya que los presos no podían salir, los no presos han acabado entrando. Si no en cuerpo, en alma. Si no por convicciones, al menos perseguidos por el chantaje moral y por el victimismo. Durmiendo en casa, eso sí.
La honorable Laura Borràs y sus seguidores parecen, al menos hoy, al menos por ahora, al menos mientras escribo este artículo, los únicos que dentro del independentismo político quieren retomar la iniciativa y hacer posible la continuidad de la disidencia política, ahora ya sin Carles Puigdemont. Borràs es el único proyecto político y personal que hay para los miles y miles de abandonados de Perpinyà, y el president Puigdemont ha vuelto a equivocarse al no adherirse a la voluntad mayoritaria de los votantes independentistas. Un personal que ha votado a Borràs porque Puigdemont no se ha dejado votar, ni telemáticamente, ni con ouija ni con nada. Y que adoran y que amarán siempre a la figura histórica del presidente irreductible, pero que no han llegado hasta aquí, que no han protagonizado el primero de octubre del 17, que no han hecho las movilizaciones más masivas de toda Europa para terminar apoyando a un espontáneo como Damià Calvet. Si hemos de entender que, humanamente, Puigdemont tiene un límite, el pueblo también lo tiene. Mientras la CUP continúe refugiada en su insignificancia electoral y ERC vaya explorando y explorando, de la mano de Arnaldo Otegi y Pablo Iglesias, la enésima aventura federal española, Laura Borràs encarna la herencia del primero de octubre