Las recientes declaraciones del otrora todopoderoso y también temido Alfonso Guerra asegurando que en Catalunya se persigue al castellano como se hacía con el catalán durante el franquismo deberían pasar directamente a la antología del disparate hispánico sino fuera porque lamentablemente esto es lo que piensa una parte de la sociedad española después de tantos y tantos años de mentiras de gobernantes y medios de comunicación.
Que esta dura diatriba del vicepresidente del gobierno socialista durante una década (1982-1991) solo haya molestado en el amplio sector soberanista catalán, mientras el PSC se ponía de perfil, explica el enorme daño que ha hecho a la convivencia lingüística una formación como Ciudadanos que hizo de la guerra a la inmersión en los colegios su razón de ser y atrajo a toda la derecha españolista y una parte de la izquierda de aquí y de allá.
Guerra no ocupa cargo orgánico alguno, pero sus opiniones son escuchadas y aplaudidas por ese amplio y variopinto conglomerado que habita sobre el paraguas del nacionalismo español. Así ha sido siempre y el que tuvo retuvo: por eso le invitan permanentemente a las televisiones españolas, en este caso TVE. Su papel en el debate del Estatut y su chulería explicando sin pudor alguno que en la comisión en el Congreso de los Diputados que presidía se le había pasado convenientemente el cepillo para dejarlo limpio como un patena, demuestran la catadura del personaje. Para las nuevas generaciones habría que hacer un pequeño briefing sobre quién es Alfonso Guerra: en primer lugar, el hermano de Juan Guerra, el hermanísimo que le acabó precipitando al vacío por diferentes escándalos de corrupción; en segundo lugar, el alter ego de Felipe González y hombre clave en la época de los GAL, al ser el vicepresidente; finalmente, el martillo de aquellos socialistas como Joan Reventós que lucharon para conservar una mínima autonomía del PSC respecto al PSOE. Que Guerra fuera presentado en aquella época por el sistema como erudito e intelectual es algo que hoy no deja de producir arcadas.
La obsesión por desarbolar el catalán y reducirlo a algo marginal y folclórico no arranca de ahora. Está en la raíz más profunda de la incomprensión de la identidad catalana, que ha conseguido sobrevivir en condiciones ciertamente duras en muchos momentos de la historia. Y eso es algo difícil de entender y de asimilar para aquellos que quieren que el castellano sea la lengua única. Decir que la única lengua que tiene dificultades en Catalunya es el catalán es una constatación empírica fácilmente demostrable. Hay un retroceso social y también en la escuela. Y los poderes públicos, lejos de intentar poner remedio se desentienden del problema. Hay que reivindicar su uso público una vez se ha comprobado que el aumento del conocimiento hablado y escrito no es ninguna garantía. Y habrá que repetir campañas como las que se hicieron en los años ochenta con la inmigración. Todo eso y muchas cosas más necesita el catalán. Por eso no hay que callar ante personajes reaccionarios como Guerra.