Los talibuenos son como los talibanes pero en bueno, como su nombre indica. Militantes radicales como los de Afganistán pero, en este caso, de excelentes sentimientos y mejores palabras, apóstoles de la bondad, personas de buen ser. De buen ser y sobre todo de buen yacer porque nunca se alborotan con el trabajo, se lo toman todo con grandes dosis de calma y hacen mucha vida contemplativa. Los talibuenos, por supuesto, quieren la independencia de Catalunya de una manera radical y absoluta, pero no por ahora, ni para hoy, ni para mañana, ni para la semana que viene. Deben muscularse antes, deben reponerse, deben ampliar la base, deben crear una subcomisión parlamentaria de estudio o una mesa de trabajo, de diálogo. Las mesas les gustan pero las sillas mucho más. Quieren sinceramente la separación de España, muy sinceramente, con sinceridad extrema, nunca lo pongan en duda porque se irritan, ya que nuestra sociedad tampoco se puede cerrar al mundo y debe comprometerse con todas las buenas causas del planeta. Es como en la Guerra Civil de 1936, cuando unos hacían la revolución porque no querían hacer la guerra, porque en la guerra podían matarlos y quemando iglesias no, y ahora es como entonces pero corregido y aumentado. Ahora hacen declaraciones institucionales, manifiestos y proclamas. Tuits. Se expresan. Convocan concursos de ideas. Se solidarizan con la causa del pueblo quintopinés, sobre todo porque cuanto más lejos esté el Quinto Pino más se solidarizan. La lucha por los derechos de la mujer y ciudadana es quizás demasiado digna, respetable e importante como para convertirla en una comedia de políticos que se agotan en la palabrería y luego ya no les queda resuello para nada. No hay duda de que los talibuenos son más simpáticos que los talibanes, son más amables y hedonistas. Son mejores compañeros si tenemos que cenar juntos. Pero es que los talibuenos nunca podrían ganar la guerra a los americanos y a sus amigos. Y eso que Josep Borrell ya nos ha dicho que los talibanes hablan mejor inglés que los partidarios de la pax americana.
Los talibuenos hacen todos los papeles posibles porque quieren ser agradables a la sociedad que los ampara. Son buenas personas y los hay, incluso, muy buenas personas. No son como los talibanes españolistas que son personas malas pero que, en cambio, mandan y nos dan órdenes y, de momento, nos están ganando nuestra guerra. Ante la impotencia y frustración que, por ejemplo, todos sentimos durante la caída de Kabul por el anuncio espeluznante de que los derechos de las mujeres serán respetados dentro del marco de la sharia -que se han dado entre todos, ellos- el silencio ha sido abrumador, tristísimo. Es el silencio de las mujeres catalanas y musulmanes solidarizándose con sus hermanas afganas, el silencio de las asociaciones de musulmanes catalanes, el silencio de las feministas profesionales proclamando una vez más que si tocan a una mujer las tocan a todas, el silencio de los políticos oportunistas que felicitan a los votantes por la fiesta del Cordero y otros silencios notorios. Quizá para paliar este mutismo que algunas políticas han expresado las ganas de hacer frente a la dictadura de los mulás. Como por ejemplo la consellera Gemma Geis que, en un tuit, afirmaba que estaba segura de que “conjuntamente con los rectores de las universidades y la comunidad universitaria comprometida con la lucha contra la barbarie sabremos articular acciones de solidaridad con la comunidad universitaria afgana”. Hubiera sido tan genial, tan bueno, pero tan bueno, que alguna mujer universitaria afgana respondiera, que hubiera dado las gracias por la buena iniciativa del gobierno catalán, que nos hubiera entusiasmado. Pero presumiblemente estos días están salvando su piel y no tienen mucho tiempo para responder tuits. Es por ello que, con gran diligencia, el director de la oficina del president Carles Puigdemont, Josep Alay, no solo ha hecho de reportero de guerra de lo que pasaba en Afganistán -confundiendo una foto de la evacuación de filipinos en 2013 con una foto de evacuación de afganos de hace tres días-, también ha realizado otro simpático intrusismo. Espontáneamente ha querido ejercer de suplente de lo que piensan las mujeres afganas con un tuit bienintencionado, hecho sin duda para ayudar: “Gracias consellera. Lo agradecerán muy especialmente las estudiantes afganas.” Somos los mejores, ¿a que sí?