Decir que era la secretaria de Jordi Pujol no es hacer justicia a Carme Alcoriza, fallecida este martes en Barcelona. Desbordó el concepto de lo que era una secretaria desde que empezó a trabajar con el president Jordi Pujol en Banca Catalana desde 1970 y se convirtió con el paso de los años, sobre todo en los 23 años que le acompañó en la Generalitat, siempre con el despacho puerta con puerta, en una persona influyente, la que más. Si el president Pujol entendió lo que era el poder como ningún político ha sido capaz de entenderlo hasta la fecha y le dió a la presidencia el lustre preciso para que en el imaginario catalán fuera percibido como algo omnipresente, imprescindible e importante, Alcoriza no le anduvo a la zaga. ¿Acaso hay alguna otra secretaria que diciendo solo su apellido ya sea capaz de ser reconocida por la clase política, los medios de comunicación y buena parte de la opinión pública?
Alcoriza ejercía de vigilante permanente de las entradas y salidas del despacho oficial de Pujol. Nadie entraba en la zona más noble sin que ella lo autorizara y su colaboración era imprescindible para franquear la puerta que comunica la imponente galeria gótica con el despacho del president de la Generalitat. Ese era su espacio de mando y su ámbito ilimitado de influencia en unos años en que el poder de Catalunya estaba en la plaça de Sant Jaume -también en el lado mar ocupado por Pasqual Maragall entre 1982 y 1997, años en los que la transformación de Barcelona y los Juegos Olímpicos encumbraron al nieto del poeta a la cima- y los otros poderes, fundamentalmente el económico y el mediático, no alcanzaban a competir con quien tenía las riendas del país.
Ella decidía cuándo eran recibidos los consellers de la Generalitat por Jordi Pujol y daba y repartía favores con una autoridad que solo los que vivieron aquella época son capaces de explicar. Más de un conseller acabó accediendo al cargo sin que llegara a adivinar nunca cómo el president había prestado atención a un comentario elogioso que Alcoriza había hecho en un momento determinado.También, al contrario. Durante 23 años preparó viajes suyos por todo el mundo, se discutió con embajadores y jefes de protocolo e hizo lo posible para que todas las puertas se le abrieran al president. Especialmente exitoso fue el viaje que coordinó a Estados Unidos en 1990 y que culminaría con una corta entrevista en la Casa Blanca con Pujol del entonces presidente de EE.UU, George Bush padre. El embajador de España en aquel momento, el socialista Julián Santamaría, trató de impedir el encuentro y preparando la reunión con Alcoriza y el resto de la delegación catalana ironizó sobre la posibilidad de que Pujol franqueara la Casa Blanca señalando que los presidentes autonómicos cuando viajaban a Washington lo hacían para hacer turismo. Menos de 48 horas después, Santamaría, colérico, le pedía explicaciones por una reunión que no pudo impedir.
Aquella Catalunya no es ciertamente la de ahora y la Generalitat sigue siendo la institución de la que emana la presidencia y el gobierno. Pero el poder ya es otra cosa ya que por el camino se han perdido muchas alforjas. Vi en acción a Alcoriza durante casi cuatro décadas, en Banca Catalana, en el Palau de la Generalitat y, más tarde, en la oficina de expresident de la que gozó Jordi Pujol hasta el año 2014 en que fue privado de los privilegios de que disponía como president de la Generalitat. Alcoriza elevó el cargo de secretaria -oficialmente llegó a ser jefa de gabinete del president- a su cenit. Nadie lo ha hecho como ella; con inteligencia, fidelidad, sentido del humor y dedicación. Conocerla ha sido un privilegio.