Que el monarca Felipe VI este lunes visite políticamente Poblet es una manera como otra de vindicar la genética, de presumir de la sangre que tiene en las venas. De exaltar la herencia de su padre, Don Juan Carlos, y de recordar a los catalanes todos, hasta al republicano más republicano, que él es el legítimo señor feudal, descendiente directo, tan directo como una flecha, tan directo como una transferencia bancaria, descendiente de nuestros gloriosos condes reyes medievales, unos reyes sepultados mayoritariamente en el real panteón de aquel real y descomunal monasterio. Si es por presumir de antepasados ilustres Felipe VI también podría haber tenido otras ideas para gesticular ante las cámaras. También podría haber ido a buscar el sepulcro del primer y remoto Borbón histórico, Don Aymar de Borbón (siglos IX y X) allí en el Berry, acompañado quizás por las cámaras de la National Geographic. O aún lo tenía más fácil, podría haber visitado la tumba de Ramsés II en el Valle de los Reyes, conocida por los especialistas como KV7. Si tenemos que creernos a los egiptólogos —que ya nos los creemos—, el faraón fue padre biológico de al menos 152 hijos, por lo que hoy en día podemos encontrar su rastro genético y faraónico en una significativa proporción de la población mediterránea. Lo digo pensando en la fecunda aclimatación, tan estupenda, que han tenido los Borbones con la población hispánica desde el siglo XVIII. Al menos por este motivo de sol y playa. En cuanto a los Grecia, ya cuesta más de creer que nunca se hayan mezclado con sus súbditos. La dinastía real griega, los mal llamados Grecia, o mejor dicho, los Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg-Beck, basta verlos, son tan mediterráneos como un estofado de foca. Pensando en esto de los orígenes más relación tiene Felipe VI con los jueces que dejaron en libertad a Carles Puigdemont que los que le votamos.
Reivindicar la sangre ilustre fue históricamente un buen recurso, a veces coronado con éxito. Escuchad, gentecilla, hasta ahora me he hecho pasar por Jordi Galves pero, de hecho, ahora os lo diré, soy el único descendiente directo del Tambor del Bruch. Venid todos y adoradme de inmediato. Pero desde 1993, las cosas ya no serán nunca más como antes. Aquel año un grupo de científicos elaboraron una técnica de estudios genéticos del ADN que permiten saber quién es el padre genético de una persona con una certeza del 99,998 por ciento. Gracias a este análisis se ha podido saber, sin la sombra de una duda, que Alberto II de Bélgica tenía una hija natural o que la vidente Pilar Abel no es hija de Salvador Dalí. Por este camino podríamos tener muchas sorpresas. Sobre todo si recordamos que la Constitución Española vigente proclama en su artículo 57 que “La Corona de España es hereditaria en los sucesores de S. M. Don Juan Carlos I de Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica”. La legitimidad histórica de la actual casa de Borbón quizás quedaría anulada si las pruebas de ADN fueran discrepantes. Sólo por poner un ejemplo al azar, bastaría con que Alfonso XII, bisabuelo de Felipe VI, fuera hijo de la reina Isabel II y de uno de sus amantes, el militar valenciano Enric Puigmoltó i Mayans, vizconde de Miranda. ¿Qué seguridad podemos tener de la legitimidad dinástica de Felipe VI, de la legitimidad que exhibirá en Poblet? ¿Qué grado de parentesco se puede establecer científicamente entre los reales despojos de Poblet y el actual monarca? De hecho, nadie sabe qué o quién está dentro de los reales sepulcros que construyó Frederic Marès. Los originales fueron profanados en más de una ocasión, vaciados y los esqueletos más o menos reconstruidos. Si un día se abren y se analizan quizás tendremos muchas sorpresas y descubriremos misterios para llenar varios documentales.