Jordi Pujol no es militante de Junts per Catalunya, como tampoco lo es Artur Mas, pero ambos presidents piensan diferente sobre qué relación tiene que tener la formación actualmente hegemónica en el antiguo espacio de Convergència con Aliança Catalana (AC), el partido islamófobo de Núria Orriols. Mientras que Mas destapó la caja de los truenos al afirmar que Junts tendría que poder hablar con AC, Pujol se ha declarado partidario de "mantener la exclusión", es decir, el cordón sanitario respecto de la formación de la alcaldesa de Ripoll. La posición pragmática de Mas, que, con razón cartesiana se ve a venir las dificultades que puede tener Junts para pactar ayuntamientos si en las municipales del 2027 se confirma el crecimiento de AC, contrasta con las convicciones de fondo de Pujol sobre la democracia, el tratamiento de la inmigración, y el futuro de la identidad catalana.

Pujol, que siempre ha sido un demógrafo inteligente, tiene claro que "con políticas y mentalidades etnicistas, Catalunya hoy no existiría". Aquello del "Som 6 milions" era algo más que un eslogan, y, seguramente, hoy es más difícil sostener el "Som 8 milions"; pero lo que es seguro es que reducirlo al "Som dos milions" (de catalanes auténticos y/o reales) que a menudo se invoca desde el entorno de AC y otros grupos etnicistas, llevaría la identidad catalana directamente al suicidio. Es cuestión de hacer números y Pujol los ha tenido siempre muy claros. Cuando el uso habitual del catalán ha pasado del 46% al 32,6% en los últimos veinte años, como revela la última entrega de la demoledora encuesta de usos lingüísticos, hay que concluir que las políticas de normalización de la lengua en la etapa del pujolismo, dirigidas muy especialmente a los hijos del alud inmigratorio de los años sesenta y setenta han funcionado bastante mejor que las actuales. Posiblemente, porque la vía del "sumar y no restar" suele ser empinada pero a la larga, mucho más fértil para la lengua y el país.

Entre las declaraciones de Mas y las de Pujol ha sucedido que la dirección de Junts decidió desmarcarse de la moción de censura que prácticamente tenía lista para desalojar a Orriols de la alcaldía. De ninguna manera se trataba de un "golpe de Estado" sino de la aplicación de la regla democrática a partir de la suma de los votos de la oposición de Junts, ERC, el PSC y la CUP, es decir, 10 concejales sobre los 6 de AC. Pero el caso es que Junts se hizo atrás con el argumento, entre otros, que echarla de la alcaldía contribuiría a victimizar más a Orriols y disparar sus expectativas electorales a costa de Junts. Lo cierto es que, desde hace una semana, la reinvestidura por pasiva de la lideresa de AC ha servido para ampliar su presencia mediática, con dos entrevistas en la radio y la televisión pública, Catalunya Radio y TV3, y otra en RAC1, la emisora privada con más audiencia del país. "Ya me podéis ir llamando ignorante, racista, fascista o tonta... Os tengo donde quería. Hablando de Aliança Catalana 24 horas y en todos los medios", ha constatado Orriols. Tampoco se ha privado de plantar cara a las declaraciones de Pujol, con un par de tuits. En el primero le ha recordado el famoso 3%; en el segundo, ha proclamado: "Junts saca el 'Sant Cristo gros' para atacar a Aaliança Catalana. Pero es tarde. No solo hemos seducido a su electorado... también a buena parte de sus cargos electos. Catalunya muta hacia el azul..." Amén.

En la decisión sobre Orriols, Junts ha primado más la preocupación por la frontera electoral con AC que la defensa de sus políticas propias sobre la inmigración, obviamente adaptadas a unos tiempos que no son exactamente los de Pujol. Cuando Junts mantiene a Orriols en la alcaldía de Ripoll por los riesgos de fuga de electores propios en AC se olvida de las fronteras que también tiene con ERC y la CUP, e incluso el PSC.  E incluso osaría decir, con el conjunto de los demócratas. Efectivamente, hay que mirar más a Europa. La CDU se ha negado a pactar con los ultras de AfD después de las elecciones federales alemanas de este domingo aunque han doblado sus votos. La derecha y la izquierda democrática en Alemania y en Francia lo tienen muy claro. Como Jordi Pujol lo ha tenido siempre.

El problema de los pactos que, ciertamente, puede tener Junts en las próximas elecciones municipales con AC, solo se puede solucionar con otros pactos. Y eso quiere decir abrirse a acuerdos con ERC, por descontado, pero también con el PSC, en función de la aritmética y el clima de cada municipio. Otra cosa es que estas fuerzas lo rechacen, como ya pasó en Ripoll después de las municipales. El cordón sanitario no depende solo de Junts. Pero la frontera que limita la defensa de los valores democráticos con el discurso del odio tendría que ser infranqueable. Basta ya de prostituir la democracia y bajar la cabeza ante los que se aprovechan de las muchas debilidades que tiene, entre las cuales no es menor el riesgo de admitir en las urnas a aquellos que pueden o quieren destruirla. La libertad no tiene nada que ver con la estigmatización, el acoso, el desprecio o el insulto al diferente simplemente por el hecho de serlo, lo practique quien lo practique. Es de primero de democracia. Y tenemos que defenderlo.

La llave del patio, y la llave de la gestión de la inmigración, la sigue teniendo Junts, no Orriols. En Ripoll y en Madrid

Es cierto que Junts tiene que hacer frente a la presión que ejerce la narrativa orriolista del "queremos deportar" y el espantajo de la "invasión musulmana", a caballo entre los problemas reales de seguridad e incivismo en algunos barrios y la gestión de las ayudas públicas a colectivos de migrantes, revisable y mejorable. Pero no podrá mantener la posición ante los embates de AC si le tiemblan las piernas. Es una evidencia empírica que el crecimiento del PIB catalán después de la pandemia, de un 5,9%, por contraste con el de España (3,7) o la zona euro (3,4) es en buena parte debido al aumento poblacional propiciado por la inmigración. Y es cierto que el déficit fiscal crónico impide disminuir el estrés de los servicios públicos o de la lengua catalana ante la avalancha de recién llegados. Pero es Junts quien puede conseguir el traspaso de las políticas de inmigración a la Generalitat, o buena parte de ellas, por su posición determinante en Madrid, no AC. En último término, tampoco Salvador Illa o Oriol Junqueras lo pueden conseguir, aunque se pueden llevar ciertos réditos si finalmente el acuerdo que negocian Junts y el PSOE sale adelante. Y es perfectamente compatible defender la regulación de los flujos migratorios o la expulsión de imanes salafistas, como se ha hecho en la Jonquera y en Figueres, con las políticas de integración de los recién llegados en la sociedad y en la cultura catalana. Si hace ocho días los de Carles Puigdemont tenían que decidir el futuro de Orriols, hoy decidirán si retiran o no la cuestión de confianza en el Congreso contra Pedro Sánchez después de la petición del mediador internacional en la mesa de negociación de Suiza, el diplomático salvadoreño Francisco Galindo, y del expresidente Rodríguez Zapatero. La llave del patio, y la llave de la gestión de la inmigración, la sigue teniendo Junts, no Orriols. En Ripoll y en Madrid.