No existe ningún político como Carles Puigdemont, quítenselo de la cabeza, no existe nadie más amado, seguido, entendido, buscado, aplaudido, valorado, defendido, disculpado. Digo disculpado porque a Carles el Grande ya le pueden hacer todas las críticas que ustedes quieran, muy bien, háganlas, venga, adelante. Verán que esas críticas, o discrepancias, si se sostienen, no le debilitan sino que le refuerzan. Todo lo que Puigdemont toca con los dedos se convierte en Puigdemont. En algo tan sucio como puede llegar a ser la política, donde no tienes que acercarte a ciertas cosas ni con un palo, ahí está el nuevo rey Midas de nuestra época. Ya pueden venir de este partido o de este otro, a condenarlas o a tratar de rebajarle, ya puede salir el Galves este, por ejemplo, a refunfuñar por el otro lado, y a decir que despertemos ya de una puñetera vez, que queremos un poco de brío, una auténtica confrontación con España, a ver si el independentismo vuelve a recuperar la iniciativa política. Entonces Carles el Audaz, Carles el Amado del Pueblo, Carles el Valiente, dice que va a hablar en Perpiñán, y la gente se calla y va. Y lo que es más importante, todavía. La gente va y le escucha. Le quiere escuchar, ver, tocar, sobre todo agradecerle que haya devuelto la dignidad a un pueblo catalán no sólo apaleado, robado, perseguido, insultado por España. No es sólo eso. Además ha devuelto la ilusión a un pueblo reiteradamente traicionado, vendido y escupido por su propia clase política y dirigente. El pueblo adora a Carles el Grande porque no ha podido querer a los demás políticos, por más buena voluntad que haya empleado.
El pueblo ve perfectamente que todos los partidos, empezando por PDeCat y pasando por la CUP, Esquerra, el PSC y luego todos los demás hasta Ciudadanos, PP y Vox, todos los partidos coinciden en una sola cosa: en que quieren eliminar a Puigdemont. Sin Puigdemont vivían pero que mucho mejor, con el gallinero en calma. Vivían contentos, conformados y diciendo que no hay nada que hacer. Que nuestro país no tiene solución, que nos aguantemos. El pueblo que sigue a Puigdemont, no sólo es la mayoría del pueblo, también es según las encuestas la parte más dinámica, más ilustrada y autocrítica del pueblo, la más inquieta e inconformista, la más revolucionaria y creativa. La más perspicaz. Por eso da la risa cuando los enemigos de Carles el Libertador dicen que todo es un engaño. O un autoengaño. O que el independentismo político ha perdido definitivamente la partida. Ayer, en Perpiñán, no lo parecía, que hubiera gente derrotada ni engañada. Da la risa que todo sea un engaño y que, para salir de ese supuesto y perverso engaño de Puigdemont, la solución sea siempre la misma: más España. España una, grande y libre. O que la solución sea una fantasmagórica revolución comunista en la que, de alguna manera, tendríamos la suerte de conseguir con que Pablo Iglesias y Ada Colau aceptaran guiar a nuestro humilde pueblo extraviado. Quienes reproban al independentismo mágico son incapaces de proponer nada que parezca sólido, sólo buenas palabras, mejores intenciones y razonamientos grotescos. Menos mal que el independentismo de Puigdemont es, en realidad, un falso independentismo, menos mal, porque si llega a ser de verdad no sabemos qué sería. Ayer, en Perpiñán, el presidente fue claro, pidió más tiempo, pidió que continuemos confiando en él, porque lo tiene casi preparado. Porque, dice, que ahora sí va en serio. Yo siempre dudo y desconfío. El catalán siempre duda, siempre recela, siempre tiene miedo a ser engañado y sospecha incluso de su propia sombra. Pero, bien pensado, desconfianza por desconfianza, el catalán prefiere, mucho más, incomparablemente más, la supuesta fantasía de Puigdemont a la fantasía de los demás. Entre otras cosas porque la policía española y los mandarines de la justicia española le persiguen tan y tan bien, con tanta convicción que mucha fantasía, ayer al menos, no lo parecía. A no ser que estas personas tan sabias, que presumen de un realismo tan fino, piensen que Puigdemont y Cayetana Álvarez de Toledo, en el fondo, en el fondo, trabajan juntos, por lo mismo, para preservar la sacrosanta unidad española. La gente que se aburre es porque quiere.