Los catalanes somos gente extraña. Nos insultan y nos ofendemos. Nos pegan y nos duele. Vivimos en una democracia y queremos votar. Nos pasa lo mismo que al pobre Shylock, al judío de El mercader de Venecia de Shakespeare. “¿Es que un judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no se alimenta de la misma comida, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no nos reímos?, Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?”. Todos somos iguales, todos somos Shylock. Excepto, con respecto a la referencia a la venganza, la comparación es exacta. Porque hoy apenas conseguimos cubrirnos la cabeza con los brazos cuando nos atacan. Y porque este juicio es una farsa que consagra la razón de Estado, la cual, por su parte, es una sinrazón del sentido común, una vergüenza de las fuerzas represivas del Estado español, una infamia que deberán llevar muchos años encima. No saben cómo justificarlo. El delirio afecta igualmente a los intelectuales como Andrés Trapiello, tan frágil, tan débil, como a agentes de la policía que quieren llevar razón, sabiendo perfectísimamente que no la tienen. “Ciudadanos heridos? Igual que policías”. Como si los votantes fueran comparables a las fuerzas del orden, como si todos tuvieran sus condiciones físicas y fueran armados y protegidos como la policía antidisturbios. Como si el personal pudiera ir por la vida a culatazos. Como si en la vida como en el juicio existiera una igualdad de armas.
Los que sí son iguales en algo son tres señores. Tanto el coronel Pérez de los Cobos como el teniente coronel Baena o como el comandante López Hernández, los tres, fueron procesados por torturas. Y no por ningún tribunal penal internacional, no por ningún tribunal independiente, sino por la justicia española, más que reputada por ser enormemente indulgente con este tipo de delitos, en especial cuando los cometen agentes de la seguridad del Estado. El comandante López Hernández, mano derecha del teniente coronel Baena, fue primero condenado por la Audiencia provincial y luego absuelto del delito de torturas, por el Tribunal Supremo, por dos magistrados que, curiosamente, —ya es casualidad— también estaban ayer sentados en la hilera de los jueces. Una sentencia que Europa anuló. El juez Juan Ramón Berdugo Gómez de la Torre y el juez y humanista Andrés Martínez Arrieta son los que un día absuelven a un policía y en unos meses condenarán a los presos políticos independentistas. Y es que Martínez Arrieta también es el que da vía libre a los agentes del CNI, del Centro Nacional de Inteligencia, para que actúen en favor de los intereses del Estado español.
¿No tiene ojos un catalán? Parece que no todo el mundo los tenga, sobre todo cuando todavía hay personas que creen que este es un juicio justo y que la sentencia será algo diferente de una venganza del Estado. En manos de beneméritos torturadores el buen nombre de España está más que asegurado.