Hoy Mario Vargas Llosa estará en la manifestación españolista de Barcelona. El premio Nobel es un conocido escritor que vivió en la capital catalana durante los últimos años del franquismo, al amparo de Carmen Balcells, editora en español y partidaria de la cultura española, fascinada por la revolución cubana y por la suntuosa literatura hispanoamericana que tanta fortuna y tan próspera le reportó. Aquí Vargas fue muy bien acogido y celebrado. Fue amigo de mi maestro Martín de Riquer, con quien escribió en colaboración El combate imaginario. Las cartas de batalla de Joanot Martotell 1972, frecuentó a Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma y conversó con Gabriel Ferrater, sin despertarse en él ningún interés por la cultura catalana. A diferencia de su vecino de calle de entonces, Gabriel García Márquez que podía leer en catalán y que, de la mano de Ramon Vinyes se hizo catalanista y admirador de Mercè Rodoreda, el escritor peruano se mantuvo al margen de todo lo que no fuera España y la literatura española. Aunque vivió a poca distancia del domicilio de J.V. Foix, Mario Vargas Llosa nunca quiso conocer al escritor catalán, leyenda viva de una fascinante Barcelona que había sido cosmopolita, ultramoderna, civilizada y catalana, amigo de García Lorca, de Joan Miró y de Salvador Dalí.
Tuvieron dos actitudes muy diferentes estos dos grandes escritores. La emigración produce siempre estos dos tipos de emigrantes que fueron García Márquez y Vargas Llosa: los que, por un lado, se sumergen en la cultura de acogida como en una experiencia de riqueza humana y de calor intelectual, los que no tienen miedo a las influencias externas y las buscan, y luego están los otros, los que quieren conservarse inmaculados como chicas virginales del Corazón de María, que sienten horror, auténtica repugnancia por las culturas minorizadas, locales, aborígenes. Las ven como fenómenos miserables y primitivos, horribles, propias de gentes infrahumanas, subdesarrolladas, de campesinos sin cultura, casi salvajes, como los catalanes de fuera de Barcelona o los indios de Perú. Mario Vargas Llosa nunca ha querido dejar de ser un chico bien, atrapado en sus prejuicios de gallito formado en una academia militar, procedente de una alta sociedad de gente blanca, orgullosa, altiva y racista. Su endogamia es completa y sistemática, cercana, vecina, al incesto. Hasta que no se hizo maduro no tuvo relaciones serias con ninguna mujer que no formara parte de su propia familia. Por mucho que viva en Londres o en Estados Unidos, en París o en Madrid, no se puede decir que a Vargas Llosa le gusten mucho los demás, los extraños, los diferentes que no sean privilegiados, ricos y sofisticados. Y ahora no pensaba en su actual mujer sino en Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos, doceava marquesa de Casa Fuerte, emparentada por línea paterna con el segundo duque de Alba, no precisamente un pacifista, y con un colonizador del Argentina por parte materna. Esta aristócrata señora, ex diputada del PP, ha convencido a Mario Vargas Llosa para que hoy esté en Barcelona para defender España. La marquesa es líder de la plataforma Libres e Iguales, un grupo constitucionalista que, como se puede bien comprender, tiene una idea bastante sesgada de lo que es la libertad y la igualdad. Pero les da exactamente lo mismo. Naturalmente son partidarios del colonialismo español de Hispanoamérica, defensores de un mundo que no es el nuestro pero que han decidido que debemos compartir encantados de la vida. Y vienen a presentarse como personalidades modélicas, prestigiosas, dignas de emulación y de ser admiradas. Como personas como Dios manda. Yo no veo ninguna relación entre admirar La fiesta del Chivo, que me encanta, y ser partidario de la colonización de Cataluña. Ni entre leer La guerra del fin del mundo con fruición y compartir las ideas políticas de Mario Vargas Llosa. Cuando se presentó como candidato a la presidencia de Perú perdió las elecciones por esnob, por pijo, por rígido y supremacista. Tanto que me gusta Vargas y tan poco que convence. (Continuará)