"China se erguirá entre todas las naciones del mundo" en 2050 si el régimen se mantiene y persisten sus políticas, proclamó Xi Jinping en la apertura esta semana del 19 Congreso del Partido Comunista chino (PCC). La pretendida hegemonía global se basaría, según los estrategas de Pekín, en el consumo interior y en el despliegue de las empresas públicas, esquema que ahora mismo ha llevado la deuda en su conjunto del país (incluyendo los déficits del Estado) al 270% del PIB. El "sueño" de Xi Jingping no parece de entrada muy equilibrado.
Deseoso de permanecer como Putin un largo tiempo en el poder, el presidente Xi señaló el martes en el Gran Palacio del Pueblo que en los últimos cinco años, "en que la economía mundial se mostraba sin fuerzas para recuperarse", China se convirtió en la segunda potencia económica, aumentando su PIB desde 8 billones de dólares hasta los 12 billones actuales. Un éxito indudable que ha sacado de la pobreza a 60 millones de personas.
Pekín siente que está cerca de lograr "una sociedad moderadamente próspera" a través de una "dictadura democrática popular", que ha alcanzado una producción equivalente a las dos terceras partes de la de EE.UU. A partir de aquí se inician dos nuevas etapas, dijo Xi. Una, entre 2020 y 2035, en la que China "se situará en las primeras filas de los países innovadores", y otra hasta 2050 en que el Imperio del Medio se alzará sobre el resto de las naciones.
En el terreno económico dos factores son juzgados claves: el desarrollo del consumo interno, que habría de sustituir al viejo motor de las exportaciones, y la evolución del conjunto empresarial, que está viviendo un giro inesperado.
En materia relativa al consumo, que se juzga estratégicamente tanto o más importante que la propia Ruta de la Seda, la relevancia del sector es indudable. Representa actualmente el 39,2% del PIB, bajo en términos comparativos con las economías desarrolladas, pero muy por encima del peso que tenía en 2012, del 35,5%. Este año aportará 1 billón de dólares adicionales, que ascenderá a otros 2 billones de dólares, cuando en 2045 el consumo llegue, según los planes oficiales, hasta suponer el 41,5% del PIB, según Jim O'Neill, exejecutivo de Goldman Sachs e inventor del acrónimo BRICS.
Pekín siente que está cerca de lograr "una sociedad moderadamente próspera" a través de una "dictadura democrática popular"
El mundo empresarial es otra historia. Cierto que la Ruta de la Seda supondrá una salida de sus excesos de capacidades, pero al tiempo que se desarrollaba este proyecto se ha producido en Pekín un cambio estratégico sobre el sector productivo. De hecho, el estatuto de las empresas públicas —que debían dejar paso al sector privado— ha cambiado recientemente. "El propietario no es el Estado sino el partido", según señala en Hong Kong el banco Natixis.
Xi Jingping se habría comprometido a reformar estos mastodontes industriales, muy poco productivos, y cuya permanencia es lo que ha hinchado la deuda pública, juzgada "un problema enorme", según los expertos.
Las autoridades han procedido a su vez a fusiones entre empresas públicas para formar campeones nacionales de envergadura mundial. "Es un planteamiento muy diferente del que esperaba el mercado hace cinco años, cuando se hablaba de privatizaciones", según Aidan Yao, jefe de Aixa IM. Un sector privado independiente es un peligro para el PCC, se juzga.
También en el ámbito de las start-up y de la tecnología, como Huawei, el Estado ha aumentado su control a través de los gobiernos regionales y de las "golden shares". El gigante Alibaba también está en el objetivo.
La campaña contra la corrupción ha llevado a 1,4 millones de funcionarios corruptos a la cárcel, pero las clases populares piensan que la economía no se ha liberalizado sino que se ha cerrado más. Con esas premisas, la pretensión de lograr marcar en el futuro las reglas económicas del mundo se juzga más bien como una de esas leyendas que descansan en el fondo del río Amarillo.