Tienes que ir siempre a lo tuyo. La mayoría del personal pensó que la cosa no les afectaba, que no era su guerra, aquella. Cuando aparecieron los primeros casos de sida sólo mataba a drogadictos y a homosexuales masculinos, por lo que decidieron pasar de todo, mirar hacia otro lado y esperaron. Al fin y al cabo vivimos en una democracia y la mayoría ni se droga ni la mayoría de los hombres tienen relaciones sexuales con otros hombres. Es la losa de la mayoría que siempre pregunta: ¿y a ti qué mas te da? Es una pena, también, que se esté extinguiendo el oso panda o que estén castigando a algunos manifestantes del Tsunami Democràtic. Al fin y al cabo, la mayoría ni hemos participado nunca del Tsunami Democràtic ni somos osos panda. Como mucho podemos escribir un tuit manifestando todo nuestro apoyo —qué hipócritas que llegamos a ser. Y qué catalán poco sabemos— a los afectados y ya está. Aquí nos impresionan otras cosas más fuertes, más televisivas.
Por todo ello han comenzado los rebrotes del virus coronado. Peligrosamente. Porque todo el mundo cree, aunque no lo diga, aunque no se atreva ni a pensarlo, que esta es una enfermedad que sólo ataca, de verdad, de verdad, a los viejos. Y, de entre los viejos, a los viejos muy reviejos. Reviejos que, sin los avances de la medicina, haría muchos años que estarían dentro de una caja de pino. O reducidos a ceniza. O sea que no es tan grave, sobre todo si tú no eres uno de estos reviejos, claro. Entonces, ¿por qué la juventud, porque estas chicas y estos chicos que da gusto ver, con el tiempo tan bueno que hace, con las vacaciones tan largas que tienen, deben quedarse en casa? ¿por qué deben llevar mascarilla? ¿por qué deben mantener la distancia de seguridad y por qué deben evitar los espacios cerrados, a ver, por qué? Las manos ya se las lavan, ya. Los únicos muertos que algunos conocemos eran personas mayores. Y en nuestra sociedad la muerte se esconde como una vergüenza, se evita como un mal pensamiento y el sistema sanitario contribuye con medios técnicos. Qué diferente sería si un matrimonio joven hubiera perdido a un par de niños, niño y niña, muy lindos, por culpa del virus. Si como ocurre con los niños mártires de Palestina, la familia los exhibiera por las calles y nos obligaran a mirar a la muerte a la cara. Qué diferente sería si nuestra sociedad pensara que todas las vidas valen lo mismo, si no confundiera cantidad con calidad, esperanza de vida con derecho a la vida. Porque el señor Pepito que hizo la guerra de Cuba tiene el mismo derecho a vivir que los demás. Especialmente si tu eres Pepito. Qué diferente sería que todos los que ignoran la amenaza del virus coronado pudieran ver, tocar, con guantes, una persona joven, muerta de hace poco. Nos ayudaría a pensar de otro modo.
Veo en los periódicos que en Madrid tenían almacenados 59 cadáveres, víctimas de la Covid-19, y que nadie reclamaba ni enterraba. Los han terminado enterrando las autoridades regionales. Todos los cuerpos, naturalmente, son cuerpos de viejos, de viejos reviejos, no hay ningún cuerpo muerto que pueda hacernos pensar ni en Scarlett Johansson ni en Brad Pitt, porque aún muertos, sigue rigiendo una jerarquía, continúa mandando el imperio de la belleza, o de lo que la mayoría piensa que es belleza. Y continúa el imperio dictatorial de la juventud. El doctor Freud, de Viena, ya dejó dicho que para una buena maduración personal, era muy importante matar al padre. Preferiblemente de manera simbólica. Lo que no sé si se imaginaba es que, por el mismo precio, nuestra sociedad nos mata también al abuelo. Al abuelo y a la abuela, que paradójicamente, son los aliados tradicionales, naturales, de la gente joven.