¿Quién puede dudar de la palabra de un guardia civil? Uno o algunos testigos podrían atreverse a mentir, eso es cierto, pero ¿podría ser que todos los testigos de la acusación mientan? Que la estrategia sea una mentira coordinada, orquestada y previamente ensayada con la fiscalía del Estado, con los servicios secretos del Estado. Con un lenguaje, con unas palabras ya determinadas de antemano, como odio y masa. Pudiera ser que la estrategia fuera esta, ya que ante la elocuencia de las imágenes reales que se conservan sobre los hechos de septiembre y octubre de 2017, la única posibilidad sea efectivamente esta. Por un lado, evitar, dilatar, en lo posible, la exhibición pública durante el juicio de las imágenes documentales de los hechos, desvinculándolas de la discusión y de la confrontación entre los argumentos de la acusación y de la defensa. Las imágenes y cualquier otra prueba no vale nada si no es valorada e interpretada correctamente. Si la interpretación interesada de los hechos llega hasta el punto de sustituir a los hechos mismos, si el testigo, la opinión subjetiva, el amor a España, el amor a la paga que viene de España, todo ello, pasa por delante de cualquier otra consideración. ¿Qué importancia tienen los hechos si podemos minimizarlos, negarlos, desprestigiarlos, imaginar que nunca han existido, si los podemos hacer desaparecer por arte de magia? La negación de la evidencia es una de las estrategias más antiguas y eficaces que existen en política y, con mayor motivo, en un juicio político. Hoy mismo hemos sabido que el Gobierno de España se niega a disculparse por el genocidio que la colonización española ejerció sobre los pueblos residentes en México a la llegada de Hernán Cortés, tal y como le reclama el nuevo presidente del país, Andrés Manuel López Obrador. Según afirmó la nota oficial, que parece escrita por el ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, especialista en poblaciones americanas indígenas, no se pueden analizar unos hechos tan alejados en el tiempo desde la perspectiva de hoy. Nuevamente la interpretación de los hechos se quiere hacer pasar por delante de los hechos. Tan sencillo, tan humanitario, tan amistoso, como sería que el Gobierno español de hoy dijera que, aunque los valores de la sociedad han cambiado en quinientos años, la invasión y conquista de México, vista desde ahora, provoca vergüenza ajena, provoca incomprensión y rechazo. Pedir perdón por haber robado el hogar y destruido completamente las sociedades precolombinas quizás no es innecesario. Sería una buena cosa que el Gobierno del presidente Torra, a pesar de la participación marginal de los catalanes en el expolio americano, presentara públicamente excusas y apoyara al presidente mexicano. En especial por los abusos de la evangelización y por la actividad inhumana de catalanes negreros en el Caribe. La nueva interpretación de los hechos no puede servir para negarlos.
Nuestra sociedad vive atrapada en campañas de negacionismo militante. Hay quien niega el cambio climático, hay quien niega la efectividad de las vacunas. Hay quien niega que los americanos llegaron a la Luna. Ya podemos verter toneladas de datos y de evidencias, ya podemos aportar esfuerzos. Si nuestro interlocutor no quiere ceder, si tiene fe en una versión alternativa, no habrá nada que hacer. Ninguna prueba le podrá convencer. Si nuestro interlocutor cree sólidamente que la Virgen se apareció a los pastorcitos de Fátima ya podemos desgañitarnos, que será en vano. Es el mismo negacionismo que hace decir al borracho que nunca bebe, al jugador que nunca juega. El mismo fenómeno negacionista que hace decir a los nazis que la Shoá no existió o, al Gobierno turco, afirmar que el genocidio armenio no se produjo. No, no lo quieren entender. La Shoá no es comparable a nada. Ni el genocidio americano. Ni el armenio tampoco. El horror no es comparable. No se puede comparar, de ninguna manera, con los hechos del primero de octubre en Catalunya. Lo que es comparable, lo que es totalmente idéntico, es el negacionismo. La actitud perversa, insana, indigna, de quien manipula los hechos, los niega, los considera intrascendentes. Quitarle importancia a las cosas, reinterpretarlas con fines exculpatorios, es negacionismo y del más abyecto, repugnante. ¿Verdad, reina? Tu marido no es que te pegue, no, mujer, es que se pone nervioso y se enciende y no sabe lo que hace. No es para tanto. No, pequeña, no. Si te ha puesto la mano encima es porque te quiere mucho, es porque te quiere demasiado. ¿Cómo puedes estar en contra del amor?