Hoy, con la llegada de la tibieza otoñal se vuelve reunir el Parlament al lado del parque de las fieras. Será bonito de ver. En todos los partidos independentistas podemos identificar, cada vez más llamativos, a los detractores de Carles el Grande. No les gusta nada de nada, ni le entienden ni le quieren entender, no comparten en absoluto la idea de hacer efectiva la independencia, ni quieren realizar el compromiso electoral que contrajeron con los ciudadanos. Quieren volver al autonomismo apacible, manteniendo, eso sí, la retórica del independentismo irredento. Más o menos piensan hacer como los socialistas, por un lado cantan La Internacional pero a la hora de la verdad forman parte de la beautiful people y no tienen reparos en manifestarse junto a la ultraderecha de Vox. Si el trapecista Ramon Espadaler o Santi Vila Saltimbanqui pasaron del soberanismo tibio al españolismo rampante, ¿por qué no pueden hacerlo todos los demás y evitar la represión del Estado madrastra? De hecho, no hay pelea alguna entre Junts per Catalunya, Esquerra Republicana de Catalunya y la Candidatura d’Unitat Popular, lo que hay es un divorcio, contundente, con los electores, una ruptura con la idea de la restitución del Govern legítimo. De Ciudadanos al Partido Popular, pasando por las fuerzas separatistas, la mayoría de la Cámara está de acuerdo en una sola cosa. Todos quieren acabar con Carles Puigdemont y, por extensión, con su vicario, el presidente Quim Torra. Quedan algunos defensores, naturalmente, difíciles de cuantificar, algunos partidarios de los dos Muy Honorables, pero en todo caso, son un colectivo tan heterogéneo como minoritario. Diputados de la CUP, los del grupo del Lirio, algunos de Esquerra, algunos políticos con más prestigio que autoridad real. Quieren acabar con la figura política de Puigdemont pero no se atreven hacerlo abiertamente porque temen una reacción popular adversa en las elecciones municipales que hay a la vista. Les es más fácil someterse a la voluntad del juez Llarena y, simplemente, dejar fuera del Parlamento al más importante presidente de la Generalitat contemporánea. Más allá de las ideologías, lo que tenemos en el Parlament es una confrontación entre políticos profesionales y intrusos en la política. Entre, por una parte, los tibios profesionales y, por otra, los idealistas del independentismo. Ya pueden ustedes imaginarse que si estos días, incluso, Francesc-Marc Àlvaro y Joan Tardà han coincidido en defender el mismo punto de vista, nada bueno cabe esperar.
Ayer el eminente profesor de Stanford Joan Ramon Resina recordaba, a través de un artículo, las miserias de la condición humana recordando la Commedia de Dante. Ciertamente el clásico ilustra a la perfección la bajeza de la deslealtad a la que se está sometiendo al presidente Torra. La situación no puede ser peor: “Es difícil imaginar una presidencia más incómoda que la de Quim Torra. Empeñado en representar la legitimidad del 21 de diciembre a pesar de la deslealtad de unos socios que la han revocada desde el primer día, tachado de terrorista por el franquismo de las viejas y nuevas generaciones, y abandonado de la extrema izquierda que no prioriza la erección de barricadas a presidir un Gobierno, Torra aún debe ver su autoridad cuestionada por los oportunistas que, con la excusa de proporcionar buen juicio al independentismo, trabajan como hormigas para derrotarlo”. Efectivamente esta es la situación. Y porque es esta la situación y no otra y porque no es prudente vender la piel del oso Quimet antes de cazarlo, que la primera autoridad de Catalunya en breve tomará el derecho. Como anuncié desde esta columna la reacción de Quim Torra se prevé sonora y contundente. Quizá no tan inminente como parecía al principio pero contundente y ejemplar. Deberíamos estar preparados.
Se prevén manifestaciones, acampadas, carreteras bloqueadas, cierre de las fronteras, de las estaciones de tren y de los aeropuertos
En primer lugar porque, a partir del uno de noviembre, desaparecerá el apoyo parlamentario al Gobierno represor y carcelero de Pedro Sánchez. Y en segundo lugar, porque como explica hoy un diario tan poco sospechoso de connivencia con Quim Torra como El Mundo, el ámbito de los CDR apoyará al presidente en la confrontación que se prevé con el Estado español. Al margen, por supuesto, de los partidos y de su tacticismo autonomista. Al menos desde este agosto se está organizando una reacción popular que aprovechará la corriente de indignación por la causa general contra los presos políticos independentistas. Se prevén manifestaciones, acampadas, carreteras bloqueadas, cierre de las fronteras, de las estaciones de tren y de los aeropuertos. Pero no de manera intermitente y simbólica como hasta ahora sino de manera sostenida en el tiempo hasta detener el país de manera indefinida. Que el independentismo salga a la calle masiva y pacíficamente pero no lo abandone durante muchos, muchos días. El diario madrileño saca esta información del espionaje policial español y, cabe decir, coincide plenamente con las informaciones que he podido obtener en el Palau de la Generalitat. Pero por lo que veo aún no saben de la misa la mitad. Esto no será todo, amigos.