Un xenófobo, un desalmado, un reaccionario, un oportunista y un cazadotes como messié Manuel Valls, antiguo primer ministro de Francia, consiguió ayer que el Ayuntamiento de Barcelona retirara a Heribert Barrera la medalla de oro de la ciudad. Se trata de una condecoración que, nominalmente, es de oro pero a ciencia cierta no lo sabemos. Al menos nosotros, no. Hasta ahora, los galardonados que la han recibido no han hecho como el tenista Rafa Nadal y no, no han hincado el diente para evaluar cuántos quilates tiene la ley de este premio, literalmente en metálico. En cambio, lo que sí podemos proclamar rotundamente es que la medalla de oro de Barcelona, bellamente diseñada por Frederic Marès, es una distinción franquista, más facha que la tumba que ahora tienen vacía por allá, en el Valle de los Caídos. Qué diferencia con el canapé rojo con el que aparece el exótico Manolo Valls de los Caídos cuando tiene que salir en la televisión francesa. La pequeña insignia que le acredita como Gran oficial de la Legión de Honor, una medalla napoleónica que reciben todos los primeros ministros. Ya es curioso que Valls tenga un sentido tan profesional del vestuario —cuando tiene ganas de asistir a los plenos del Ayuntamiento de Barcelona— y aparece con el pin romboidal, de plata, de nuestro Cap i Casal, madre y cobijo de todos los catalanes. En cambio, cuando va a las corridas de toros o se junta con sus amigos de Sociedad Civil Catalana, no luce ninguna medallita visible. El hombre va muy sencillo. Sólo se cubre con el preceptivo chaleco acolchado, como un simple Cayetano cualquiera, para no llamar la atención.
A mí, lo que me llama la atención, es que Lolo Valls, precisamente él, el enemigo número uno de los gitanos franceses, tenga la poca vergüenza de acusar a Heribert Barrera de racista. Por unas declaraciones que, si no me equivoco, sólo oyó el periodista Enric Vila, por unas frases que no tuvieron ningún precedente ni continuación ninguna. No hay nada en la biografía política ni humana del presidente del Parlament de Catalunya, ningún hecho que permita vincularle ni con el racismo ni con la extrema derecha. Pero seamos duros. Supongamos que sí, que tienen razón. Que Heribert Barrera, al final de sus días, como científico y como político de izquierdas, sufrió una grave degeneración intelectual que le llevó a tener pensamientos racistas, impuros, equivocados. Ciertamente fue un hombre con un carácter muy duro, con un sentido muy vivo de la autoridad. ¿Son este tipo de personas potencialmente más racistas que las más melifluas y dulces, tales como, por ejemplo, Eva Braun, la mujer de Hitler? Si consideramos racista a alguien por decir barbaridades en contra de los negros, entonces ¿qué diremos de Manuel Valls? Un ministro del Interior y luego primer ministro que, regularmente, no dejó de llenar los periódicos franceses con opiniones racistas. Que fue el ejecutor de la deportación de gitanos franceses a Rumanía y a Bulgaria. Que considera que es imposible que determinados colectivos de inmigrantes se integren en Francia. Que se saltó los protocolos de la policía cada vez que le convino para mostrarse como un político con mano de hierro. Que ignoró el drama de los miles de muertos ahogados en el Mediterráneo, que fue el responsable de encarcelar a niños, de separar familias de recién llegados, de expulsar a enfermos a países donde no podían curarles. Que, desde las filas del Partido Socialista Francés dio la razón a algunos de los argumentos racistas del Frente Nacional de Le Pen, creando una falsa unanimidad política en contra de los recién llegados a Francia. Jean de Ormesson, el viejo escritor católico, el gran periodista conservador, le dijo una vez a la televisión francesa, a la cara de Valls, cuando era primer ministro: “Usted es muy conservador, demasiado a la derecha. Y no tiene compasión ni empatía con la gente que sufre. Sí, yo soy de derechas, pero no tengo nada que ver con usted”.