En un país normal, el responsable de las fuerzas de seguridad no puede ir por el mundo reuniéndose con gente sin que el Estado tenga constancia. Sobre todo porque vaya usted a saber con quién puedes acabar haciéndote una foto comprometida.
En un país normal, el Estado tiene que controlar a su responsable de seguridad para que no vaya por el mundo cometiendo torpezas, ya sea porque es un incompetente, un temerario, las dos cosas o cualquier otra.
En un país normal, el responsable de la seguridad del Estado tiene que estar "vigilado" por el Estado, no fuera caso que alguien intentara influir sobre sus decisiones en una dirección contraria a la correcta.
En un país normal, se tienen que grabar las conversaciones que el responsable de seguridad mantiene en su despacho con otras personas. Sobre todo por seguridad, pero también en previsión de posibles conflictos.
En un país normal, el responsable de seguridad tiene que hacer lo posible para mantener la integridad del Estado que le paga. Y si hay que fabricar pruebas contra los que la quieren combatir, se fabrican. Y si hay que filtrar mentiras a periodistas amigos y serviles, se filtran. Pero si acabamos escuchando con la propia voz del responsable de seguridad como fabrica esta mentiras y como lo hace acompañado de un alto responsable de un organismo judicial que tiene que velar por la integridad, el responsable de la seguridad del Estado tiene un problema. Y grande. Y el Estado también.
En un país normal, cuando la guerra interna entre sectores policiales provoca escapes de información interna y sensible, guerras de dossieres y filtración de informes (reales o inventados), es que el responsable de la seguridad del Estado ha perdido el control de la situación. Y cuando el responsable de la seguridad de un Estado pierde el control interno de su departamento y se filtran conversaciones mantenidas en su despacho es evidente que: 1/ no ha hecho bien su trabajo, 2/ está en riesgo la seguridad del Estado.
En los países normales, cuando sucede una situación como la descrita, el responsable de seguridad no dura ni un neutrino de segundo en su silla. O bien porque tiene un mínimo de vergüenza, o bien porque tiene un mínimo sentido de la responsabilidad y del deber, o bien porque tiene sentido de Estado, o bien porque sus superiores lo eyectan del cargo a una velocidad que deja la de la luz como una carrera de caracoles dormidos.
Pues bien, hay Estados donde no sólo no pasa la situación descrita sino que pasa la contraria. Hay Estados que van dando lecciones de democracia y con responsables de seguridad que son unos inútiles y que, no sólo continúan en su cargo, sino que van por el mundo haciéndose los chulos. Hay Estados donde los responsables de seguridad que demuestran su incompetencia gritándola con un megáfono en medio de la calle, se permiten el lujo de excretar cosas como: "Basta ya, basta ya. Una cosa es preguntar y otra es hacer un interrogatorio judicial, así que cuidadito" a unas periodistas que le preguntan por sus actividades ilegales hechas públicas. Y no pasa nada. Nada de nada.
En los países normales, las querellas contra los responsables de la seguridad de un Estado que han demostrado ser unos chapuceros tendrían que servir para castigar comportamientos tan incompetentes como temerarios. Lamentablemente hay países con una calidad democrática tan original y donde la parte politizada de la justicia tiene una imparcialidad tan mejorable que tú puedes entrar en un juzgado como demandante y puedes salir demandado o, directamente, detenido. Ah, y lo mejor es que nadie se sorprendería. Ah, y tampoco pasaría nada. Y no pedirían responsabilidades ni los partidos del sistema ni la prensa del régimen, que es la mayoría. Eso sí, lecciones de democracia, todas.