El pasado martes, 23 de noviembre, se cumplió un año de la muerte de Josep Doladé i Guàrdia (1942-2020), una de las mejores personas que he conocido jamás, buen compañero, activista político y cultural, un eficaz conversador, de raza, un ser humano destacado, digno de elogio permanente, al menos para mí. No os hablo de mis amigos casi nunca, ni tampoco lo busquéis por internet porque encontraréis poca cosa, el caso es así como os lo digo, tan admirable como invisible. A él le habría encantado la imprevista discreción de la red, se habría muerto de la risa, que Josep Doladé se reía mucho y a gusto, también hay que decirlo, que nunca dejaba de encontrar divertido la manera en la que gira nuestro mundo y nuestra corta memoria. O nuestra estulticia, por eso también se hizo editor, para ilustrar. Él era siempre bondadoso y persona, muy persona, déjenmelo decir. En nuestro mundo de fanfarrones, de sietemachos, de paveros, Doladé, era demasiado importante para darse importancia, era firme y distraído como convenía, lo suficientemente listo para no caer en las trampas de la vanidad, demasiado autocrítico, demasiado humano para olvidar que era un humano como los demás y, por tanto, insignificante frente al universo expansivo. Empresario y activista político de izquierdas, miembro del FOC ⸺ Frente Obrero de Catalunya⸺, sufrió prisión des de muy joven, experimentó lo que eran y son las fuerzas de represión españolas, la fraudulenta fraternidad de España, se hizo una cultura leyendo mucho, conversando, viajando, desconfiando de las convenciones de la sociedad, elaborando pensamientos propios y proyectos singulares, efectivamente muy personales y particulares.
Fue deportista y concretamente ciclista. Vindicador de las mujeres, de las que siempre tenía nostalgia. Le conocí en una de estas iniciativas suyas, concretamente en la edición española del Diccionario Literario Bompiani de obras y personajes de todos los tiempos y de todos los países, una colosal publicación que indexaba y resumía exhaustivamente en más de veinte gruesos volúmenes las más importantes obras de la creación humana, prioritariamente las literarias, las de la poesía, de la novela y el teatro, pero sin olvidar tampoco las musicales ni las filosóficas, las de las ciencias o las artes. No eran simples resúmenes ni aproximaciones al contenido de un libro u obra de creación. Más bien era, o es, una eficaz síntesis del valor esencial de una obra de creación, un pequeño mapa del tesoro de las grandes obras de la cultura universal. Josep Doladé no había leído todos los libros como el sabio catalán de Gabriel García Márquez, Ricard Vinyes, pero podemos decir que el equipo de los redactores de su diccionario dominábamos todos los territorios. Fue la primera vez que me embarqué en una aventura ciclópea y apasionante. Fue la primera vez que Doladé me dió a entender la magnitud de la alta cultura.
Yo era entonces un joven profesor universitario, residente en Francia, y la magnanimidad de Josep Doladé me permitió añadir más de ochenta obras maestras de la literatura catalana al conjunto de las mejores obras universales de la creación, con especial atención a Josep Carner, Josep Pla y Mercè Rodoreda. Cada vez que le remitía desde Montpellier, Lyón o París, mis estudios, el señor Doladé los recibía y pagaba puntualmente con indisimulada satisfacción. El panorama universal de la creación no estaba completo, no era exacto, sin introducir algunas de las grandes obras de nuestra cultura, tan buenas o tan malas como cualesquiera otras. Luego el señor Doladé pasó, en un determinado momento, a serme amigo, a hacerme compartir mantel también con mi maestro Anton Maria Espadaler, introduciéndome en conversaciones suntuosas. Un almuerzo o una cena con estos dos fenómenos de la naturaleza, de la cultura, era el regalo más precioso que podía tener un escritor novel, incipiente y curioso. El único inconveniente de hacerte mayor, al fin y al cabo, no es la edad ni las enfermedades que arrastras. De hecho, la única pena que tienes es ir perdiendo, por razones biológicas, la compañía, el buen consejo, la sensatez, la alegría, la mirada radiante de personas como Josep Doladé. Que encuentren a muchos como él en sus vidas. Sólo les deseo eso. Son la sal de la tierra.