El presidente Torra, el más tenaz y determinado de nuestra historia reciente, me gusta porque hace el mismo caso de los partidos políticos que la mayoría de los ciudadanos: entre poco y nada. Su capacidad para sentirse indiferente a las cosas que sólo brillan, para pasar olímpicamente de los poderes fácticos que no puede combatir es colosal. De Vox a la CUP, todo el mundo se queja, todo el mundo lo critica, especialmente los de su grupo político. Nunca ha sido tan fácil censurar y erosionar, difamar, a un presidente legítimo, el cual, abiertamente, prescinde de los consejos que no ha pedido y desprecia las prácticas mafiosas de una clase política perdida en su onanismo, en su egoísmo clasista. Tampoco tiene ningún tipo de consideración por los medios de comunicación y los periodistas secuestrados por los intereses inconfesables de los partidos políticos, por el mercadeo de favores. Para Quim Torra es infinitamente más importante visitar y hablar con los profesores y alumnos de una escuela de educación especial que ir a engullir una vichyssoise, en algún restaurante caro, con algún señor feudal que se cree que aún domina a una parte de la opinión pública. De puerros y porros ya tenemos bastantes, y de alucinógenos también.
Un presidente que dedica un tiempo determinado a recorrer la ruta poética de Joan Vinyoli en Begur les da mucha rabia. En primer lugar porque ninguno de los que le escarnecen han leído ni entendido a Vinyoli, y el mundo de la política sólo está dispuesto a tolerar ignorantes, matones, maltratadores, carceleros, pero nunca a personas con profundidad intelectual y decencia cívica. La Generalitat, hoy, es una administración fantasmagórica, sobrevigilada, intervenida militarmente por Madrid, por lo que la única cosa sensata que se puede hacer es mantener, al menos, la dignidad de la institución presidencial, resistir el intervencionismo colonial y, sobre todo, estar junto al pueblo, junto a la sociedad civil, de los hombres y mujeres que hacen posible el frondoso asociacionismo del que tanto presumimos. El director de un gran banco quizás se cree que el presidente Torra debería ir a la boda de una hija suya, como si estuviéramos en la película El Padrino, pero el Muy Honorable tiene otras ideas, otras prioridades, que nunca no son personalistas sino claramente políticas. No refugiarse en un despacho y estar junto al pueblo, todo el pueblo. Hablar con él.
Las personas que están en contra de la lengua catalana, de cualquier lengua, son bestias
Miquel Iceta acusó a Torra de racista al Parlament, tergiversando el sentido de un muy buen artículo que cualquier persona decente suscribe. Efectivamente, las personas que están en contra de la lengua catalana, de cualquier lengua, son bestias. De la española también, pero la lengua española ni está en peligro de supervivencia ni recibe sistemáticos ataques. Sí, efectivamente, los que nos odian sólo por ser catalanohablantes son bestias. Como dice el presidente Torra en el famoso artículo manipulado “La llengua i les bèsties: “vuelves a ver hablar a las bestias. Pero son de otro tipo [en referencia a las fábulas]. Carroñeros, víboras, hienas. Bestias con forma humana, sin embargo, que enjuagan odio. Un odio perturbado, nauseabundo, como de dentadura postiza con moho, contra todo lo que representa la lengua”. Algunas personas que citan a diario el artículo 3 de la Constitución Española para intentar justificar el vergonzoso genocidio cultural, genocidio de Estado, contra la lengua catalana olvidan sistemáticamente que en su apartado tercero, el texto constitucional determina que: “la riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección”. Una disposición que ha sido sistemáticamente incumplida por todos los gobiernos de Madrid desde el advenimiento del régimen de 1978. Por este motivo el eminente filólogo Joan Coromines, ya en 1982, rechazó la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio: “devuelvo un premio enviado por un Gobierno que reduce al mínimo los derechos de mi patria, descuartizada en provincias y subvenciona a los pequeños grupos que atacan la unidad del catalán, lengua única de los tres países que la hablan.”
Hoy oirán decir en las noticias que Torra espía qué lengua utilizan nuestros niños en los patios de las escuelas. Como si fuéramos todos tan cretinos como se imaginan. Es una noticia tan auténtica como las noticias de la niña que pintaba banderas de España, como las acusaciones contra los profesores de La Seu, como las acusaciones a profesores del Instituto el Palau. Según el criterio de las personas que desean la muerte del catalán los sociolingüistas del estudio no deberían hacer ningún trabajo de campo, no deberían haber hecho ninguna tarea científica, con datos reales y, lógicamente, sin identificarse para evitar distorsiones ni hipocresías lingüísticas. Los estudiosos de la Plataforma per la Llengua saben perfectamente lo que hacen y esta es la manera convencional y científicamente homologada para realizar, todo el mundo, estudios sobre la salud de un determinado idioma. Siempre de incógnito. Pero lo que pasa es que no quieren que se haga ningún estudio científico, no quieren que aparezcan informaciones solventes. Lo que quieren es que la propaganda contra la lengua catalana ocupe todo el espacio mediático. Quieren ir diciendo que la salud del catalán es envidiable sólo porque lo digan ellos, porque lo opinen ellos. Porque silenciar el genocidio contra la lengua catalana es la mejor estrategia para continuar el genocidio. ¿Por qué no quieren saber qué salud, realmente, tiene hoy el catalán? ¿Por qué sólo recurren a la Constitución cuando les interesa? ¿Dónde está el especial respeto y protección que merece el catalán según la ley suprema?