El político y publicista Albano-Dante Fachín acaba de decirle en tuister que, a partir de ahora, Gabriel Rufián ya no forma parte de su trinchera. Ahora ya no, basta, se acabó. El motivo es que está escandalizado con la connivencia, con el teatrillo que el escandaloso diputado republicano escenificó con un conocido periodista de la ultraderecha, Javier Negre, para atacar a Carles Puigdemont y acusarle de putinismo, es decir, de relaciones inconfesables con el líder del Kremlin. Un teatrillo que se realizó de acuerdo con la dirección política de Esquerra Republicana, como después se ha confirmado. No deja de ser curioso que Fachín utilice lo de la trinchera, eso del hoyo en el suelo, como símil guerrero para evocar sus convicciones políticas. No se entiende mucho.
Precisamente lo que sabemos de la gran guerra de las trincheras, de la Primera Guerra Mundial, es que fue cualquier cosa menos un combate admirable o una imagen que pueda considerarse heroica o digna de orgullo. Habría jurado que el escenario en el que podía proyectarse el imaginario político y mitológico del camarada Fachín era la barricada, una construcción improvisada, tan urbana y obrera, y prácticamente al nivel de la calle. Y todavía me sorprendió más que Abano-Dante Fachín, después de haber sido traicionado, insultado, difamado, expulsado, crucificado, muerto y sepultado por la purga oportunista-estalinista de Joan Coscubiela -el Manuel Valls, el Santi Vila de los comunistas- todavía se atreva a distinguir a los políticos entre los de mi cuerda y los demás.
Me atrevo a decir -y pido perdón de antemano si alguien se siente ofendido, de la misma manera que Rufián ha pedido perdón- que cualquier político y periodista debería dividir el panorama actual entre: los demás políticos y yo. O entre la gente y los políticos. Porque hoy los políticos son, todos, un sindicato de intereses compartidos y que se oponen, claramente, vivamente, por razones de clase y privilegio, con los ciudadanos que no son políticos. Con los ciudadanos a los que toman sistemáticamente el pelo, estafan, engañan y manipulan tanto como pueden. Y de acuerdo, no todo el mundo es igual, no se puede decir eso de todos los políticos, pero en general el paisaje es ese que estoy describiendo. Fíjense en Esquerra y Junts, se pelean siempre, gritan, se quejan, se hacen todas las putadas imaginables, pero no rompen los acuerdos que tienen. Fíjense en Esquerra y el PSOE y es exactamente lo mismo. Tienen los mismos intereses económicos de partido. Y ese detallito tan importante pasa por delante del honor, de las convicciones y de la patria. Ay, la patria. Es una palabra muy antigua. Bitcoin, en cambio, es moderna, y da más juego.
La vieja política ya no sirve. Los viejos partidos políticos tampoco. ¿Cómo liderarán la democracia unas estructuras del siglo XIX que se caracterizan, precisamente, por no ser internamente democráticas? La ultraderecha está esperando a que nuestro sistema democrático vaya deteriorándose aún más, desprestigiándose, para entrar en acción y salvarnos de la corrupción de los políticos y, así, instalarse ellos, los salvadores de la patria. Tal y como hicieron Mussolini y Hitler, tal y como hizo Alfonso XIII y Miguel Primo de Rivera, suprimiendo la democracia. Todos los partidos colaboran entre ellos de bajo mano. También con Vox. Pero Vox despellejará a todos los demás a la mínima que pueda.