l famoso muchacho Miquel Montoro Fons, de Sant Llorenç des Cardassar, ha decidido crecer, apedrear él solito al ave de los temporales y dar buenas patadas. Una directamente a la rueca de la Balanguera y otra a la bandera de la juventud, la que la vieja nos tenía tejida con tradiciones y esperanzas. Sí, esa, esa. No podía sentarle bien tanta fama en internet, y ya ven, poco después de que el microfonista Jordi Basté le visitara sin entenderle demasiado, se nos ha vuelto fugitivo, ahora se expresa en español en la red, con lo que nos gustaba este niño mallorquín. La deserción se ha hecho entre el alegrón de los españolistas castellanos, unas personas que consideran que se debe proteger al lobo de Félix Rodríguez de la Fuente pero que hay que acabar con la lengua catalana de una puñetera vez. Porque la lengua siempre fue compañera sexual del imperio, y porque continúan donde estaban hace más de quinientos años, que eso le dijo el gramático Nebrija a la reina Católica. No, los idiomas no son simples herramientas de comunicación como dicen algunos sino que, sobre todo, son poderosas herramientas de identidad. Esto es tan absurdo como pretender reducir al coño y al carajo a simples herramientas de reproducción cuando en realidad son mucho más que eso, cuando son imanes, útiles sagrados que nos proporcionan un fabuloso tesoro de identidad. No sé si en Sant Llorenç des Cardassar hablan de estas cosas con Miquel, ahora que ya se nos está haciendo mayor. Pero la identidad es la principal preocupación de los seres humanos de nuestra época, una vez llenado el buche.
La lengua es poder y las conoceréis por el poder que tienen
Gabriel Ferrater, para responder el cuestionario Auden, describió su idea del paraíso con determinadas características muy bien definidas, y una de muy destacada era la que tiene que ver con la lengua, que es identidad. El origen étnico de los pobladores del edén debía ser indefinido, con el máximo grado de exogamia para que nadie pudiera descubrir virtudes raciales. Y de lengua, pues bien, tendrían que tener dos, concretamente: “una para los hombres y otra para las mujeres. Para los hombres algo así como el vasco o el finés. Para las mujeres, el catalán sería lo más cómodo, pero cualquier lengua románica me sirve. La comunicación entre los dos sexos, mediante una escritura ideográfica”. Esta utopía me gusta mucho, se parece bastante a la que Pierre Louÿs imaginó en Les Aventures du roi Pausole, una fantasía erótica situada en la Catalunya más secreta. La lengua es poder y las conoceréis por el poder que tienen. Cuando la lengua chasquea, cuando se suelta, te puede venir el psicólogo y desnudarte de una vez o el juez a tocar la campanilla antes de ponerte a la sombra. No seáis tan fariseos, por favor, a ver, que lo que os fascina del inglés es la colosal fuerza atlántica que demuestra y no la gran cultura que trae detrás. Si fuera por cultura estudiaríais latín y griego, pero me estudiáis inglés porque el inglés manda, como mandan el español y el chino, como manda la mayoría sobre la minoría. La lengua es poder, por eso lo auténticamente importante no es lo que habla una pobre abuelita perdida por ahí arriba, por el Pirineo, lo importante es lo que habla —y cómo habla— la imponente belleza en una discoteca, aquí, en la tierra baja. Miquel Montoro nos gustaba porque era el héroe de una especie de National Geografic catalán, la terca pervivencia de un catalán genuino, intenso, en un adolescente que no tiene mucha cara de frecuentar la mala vida moderna, ni que estuviera pendiente de la tiranía de la moda. El muchacho era, sobre todo, una alternativa plausible al catalán mejorable, azucarado y políticamente correcto de los medios de comunicación públicos de Catalunya y Baleares. Al catalán relamido de las canciones de los Manel.
Tiene razón Montoro, en español podrá tener más seguidores, eso ya lo veremos, pero con el cambio perderá, con el cambio ya ha perdido, a los seguidores catalanes. Su español es contrahecho, sietemesino, ridículo, impotente, viejito. La fascinante lengua española es otra cosa, es mucho más palpitante, mucho más auténtica. Como si dijéramos, la diferencia que hay entre el español de Mario Vargas Llosa y el de Miquel Montoro es más o menos la misma que hay entre el Montoro catalán y el Montoro español. Todo el mundo tiene el derecho a cambiarse de lengua, pues claro que sí, todo el mundo puede hacer lo que quiera, pero después de que no se sorprenda. Si, por ejemplo, Shakira, por amor familiar, o para que se diese un buen golpe en la cabeza, decidiera a partir de ahora sólo cantar en catalán, no sólo perdería dinero, también perdería la simpatía de toda Colombia. Las cosas son como son. Y el otro Gérard, el Depardieu, desde que paga sus impuestos en Rusia, en Francia ya no es lo mismo. A los que optan por España —durante esta guerra nuestra de emancipación nacional— les debemos recordar que la indiferencia y el olvido son las poderosas armas de los más débiles. Ojalá que nunca nos necesiten para nada. Hay quien quiere ampliar tanto su base, pero tanto, que acaba colgado en el vacío. Como una sobrasada.