No sólo es que el catalán no le interese a nadie, no sólo es eso. Lo que te acaba pasando es que la hipocresía ya no hay quien se la pueda tragar. Catalanes, catalanas, amigos todos: nos cantan los sobacos porque no nos hemos duchado, porque somos sucios y negligentes, ni más ni menos. Estamos en el mundo sólo para que pueda haber de todo, y es que la higiene no se predica, no, amigos, la higiene se practica. Como la lengua. Con la lengua pasa lo mismo. Ayer una política decía por Twitter que estaba encantada de estar en una determinada lista independentista y no pude callar la respuesta. Si el president Tarradellas hubiera hablado un catalán tan deplorable como esta respetable señora, necesariamente habría proclamado, desde el balcón del Palau de la Generalitat, un histórico Ciutadans de Catalunya, ja estic aquí. De hecho, como que la memoria es débil y la colonización españolista es ávida y eficaz, dentro de unos años Wikipedia y los libros de historia asegurarán que Josep Tarradellas dijo: Ciutadans i ciutadanes de Catalunya, ja estic aquí. La norma es esta y funciona con todas las lenguas. Antes de sustituir definitivamente al catalán por el español, primero debemos convertir la lengua catalana en una jerga inservible, en una lengua de mierda que sea un simple calco del español. Que sea como el español pero en complicado, sin sustancia ni gracia ni encanto ni personalidad. Que sea sólo una molestia. Antes de matar la lengua, subconscientemente, debemos desfigurarla para no tener mala conciencia después, debemos destruirla por dentro, debemos ensuciarla, tenemos que mearnos encima cada día. Un día y otro, vengan micciones. Así, muy pronto, alguien diagnosticará que no vale la pena, que para hablar el catalán tan mal mejor que lo dejemos. Dejarlo correr, dejarla estar, la lengua, la independencia, todo eso es un mal negocio. Este es el buen consejo, el canto de las sirenas mañana, tarde y noche. A ver cuánto tiempo aguantamos.
Por obra y gracia de los serviciales traductores automáticos que siempre piensan en español, conocemos que hay una fruta llamada 'mànec' y en el departamento de perfumería un producto llamado 'surts de bany'
De errores, en catalán, los hacemos todos y a todas horas. Los que escribimos hacemos más que los ágrafos y los charlatanes más que los mudos, tampoco hay que ser Sherlock Holmes para darse cuenta. Por ello, probablemente somos tan condescendientes los unos con los otros, por eso nunca, a nadie, le han roto la cara por dejarse un pronombre feble o por pronunciar merenderu. En la escuela, a mí me golpeaban en la yema de los dedos si hablaba en catalán con un compañero. Y sí, naturalmente, en aquella época, por no saber no sabía ni la palabra yema en catalán, capciró, ni sabía que Josep Carner me salvaría como un superhéroe la fétida lengua que estaba obligado a hablar, porque no conocía otra. Ahora los tiempos han cambiado pero nuestra dejadez no ha mejorado. Por obra y gracia de los serviciales traductores automáticos que siempre piensan en español, conocemos que hay una fruta llamada mànec —mango en español— y en el departamento de perfumería un producto llamado surts de bany —sales de baño en la lengua imperial—. Ningún ser humano ha repasado el trabajo mal hecho por la máquina, al fin y al cabo sólo es catalán, esa lengua inútil que no sirve para nada, que sólo aprovecha para crear división, localismo, cuando en español nos entendemos todos, como ya dijo la gran Ada Colau, una persona que siempre se ha caracterizado por ser muy práctica, por regirse de acuerdo con la ley más vieja del planeta. La ley del embudo le permite siempre hacer exactamente lo que le da la gana.
Con los traductores automáticos de los medios de comunicación continuaremos viendo curiosos fenómenos. Y es que los apellidos etimológicamente de matriz castellana no suelen tener un significado inequívoco y los de matriz catalana sí. Sánchez será siempre Sánchez, y Aznar, Aznar, de acuerdo con la maquinilla que traduce, pero el president Torra acaba convirtiéndose en el presidente Tuesta y el nuevo candidato españolista, Salvador Illa, acaba convirtiéndose en Salvador Isla, como si fuera de la familia artística de Camarón. Las personas, en Catalunya, suelen tener apellidos humildes, sin mucho griterío, quizá por eso más de uno se mira con suspicacia al exalcalde Trias cuando descubre que, como segundo apellido, gasta un pomposo Vidal de Llobatera. Del apellido Puigdemont no he leído nunca que en España hayan encontrado el intríngulis. Quizás es el momento de deshacer el misterio aquí. Quiere decir la montaña, la colina, de más arriba. Es decir, de todos los montes, es el más alto, el más eminente, como, por ejemplo, nuestro venerable Canigó.