Que estamos en manos de incapaces y de acongojados lo sabe todo el mundo. Oriol Junqueras lloraba un día frente a un micro radiofónico, mucho antes de la cárcel, y el otro día, lloraba también Jordi Turull a través de las ondas, doliéndose de la quiebra del independentismo político, del Cafarnaún que cotidianamente escenifica este ejército de Pancho Villa, ese descrédito que ninguna reputación puede soportar. El secretario general de Junts no abundaba en lágrimas por solidaridad, qué va, por los más de 4.000 ciudadanos independentistas y anónimos que hoy persigue la Justicia española. Sólo lloraba de impotencia por él y por los suyos, por su mal que no está para ruidos. Lloraba porque se ha dado cuenta de que este mundo es demasiado injusto con las personas de orden, con la clase humana superior de Catalunya. Con una aristocracia encaramada en lo alto y que, por fabulación imprudente, por fantasía insana –probablemente porque están muy acostumbrados a mentir– acabaron amenazando al estado español con la independencia catalana. Esperando que Europa les acabaría quitando las castañas del fuego.
Jordi Turull es conocido en algunos ámbitos del independentismo como Canelons Turull, porque un glorioso día, también frente al micro de Jordi Basté, intentó buscar épica en aquella grotesca huelga de hambre presidiaria que hizo enrojecer a todo un pueblo. “El primer día iba muy concienciado. Y el domingo hicieron la mejor comida del mes: canelones y pollo. Fue una auténtica prueba de fuego que superé bien.” De esta pasta heroica están hechos los generales de la epopeya independentista, en contraste con la auténtica valentía, determinación y sacrificio del pueblo catalán. El pueblo catalán que no sólo ha soportado los golpes, las mutilaciones, sino que ha pagado puntualmente todas las facturas. Noies de porcellana habría dicho Pau Riba, que se conocía bien el paño. Estas personas malas y maleducadas que utilizan la expresión Canelons Turull son las mismas que se refieren a Lluís Llach con el apodo de La Llagrimeta.
La incapacidad sobradamente demostrada de la clase política nacional debería precipitar una urgente renovación de la plantilla. Pero, por supuesto que esto no ocurre ni pasará. Es más, los grandes estrategas políticos esperan que, con renovado entusiasmo, volvamos a votar a personajes como Ernest Maragall, Xavier Trias i Vidal de Llobatera o Joaquim Nadal. Y lo hacen porque, en el fondo, son estrategas cobardes, porque lo que en realidad les gustaría es poder presentar a Jordi Pujol o a José Montilla. O incluso a Aleix Vidal-Quadras. Cualquier cosa por mantener la ilusión de la democracia, por vivir del pasado. Cualquier cosa para seguir manteniendo la política como un concurso muy baratito de popularidad.
¿Cómo es posible que Laura Borràs quiera hacernos creer que puede capitanear el movimiento político para la independencia de Catalunya si no es capaz de resolver cosas infinitamente más fáciles? Voy a darles sólo un ejemplo. Con fecha de 15 de octubre de 2022, hace tres días, ha empezado a trabajar en la Diputación de Barcelona, Salvador Esteve Balagué, con un nivel retributivo, N3, lo que significa 5.437,06 euros mensuales. Tiene un cargo de asesor del grupo político de Junts per Catalunya y es, curiosamente, el mejor remunerado de todos los asesores, aunque acabe de llegar. Dicho de otra forma y para que se entienda. Tras decir y proclamar, en varias ocasiones, que Junts debería romper su pacto de gobierno con el PSC, la presidenta Borràs no logra que su propio partido, del que es presidenta, pague el sueldo a su jefe de gabinete. Borràs no logra que su propio partido le financie el sueldo de su secretario político y debe contradecirse y desprestigiarse políticamente, en una operación vergonzosa. A cargo del contribuyente, de usted y yo, que se ve que aún no pagamos lo suficiente. A veces parece difícil que Borràs sea capaz de hacer otra cosa que bellos discursos o citas literarias que, a menudo, no ha entendido del todo.
Y mientras tanto, la política en mayúsculas, la actividad política en serio está absolutamente detenida. ¿Dónde están los ataques políticos, la confrontación por el escándalo Pegasus? ¿Por qué, díganme, seguimos divagando sobre la suspensión de la presidenta Borràs cuando Salvador Illa, jefe del PSC, ha sido imputado por la fiscalía de la Unión Europea por la malversación de más de 10 millones de euros durante la pandemia? Esto sí que es un escándalo y no las miserias del independentismo. Salvador Illa es el mismo Salvador Illa que fue destituido por la Generalitat al haber inflado en un 52% el coste de la Ciudad de la Justicia de Barcelona. ¿Por qué los políticos independentistas no se enfrentan al PSC-PSOE? ¿Han visto cuántos periódicos hablan de ello? ¿Cuántos lo critican severamente? Ayer Felipe González sacó pecho y volvió a desafiarnos a todos: “En democracia, la verdad es lo que los ciudadanos creen que es verdad.” Como si el voto a Donald Trump pudiera legitimar sus mentiras patológicas, como si el PSOE no fuera hoy una máquina de manipular y engañar a los ciudadanos.