Han enfriado tanto las expectativas de la reunión entre Pedro Sánchez y Quim Torra los portavoces de la Moncloa que realmente será una sorpresa que de la cita de este jueves acabe saliendo algo positivo. Y, realmente, esto es justo lo que no debería pasar: hay muchas cosas en juego para que el dirigente socialista practique la estrategia habitual de los presidentes del gobierno español con los inquilinos de la Generalitat, y que no es otra que una larga cambiada y ninguna concreción ni compromiso.
Es obvio que Sánchez acude a la reunión con Torra forzado por las circunstancia. Por decirlo en lenguaje coloquial, a rastras. Ni Torra es santo de su devoción, ni piensa asumir ninguno de sus planteamientos como acordar un referéndum de independencia, reconocer el derecho a la autodeterminación o asumir una amnistía para los presos políticos. No es mejor la opinión que Torra tiene de Sánchez, su volátil opinión de las cosas y su tacticismo permanente. Están, por tanto, empatados en pésima consideración el uno del otro.
En este clima celebrarán la tercera reunión desde que el dirigente socialista llegó a la Moncloa tras la moción de censura, en junio del 2018. Depende de cómo, una cita clave en el devenir de la legislatura española, ya que Sánchez no puede arriesgarse a perder el apoyo parlamentario de Esquerra Republicana, con la que acordó la mesa de diálogo y negociación entre gobiernos. Un compromiso por escrito que ya ha incumplido y que no parece querer calendarizar como acordó y darle la importancia que merece.
En las horas previas a la reunión se han ido filtrando las actividades de Sánchez en Barcelona este jueves y viernes así como la cantidad de encuentros que tendrá. Ayuntamiento, Diputación, sindicatos, patronales y partido. Noventa minutos para cada uno, las fotos correspondientes y una imagen de presidente que escucha a la sociedad catalana. Casualmente se ha caído de la lista el presidente de la Cambra, Joan Canadell, el más incómodo de todos. Por descontado, con los presos políticos Sánchez no hablará. Y eso que su futuro político depende de Lledoners. En el fondo, una política de vuelo gallináceo.