La justicia que sólo entienden los elegidos, que sólo entienden cuatro profesionales bien pagados, la justicia que sólo es para iniciados deja de ser justicia y pasa a ser magia negra. Es comunicación con extraterrestres, es etrusco, es solipsismo de los poderosos que traban amistad con otros poderosos, es una simple masturbación, es hablar solo y darte la razón a ti mismo, es desentenderse de la sociedad a la que dicen representar los jueces. Por eso nació la institución del jurado, para que la administración de la justicia no quedara exclusivamente en manos de especialistas y de corporativistas. Que ya nos conocemos. Ya que la justicia debía ser del pueblo y para el pueblo decidieron escoger, al azar, doce mujeres y hombres de la calle para que valoraran los hechos, las evidencias. Para que determinaran si había habido o no había habido un robo, una estafa, un asesinato, lo que fuere. Así se evitaban el ridículo de hacer pasar gato por liebre, que es lo que acaban haciendo los aprendices de mago, los aprendices de brujo. Es el ridículo y la injusticia que harán Manuel Marchena y los seis jueces acompañantes. El ridículo de tener que hablar de violencia pacífica, de alzamiento sin armas, de estado de excepción sin estado de excepción, de desobediencia sin órdenes. Porque no podemos olvidar que si los jueces son indiscutiblemente la autoridad también son la autoridad los representantes políticos, los diputados, los miembros de un Gobierno democrático. De hecho, en cualquier régimen democrático cuando existe un discrepancia entre, por un lado, el poder judicial y, por la otra, el poder ejecutivo y el legislativo, los que prevalecen son estos últimos. En España, donde los fiscales se imaginan que están juzgando un golpe de estado sin armamento de guerra, parece ser que es diferente. Están diseñando una democracia tan y tan española como un esperpento de Valle-Inclán.
Porque no sólo quieren castigar, escarmentar y acojonar a políticos, también han seleccionado al azar cantantes como Valtònyc o periodistas como yo mismo. Y ahora también pretenden hundirle la vida a Jordi Pesarrodona, al payaso y concejal de Cultura de Sant Joan de Vilatorrada, acusándole de desobediencia grave. Y todo por simple venganza. Por pura impotencia del poder colonial cuando ve que toda la palabrería legal de los fiscales enloquecidos, que todo el aluvión de mentiras de los medios de comunicación de Madrid y del españolismo de Barcelona, que toda la campaña internacional contra el independentismo, todo, absolutamente, queda en entredicho con una simple, silenciosa imagen. La imagen sin palabras de un hombre indefenso, vulnerable, con nariz de payaso, junto a un feroz guardia civil. La imagen de un hombre que no tiene miedo de hacer el ridículo junto a un guerrero que está ridículamente plantado ante el Departamento de Gobernación, con la mirada perdida en el horizonte, como en una película de guerra. Aunque bien sabemos que ante el Departamento no hay ningún horizonte para perderse. El guardia civil hace el ridículo más espantoso porque no se está enfrentando con un ejército, no hay épica, ni gloria, no hay peligro, ni esfuerzo, ni valentía. Sólo hay un hombre barrigudo con una nariz roja de payaso a su lado. Le pone en evidencia. Le cuestiona. Discrepa. El civilón se enfrenta a la diferencia, a la disidencia, se enfrenta a la risa, al poder infinito de la risa. Porque no es la risa del poderoso, del hombre armado por encima del derrotado, del desgraciado, no es la risa de la novela picaresca española. Es exactamente al revés, es la risa del indefenso, del desarmado, muy por debajo del paramilitar, del hombre armado, del represor al que le han contado el cuento de que debe conquistar Catalunya. Es el repique guasón de “nas de barraca, Sant Boi”, es reírse en la cara del integrista que no es capaz de comprender que lo que está haciendo es absolutamente ridículo.
Ya pueden gastarse millones en campañas de propaganda a favor de España. Ya pueden retorcer las palabras y las leyes en los juicios represivos. Lo tienen perdido. Que abandonen toda esperanza. Siempre les acompañará la imagen del hombre sencillo, de pueblo, con nariz de payaso que se burla de ellos. Porque esperan que tengas miedo, porque esperan que te desesperes, porque quieren arruinarte la vida, y quieren que llores, que te rindas, pero lo que nunca, nunca, tienen previsto es que te retuerzas de la risa, que propagues un cuesco. Lo que no pueden tolerar es la libertad de la risa. La liberación del humor. A los terroristas islámicos les pasa exactamente lo mismo, no pueden soportar que te cachondees. Por eso mataron a los de Charlie Hebdo. Porque cuando se dan cuenta que no les tenemos miedo es cuando comprenden que han perdido definitivamente la batalla y la guerra. Es el momento en que los invasores romanos contemplan, atónitos, como Astérix y Obélix van descojonándose de la risa. Incluso les saltan las lágrimas. Muchas gracias, Jordi Pesarrodona.