Una Nínive pigmea se ensaña hoy sobre Cataluña, lo dijo Josep Carner terminada la guerra civil, y parece que la arena del tiempo hubiera pasado en vano, que la experiencia de cuarenta años de dictadura franquista y de cuarenta años más de democracia en España hayan servido para incrementar, aún más, el odio o el desprecio por todos aquellos millones de ciudadanos que ni son España ni quieren serlo, que son diferentes, que pertenecen a una minoría nacional, a una discrepancia activa. Dicen algunos que antes de que el separatismo comenzara a ganar elecciones todos nos queríamos mucho y que convivíamos muy bien en la Cataluña española, bailando sardanas, pero lo cierto es que, históricamente, Cataluña es un estorbo y una colonia ingobernable. Cuando el general Espartero dijo que había que “bombardear Barcelona cada cincuenta años para que España vaya bien” no existían los independentistas pero ya existía el odio, y fijaos bien, ya existían también los chistes de catalanes de mal gusto. Existen chistes de catalanes, de vascos, como los hay de mariquitas y de judíos, chistes contra los desgraciados, pero nunca habréis oído un chiste de españoles ni de madrileños sencillamente porque el odio y la ridiculización lo generan unos y no otros.
Hoy, el sistema político español y españolista continúa castigando y encarcelando personalidades independentistas como ayer lo haciera con otro tipo de disidentes. Porque, en realidad, le da igual si se reclama la separación de España de manera violenta o de manera pacífica, porque le da igual si se vulneran los derechos políticos de los representantes soberanistas. La integridad territorial de España es un valor supremo, y es más importante que ninguna otra cosa. Se proclama abiertamente que España es la democracia y la democracia es España, haciendo una confusión interesada que revela un fundamentalismo duro, acrítico. La democracia española es hoy la nueva religión laica, los tribunales españoles son sus sacerdotes y cualquier disidencia puede ser eventualmente castigada. Donde tradicionalmente el fundamentalismo español, el nacionalismo español, había escrito “Dios, patria y rey” hoy escribe “Democracia y España” con la misma actitud mística, con la arrogancia encendida del converso, como si España tuviera algo que ver con la Grecia de Pericles o con el barón de Montesquieu. Con un poder sin contrapoderes ni sentido de la autocrítica como cualquier democracia adulta, la democracia española tiene la complicidad de los gobiernos de Europa pero no convence en nada a la opinión pública internacional, todos los periódicos del mundo lo llevan. Con tanta mención fundamentalista a la democracia y a la ley, el régimen de 1978 se desprestigia a sí mismo por su autoritarismo. Para los que todavía forman parte de las religiones más tradicionales, el fundamentalismo, el nacionalismo español, les tiene reservado el mismo mensaje en otro formato, lo que el cardenal Rouco Varela proclamó recientemente: “España es un bien moral”.
Del mismo modo que, no hace tantos años, se aseguraba que Francisco Franco era caudillo de España “por la gracia de Dios” hoy se nos asegura que querer la independencia de Cataluña es contrario a la Constitución Española, y por extensión, a la democracia. Que el mundo, una vez más, se divide entre los buenos y los malos, entre los que hacen el bien, como el cardenal Rouco, como el presidente Juncker, y los otros, los malvados, el presidente Carles Puigdemont o Albert Pla. De hecho, la Constitución Española, como cualquier Constitución democrática, en ninguna parte exige ser acatada y, por el contrario, protege en teoría a los discrepantes. No acatar la Constitución Española es constitucional por muchos reglamentos y protocolos que se exhiban y por mucho que perdonen a los prisioneros políticos que hoy simulen que ya han sido suficientemente humillados, suficientemente escarmentados y que no volverán a trabajar en favor de la independencia de Cataluña. Tampoco es que los quieran matar, no, no, sólo quieren destruirlos política y humanamente. Sé que la santa e inmaculada represión española no se contentará con arrodillar a políticos, con amenazar a profesores de la escuela catalana o con intimidar a padres que se han hecho acompañar por sus hijos en las recientes manifestaciones y concentraciones. Sé que pronto los medios de comunicación nos veremos afectados. De alguna manera. Será fácil de comprobar y de lo más divertido. Será cuando demos crédito a las palabras Jean-Claude Juncker, ayer vestido con un bonete académico que parece una lámpara de pie, el día en que en Salamanca le volvieron llenar la vanidad con un doctorado honoris causa. Ah Salamanca, qué hermosa universidad, tan antigua y señorial. ¿No fue allí mismo donde Miguel de Unamuno pronunció su famoso discurso contra los fundamentalistas españoles de entonces, los de Falange y de las JONS? Aquello tan conocido del “venceréis pero no convenceréis”... Está todo igual allí, ya os lo decía, parece que el tiempo no pase...