Aunque salimos, al menos, a una matización o corrección diaria de lo que antes había declarado grandilocuentemente, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está cruzando líneas demasiado peligrosas y enormemente preocupantes. Su última manifestación insistiendo en que Israel entregará Gaza a los Estados Unidos cuando acaben los combates, invitando a los palestinos de la Franja a que se desplacen a los países vecinos o a otros más lejanos como España, Irlanda o Noruega, simplemente porque al gobierno de Tel Aviv no le ha gustado la posición de estos tres estados europeos, es una barbaridad. La Casa Blanca había matizado horas antes un pronunciamiento similar que además incluía el despliegue de soldados norteamericanos, cosa que fue negada. Pero Trump, lejos de enfriar el tema, ha vuelto a insistir sin mencionar que pensaba convertir esta zona arrasada por Israel en la Riviera de Oriente Medio.
El ministro de Defensa israelí se ha puesto enseguida manos a la obra y ha ordenado a su ejército que prepare un plan que permita la "salida voluntaria" de los habitantes de la Franja de Gaza. Estaríamos hablando de que unos dos millones de personas dejaran las poblaciones donde hoy viven para iniciar un camino incierto hacia ningún sitio. Hungría es el único país europeo que ha aplaudido las posiciones de Trump y el primer ministro húngaro, el ultranacionalista Viktor Orbán, ha alabado sus habilidades negociadoras. El resto de países, supongo, tratan como sea de no abrir una guerra frontal con Estados Unidos, conscientes de los riesgos que corren si son señalados por Trump. Mientras tanto, ya se especula abiertamente sobre grandes inversiones inmobiliarias norteamericanas en una zona donde lo que hoy existe son miles de cadáveres, después de la invasión israelí, como respuesta al brutal ataque de Hamás del 7 de octubre de 2024.
Nadie se acaba de creer lo que dice Trump sobre Gaza pero tampoco nadie asegura que no sucederá
Lo más preocupante de todo es que, en estos momentos, nadie se acaba de creer lo que dice Trump, pero tampoco nadie asegura que eso no sucederá. El presidente estadounidense se sitúa en un terreno en que tiene todas las de ganar. Cuenta con una legión de seguidores —no confundir con todos los votantes que consiguió— que, como se vio en las últimas elecciones, creen a pies juntillas todo lo que dice. Así, dispone de un tablero de juego lo suficientemente grande para que le sigan en su propuesta acríticamente y no le echen en cara ninguna sus rectificaciones. Ya hemos visto unas cuantas de estas últimas, pero sus simpatizantes tienden a ponerlas en el cesto de las cosas que hará, aunque las estructuras de Washington, siempre poderosas, le han impedido en otras ocasiones que las pudiera llevar a cabo.
El día ha acabado, al menos hasta esta hora, con un nuevo desafío. En este caso, al Tribunal Penal Internacional, con sede en La Haya, después de haber firmado una nueva orden ejecutiva para sancionarlo por haber puesto a los EE.UU. y a Israel en peligro por sus acusaciones. La orden ejecutiva contempla sanciones económicas o restricciones de visado para funcionarios y sus familiares. No sabemos qué propondrá mañana, ni hacia dónde dirigirá sus dardos en las próximas horas. Por ello, muchos actores internacionales se ponen imprudentemente de perfil. Pero lo cierto es que este tono amenazador y bravucón genera una gran intranquilidad mundial. Hoy, nada nos coge lejos y todo tiene repercusiones en nuestras vidas.