El barril de crudo ha alcanzado esta semana la cuota de los 80 dólares, algo que no ocurría desde 2014. En un año, el precio ha aumentado más del 50%. Y esta carrera, propiciada por las tensiones en Oriente Próximo, los apremios de países como Rusia o los cálculos de la industria del fracking, puede continuar un tiempo indeterminado porque también va a jugar el dólar.
Las apuestas son muy dispares. El Bank of America sitúa el precio del barril entre 90 y 100 dólares, de aquí al año que viene, previsión que ya había adelantado hace meses Arabia Saudí, que tiene en cartera para 2019 la privatización parcial de Aramco, la joya de su corona.
En el otro extremo se coloca Moody's, que apoyándose en la perspectiva de un fuerte crecimiento de la producción fuera de la OPEP, fija la cotización del oro negro dentro de una horquilla comprendida entre 45 y 65 dólares,
El sector comenzó a embalarse en 2016, espoleado por un acuerdo entre los países de la OPEP (Organización de los países exportadores de petróleo) y varios terceros países, en especial Rusia, para sostener las cotizaciones del crudo. La brutal crisis de Venezuela y, sobre todo, la retirada de Donald Trump del acuerdo nuclear con Teherán han incrementado las presiones sobre el mercado.
El Golfo Pérsico produce cerca de un tercio del petróleo mundial mientras la parte que corresponde a Irán representa el 2% del total. Arabia Saudí hace así de árbitro de la situación y, si bien le beneficia el alza del barril, se ha comprometido a "trabajar para la reducción de los efectos de la escasez de suministros".
La gran barrera de cara a frenar una escalada del petróleo ha caído
Ryad es actualmente un aliado de Washington (como se ha visto estos días con la inauguración de la embajada americana en Jerusalén), y no puede hacer oídos sordos a las quejas de Trump sobre la imparable alza del oro negro. Su papel concreto sería compensar la posible reducción de la cuota iraní desde los 4 millones barriles diarios a 500.000 barriles, como calcula el mercado.
Pero aún así, la gran sorpresa de los operadores es la política de reducción del shale-oil americano, cuando este petróleo alternativo debería imponer el equilibrio en fases de precios descontrolados ya que es a partir de esas circunstancias cuando resulta rentable invertir en su explotación y comercialización.
Pero sociedades parapetrolíferas como Halliburton han despedido a millares de trabajadores. Según el gabinete de análisis Kayrros, las compañías encargadas de la fracturación hidráulica no han reconstituido sus fuerzas. Los accionistas buscan rentabilidades más elevadas y prefieren esperar a que los precios ofrezcan un panorama más brillante para sus intereses. Goldman Sachs ya ha indicado que "la producción no convencional se enfrenta a decepciones en el crecimiento". De ese modo, la gran barrera de cara a frenar una escalada del petróleo ha caído.
¿Qué pasará?, se preguntan los agentes de la economía. La incertidumbre y el temor a un petróleo caro puede afectar al crecimiento. Ahora nos acercamos a las vacaciones cuando aumenta el consumo de gasolina. Los vehículos eléctricos no son para mañana. Las ambiciones políticas de liderazgo político en Oriente Próximo de Arabia Saudí aparecen como la primera valla de freno a un sobresalto energético, a lo que podría añadirse un crecimiento de la producción de la OPEP, que se estima en torno al 3% en 2018.
Veremos. Aunque a todo esto habrá de sumarse el impacto de la apreciación del dólar que se espera. Un alza significativa de la moneda americana podría atenuar el precio del barril, dado que su divisa es el dólar. Cuando ésta sube, los precios propios de la materia prima pueden incluso relajarse algo. Veremos, porque aquí hay muchos frentes en que se juega la partida.