Deberíamos remontarnos a las elecciones españolas de 2011 para encontrar una campaña electoral en la que Catalunya como sujeto político haya tenido tan escaso protagonismo como en esta de 2023. Ha habido entre aquella ocasión y la actual cuatro citas con las urnas para la elección de un presidente del gobierno español y, en todas ellas, Catalunya y su situación política ha estado en el centro de todos los debates. Primero, por la demanda de un estado independiente, en los comicios de 2015 y 2016, y, después, por la situación que generaba el exilio y la prisión de los líderes del procés en las dos convocatorias que tuvieron lugar en 2019, cuando se tuvieron que repetir ante la ausencia de una mayoría de investidura.

En esta de 2023 eso ya no es así. En parte, también, porque mediáticamente todo el peso está puesto en el eje de la posible llegada de la ultraderecha al Gobierno a través del Partido Popular. También porque cada vez parece menos probable que Pedro Sánchez pueda llegar a tener opciones de una mayoría política alternativa a Alberto Núñez Feijóo, la única ecuación en la que los independentistas catalanes podrían tener juego y cartas políticas valiosas. Pero, sobre todo, porque la españolización de la campaña ha atrapado a los partidos sin un esquema claro y efectivo sobre el valor y la utilidad de votarlos.

Es cierto que Esquerra Republicana ha propuesto a Junts per Catalunya y la CUP subir conjuntamente el precio de una nueva investidura de Pedro Sánchez, pero la falta de unidad política y estratégica entre los partidos independentistas ha convertido este llamamiento en poco menos que un brindis al sol. Al mismo tiempo, no parece que la campaña esté contribuyendo a movilizar al electorado independentista, una parte del cual defiende abiertamente la abstención en las elecciones españolas incluso como castigo a los propios partidos de este espacio.  

En todo caso, la barrera de la utilidad del voto, ahora que se ha llegado al ecuador de una campaña electoral atípica, sigue siendo el mayor lastre que no han conseguido soltar, si hacemos caso a las encuestas, ni Esquerra Republicana, ni Junts per Catalunya, ni la CUP, aunque la representación de éstos últimos es más testimonial. A falta de un poco menos de una semana de campaña, la pulsión del voto útil puede ser más determinante en contra que la certeza de que el voto independentista acabará condicionando políticas en España. Y ese es un grave problema ya que solo hay una amplia bolsa de electores potenciales para los partidos que den alguna utilidad real al voto.