Si haces demasiado caso de los partidos acabas comulgando con ruedas de molino, enterrado con la cal viva de los GAL o bailando con los coros y danzas de Millet y Montull del Palau de la Música. Mi voto solo es mío, es de las pocas cosas que no me pueden quitar, y precisamente por eso voto a quien quiero y si quiero. Si me da la gana. Y voto a personas, ni a ideologías ni a partidos. Me fío más del factor humano que de las músicas celestiales de las campañas electorales. Solo faltaría que, encima, tuviéramos que ser aún más gregarios de lo que ya demostramos como sociedad, nación o como quiera que se llame. En las elecciones municipales voto convencido a mi pastelero y amigo Lluís Riera. Cuando comprendí que el candidato de la CUP del pueblo era, por un lado empresario y, por otro, el notable artista de los chocolates artesanales, de los crujientes panes de trigo sarraceno y salvado, de las tortas, pastelitos y cremas, accedí a la siguiente evidencia. Que puedes tener un amigo y que, encima, lo puedes votar. Y no es el único. Por el lado del comercio, del intercambio, de la economía y las relaciones humanas, en las próximas elecciones también votaré a otro amigo, en este caso, el suntuoso proveedor de carne sobre el mármol de la cocina de casa. Y de otro partido, en este caso, de Junts per Catalunya. He dicho que le votaré, pero tampoco vayamos a hacerle ahora un reportaje publicitario dando más pistas sobre la pequeña empresa familiar que regenta. Ni contaré nada de las circunscripciones electorales ni de otros tecnicismos. A los empresarios puedes votarlos si te parecen bien, pero sin dejar tampoco que se te cuelguen del cuello. Votaré a Salvador Vergés i Tejero porque aunque no se sepa mucho, es hoy por hoy, una de las mejores esperanzas de la nueva política en Catalunya. Una cara nueva, contraria al corporativismo interno de los partidos y, sobre todo, un nuevo proyecto en este chicle tan ablandado en el que han convertido la política de hoy, una historia de nunca acabar. Aunque seamos amigos, espero que me dejéis hablar bien de él.
No tenemos ejército y, por tanto, los empresarios son el único poder sectorial que tiene el país
Porque si hablas mal de un político es mejor que hablar bien, siempre quedas mejor, porque el político se acaba equivocando el día menos pensado, siempre te decepciona, siempre quiere ir por allí donde tú no irías. Pero también pienso que opinar es un riesgo y que opinar bien incluso es una necesidad. Aún he de vivir muchos más años y tengo que aprender y desaprender muchas más cosas. Todavía estoy dispuesto a creer que la democracia es el menos malo de todos los sistemas y que los políticos nuevos, inquietos, disconformes, dinámicos, son la sal de la tierra republicana. Que un joven empresario, y un empresario de éxito, dé el paso al entrar en política y deje de ganar dinero para trabajar por el país me parece una excelente noticia. Sobre todo después del Primero de octubre y de la promoción oficial para que las empresas abandonen Catalunya, para que los capitalistas nos dejen en la miseria con una subvención del gobierno de España. Como cuando los generales de Estados Unidos o franceses, israelíes, sudamericanos, dejan su carrera militar para servir a la democracia, así veo hoy que nuestros hombres de negocios decidan continuar, imperturbables, en Catalunya y, además, participen de la vida política, como Joan Canadell, el de la Cámara. No tenemos ejército y, por tanto, los empresarios son el único poder sectorial que tiene el país. Salvador Vergés es, como decíamos antes, un hombre nuevo, un ingeniero de Puentes y Caminos que un buen día quedó seducido por la magia del presidente Puigdemont, la magia que nos asegura que todos somos propietarios de nuestro destino y que Cataluña está destinada a las mejores experiencias como colectividad si es capaz de conseguir la libertad nacional. Por este mismo motivo Vergés fue a todas las concentraciones populares de Urquinaona, y el Pertús, pero tampoco ahora lo contaré todo para que vengan y nos lo encarcelen. Porque atender a lo que representa el presidente Puigdemont es justo y magnífico, casi una necesidad moral, pero sudar la gota gorda al lado de la gente que corre es la mejor de las maratones. Y Vergés tiene piernas para correr.
Muchos empresarios catalanes se han dado cuenta de que la revolución independentista catalana es una revolución interclasista, como la francesa, como la de Washington, como la de Terciopelo en Praga. Y por eso son partidarios de irse de España. Hoy los únicos que hablan, en nuestro país, de revoluciones de clase, son los niños bien del PSC, los cínicos de El País, los comunistas conservadores y miedosos, los defensores de los viejos privilegios de la vieja Guerra Fría, aquella que nos debía llevar al paraíso socialista gracias al pedo nuclear. O repartiendo la propiedad con el colosal sentido de la justicia que demostraron los marxistas de ETA. Hay gente que cuando habla de políticos procedentes de la empresa solo sabe citar a Berlusconi. Yo, en cambio, pienso también en Jaume Roures o Bill Gates. Si los empresarios modernos, los de ahora y aquí, son de estos, quizás conseguiremos la independencia. El modelo empresarial y catalanista de Cambó, en definitiva, un fósil antes de nacer, no llegó muy lejos. Ahora toca un tiempo nuevo, más parecido al de emprendedores librepensadores. Se me ocurren unos cuantos, de diferentes épocas, como Pitarra, Josep Irla o Joan Puigcercós