La demoscopia, esa idolatría mistérica y secreta, es la que ha decidido que el candidato del PSC a la presidencia de la Generalitat de Catalunya sea Salvador Illa. Nada de nada, ni primarias ni dedazo ni cónclave de los príncipes de la iglesia socialista, quien escoge en realidad al líder del partido es esta astrología extraña, una sociología numérica, una determinada proyección de unos pocos datos, una síntesis algebraica de la información obtenida a través de una ristra de encuestas y que, como siempre, también hemos pagado ustedes y yo. Los números aseguran que con Salvador Illa tendrán más votos que con Miquel Iceta pero con menos fiabilidad que la astrología. La política catalana se parece cada vez más a la ruleta del casino de Montecarlo, excepto cuando nos recuerda a la ruleta rusa y se nos suicida un Duran Lleida o un López Tena, tendidos en el suelo. La política catalana se parece cada vez más a un casino en el que siempre gana la casa, el poder, es decir, España, porque no valen lo mismo los votos conseguidos por el PSC, el partido españolista de España, el todavía llamado partido socialista, y los votos del independentismo, unos votos mayoritarios que, por nuestro bien, nos los cogen y nos los tiran y continuarán tirándonoslos al contenedor azul, que no cuesta nada, que con el ecologismo instrumental disimulan como gastan y gastan de cinismo ejemplar. Eva Granados, la portavoz del PSC, ya dejó dicho que “no debe ser la ciudadanía quien dirima una cuestión como la autodeterminación”. Dijo “ciudadanía” pues porque los cínicos hablan así. Por un lado manejan el lenguaje inclusivo, que no cuesta nada, un lenguaje que se supone que emancipará a las mujeres de la subordinación al macho. No, no cuesta nada, que de hablar saben mucho los políticos y no hay pensamiento mágico sin juegos de palabras ni sortilegios. Abracadabra. Con el feminismo instrumental disimulan lo más gordo, que no creen en el pueblo, en la soberanía del pueblo. Que son unos clasistas y unos farsantes. Conciben la democracia como un sistema en el que las decisiones importantes las deben tomar ellos, sólo ellos, seres superiores. Los políticos que viven de la política, y los técnicos, y los expertos en demoscopia. Hay ahora más técnicos demoscópicos exigiendo silencio, adivinando el futuro, con cara de estar conectados con el más allá, que magos y nigromantes y vendedores de sueños en la alocada corte de nuestro el rey Juan I, el Amador de la Gentileza, el Cazador, el Bufanúvols. Pero como de aquí a Lima.
De Salvador Illa sólo podemos decir que le ha caído simpático al personal porque pone cara de desgraciado en medio de la tormenta perfecta. Tiene cara de víctima y a la gente le gustan las víctimas, los perdedores, los sietemesinos, los aprendices de Woody Allen que intentan salir del embrollo donde les han metido y bien metido. Que el ministro de Sanidad de España tenga cara de enfermo entra dentro del lenguaje no verbal, de las lógicas internas que nuestro cerebro procesa, y lo agradece, porque en política la lógica ya no se hace visible en casi nada. Illa no suscita las ganas asesinas que provoca Iceta, esto es verdad. Es igual que algunos lo consideren un especulador más, del PSC, en el inmenso extrarradio de Barcelona, un ex alcalde del pueblo que al final ha demostrado que sólo quería escapar del pueblo y frecuentar a los que cortan el bacalao. El chico tiene disposición y ganas de agradar, es servil y pelota, y habla un castellano ridículo, pasado de moda, marcando mucho los sonidos oclusivos, poniendo morritos de silbador, abrazándose a los tecnicismos como un náufrago a un trozo de leña. Gasta un flequillo tan visible como la pobreza de sus argumentos, siempre una colección de tópicos marchitos, siempre una nueva imitación de Jaume Canivell en la Escopeta Nacional, el pobre catalán que quiere ser aceptado entre fascistas y, a ser posible, además ganar algún duro. Vergonzosa fue una de sus intervenciones en el Congreso de Diputados, cuando se sintió en la necesidad, servil y humillante, de soltar un elogio a Madrid, un elogio improvisado, casposo, cursi, exagerado y desvergonzado. Vino a decir que los madrileños son adorables, todos los madrileños. “Que los hombres son mú valientes y las mujeres mú guapas”. No con estas palabras, claro, pero sí con esta intención. Ni que decir tiene que le ovacionaron. Ser el principal representante del españolismo en Catalunya es un trabajo que hará bien, como tantos catalanets acomplejados. Para hacer anticatalanismo no hay nada como ser un catalanet del actual PSC. Del mismo modo que para hacer homofobia, no hay nada como ser gay, como demostró hace pocos días el eurodiputado húngaro József Szájer, oficialmente un feroz enemigo de los homosexuales, hasta que, qué cosas, lo pillaron en Bruselas en una orgía con muchos hombres que exhibían el culo al aire. Espantoso, horroroso. No llevaba mascarilla.