El Muy Honorable señor José Montilla, el president Montilla que tenía que demostrar que la integración castellanohablante siempre es un éxito y que en Catalunya todo el mundo es igual, acaba de hablar. Y ha dicho que la culpa del retroceso del catalán es cosa del independentismo, porque parece que los independentistas sólo hablan en la lengua del Patufet, o lo que es lo mismo, que los castellanohablantes partidarios de la independencia no cuentan, que los Justo Molinero, que Paco Ibáñez, Antonio Baños, Chema Clavero y Eduardo Reyes no son representativos de nuestra sociedad mestiza. España no les tiene nada en cuenta y todo el mundo sabe por qué. Y lo que es lo mismo: que los catalanohablantes como Xavier Sardà, Joan Manuel Serrat, Albert Boadella, Arcadi Espada o Miquel Iceta tampoco son representativos de nada, porque España, tan étnica ella, tan sutil ella, no los considera catalanes de verdad. Como ocurre en el Congreso español, donde solo consideran catalanes a los diputados de partidos independentistas. De modo que, para el imaginario españolista, los catalanohablantes simpáticos, los partidarios de España, los buenos españoles, los que responden al tópico de la grasia y el salero no son contabilizados como habladores del catalán. Porque aquí el etnicismo es un caldo españolista, sólo hay una forma de ser español y es a través de la lengua y cultura castellanas, marginando hasta la desaparición a todos aquellos ciudadanos -y contribuyentes- que tienen como lengua referente el catalán, el gallego, el vasco, el asturiano, el aragonés o el aranés. Estos son ciudadanos de segunda categoría porque sus derechos como minoría nacional y cultural nunca son respetados.
Ahora dejemos estar, por un momento, qué autoridad tiene el president Montilla para hablar de sociolingüística, de la credibilidad que tiene este político endémico para hablar de una cuestión tan complicada como el mantenimiento de la lengua catalana como experto. Un poco sí recuerda el derecho abusivo que tenía José María Aznar al hablar de ingesta de vino combinada con el automovilismo o el atrevimiento de Mariano Rajoy al mencionar al misterioso clima de Sevilla para negar el cambio climático. Hay políticos que se atreven con todo. A Montilla no se le menosprecia por haber nacido en El Remolino, Iznájar, Córdoba, pero ya casi Antequera, como si dijéramos. Montilla hace reír mucho pero por otros motivos, y es por lo que dice y por lo que hace, pero nunca por ser un nuevo catalán. De hecho, en un momento determinado pareció un personaje interesante, tan misterioso y casi bíblico, destinado a un gran futuro. Una especie de pequeño Moisés rescatado de las aguas cuando el azar inundó la cortijada donde vivían sus padres. El generalísimo Franco inauguró allí el más formidable pantano del régimen, el llamado lago de Andalucía que le dejó sin casa. Se perdieron tres mil hectáreas y por eso se indemnizaron a los propietarios con 350 millones de pesetas de aquel tiempo. No sabemos si ya recibió entonces la primera subvención de dinero público.
Lo cierto es que Montilla mantiene la oficina de antiguo presidente de la Generalitat mientras se dedica a los negocios del gas, como hacen también Putin y el emir de Qatar, pero pagando el pueblo catalán. Así demuestra una evidente falta de criterio y de sentido político, como cuando se atrevió a comparar la votación del Primero de Octubre de 2017 con los referéndums de Franco. Probablemente, porque el franquismo sea el único referente histórico que conoce en profundidad y el presidente quería demonizar la participación política de un pueblo del que desconfía. A José Montilla, que siempre ha rechazado catalanizarse el nombre de pila, en rigor, la lengua catalana le ha parecido un estorbo y su talante ha contribuido negativamente, como un nítido contraejemplo. Si es verdad que vive en Catalunya desde los 16 años, ciertamente la fonética catalana todavía no la ha conocido, como tampoco la de su tierra de origen, la comarca de la sub bética, de Iznájar concretamente, donde los hermanos Cristóbal y Luis de Castro han sido consagrados como referentes venerables del andaluz. Qué diferencia.
Montilla es de esos andaluces descafeinados y asimilados al insípido castellano del telediario, un político que solo ha servido a su propio proyecto personal proyectado hacia el poder y las influencias. Ciertamente, su presencia plúmbea y anodina fue muy estridente en la feria internacional de Frankfurt, en 2007, donde Quim Monzó dijo polla en un precioso gesto de textualismo anarquizante, en contra de aquel insoportable ejercicio de hipocresía. No decir nunca nada no siempre te hace parecer sabio. Daba lástima ver al president Montilla con ese trocito de cartulina al lado, con la chuleta salvadora que le había preparado algún negro, por si debía escribir alguna frase protocolaria en catalán, como máximo representante de la Generalitat de Catalunya. De hecho, nunca se preocupó por la lengua propia de Catalunya hasta que le hicieron presidente para fastidiar a Pasqual Maragall. Al menos cuando Eduardo Zaplana llegó a la presidencia de la Generalitat Valenciana, tuvo la decencia de no querer aparentar lo que nunca había sido. Catalanista.