La vuelta a los parquets después de Semana Santa se ha presentado cargada de aristas para las bolsas, con la amenaza de guerra comercial entre Estados Unidos y China en primer término. Al final, la pasión y el miedo han dado paso a una apuesta por el pragmatismo que ha propiciado subidas en los índices.
No pudo empezar peor el retorno de las vacaciones. Arrancaba un nuevo trimestre sin rumbo para Wall Street, el Eurostoxx y el Nikkei. Los datos diarios eran preocupantes. Las empresas industriales americanas revelaban una producción a la baja mientras la confianza de los consumidores se debilitaba inesperadamente, según la Universidad de Michigan. En China, la producción manufacturera retrocedía y en Japón el fantasma de la deflación reaparecía asustando a los empresarios. La inquietud saltaba desde los tableros electrónicos. La evolución de la inflación y la respuesta de los bancos centrales habían dejado de ser la variable a seguir.
Muchos operadores temieron que se volviera a producir un nuevo 5 de febrero, día en que el Dow Jones bajó 1.175,21 puntos, el mayor revés de su historia, por encima incluso que los sufridos en plena crisis financiera.
Pero esta vez no era por el temor a un alza de los tipos de interés, sino por un abanico de riesgos que, sumados, podrían crear una atmósfera irrespirable.
Por orden de aparición, en primer lugar estaban las tecnológicas, valores que habían actuado como catalizadores de la Bolsa de Nueva York y del Nasdaq, arrastrando —aunque a menor ritmo— a los demás. Al escándalo Facebook se sumó el mortal accidente de un coche automático de Tesla y los comentarios de Donald Trump contra Amazon, al que acusó de no pagar los impuestos que debería y destruir empleo. El modelo de negocio de Silicon Valley quedaba en entredicho cuando, según El Erian, "muchos de los que están estrechamente involucrados en inventos tecnológicos e innovaciones sienten que ahora podemos estar en medio de una acelerada disrupción".
"Que Wall Street se vaya al diablo", exclamó Stephen Bannon, el influyente exasesor de Trump, cuando el miércoles llegaban noticias alarmantes de caídas bursátiles. El retroceso venía después de que Pekín revisara su respuesta a Washington y anunciara su intención de aplicar medidas de retorsión contra automóviles, aeronaves y soja americanos por valor de 50.000 millones de dólares, frente a los 3.000 millones previstos inicialmente. ¿Se venía encima una guerra comercial? Una guerra que, además, se aplicaba sobre productos muy importantes para los votantes que en noviembre deben respaldar la política del inquilino de la Casa Blanca.
El secretario del Tesoro americano, Steven Mnuchin, y el de Comercio, Wilburg Ross, se apresuraron a tranquilizar a la gente indicando que "el asunto se resolvería con negociaciones".
¿Es una guerra comercial o una compleja estrategia de negociación?
Stephen Bannon arremetía contra Wall Street porque, según dijo, siempre se mueve a corto plazo cuando la confrontación entre EE.UU. y China tiene que ver con el robo de la propiedad intelectual, base de la industria americana.
El mercado se calmó ante la perspectiva de una negociación quizá insatisfactoria pero mejor que una confrontación directa. La posibilidad de un escenario catástrofe llevó en Wall Street a barajar la hipótesis de que la desintegración de la estación especial china Tiangong-1 había sido un aviso a Trump, amenaza que posteriormente se desdeñó.
Un nuevo clima se respiraba ya el jueves, con subidas en Japón, Europa y en las bolsas americanas. Tras tanta agitación, los mercados decidieron apostar por moverse a ritmo de los resultados empresariales del pasado trimestre que saldrán en breve.
Pero ahí no acabó la cosa. El hasta ahora expansivo mercado laboral americano se frenó. En marzo se crearon 103.000 empleos, con un aumento débil de los ingresos, del 0,3%. Ante este dato, el Dow Jones retrocedió el 2,27%, hasta 2.3946,20 puntos.
Antes, en la madrugada del viernes, Trump dobló la apuesta americana y sumó otros 100.000 millones de dólares en nuevos aranceles frente a China —con los que suma un total de 160.000 millones de dólares—, que Washington reclama indirectamente como pago a los derechos de propiedad intelectual (invenciones claves y desarrollos tecnológicos) absorbidos gratuitamente por China en los últimos años y la actualidad. Pekín respondió que es capaz de llegar hasta el final en esta afrenta.
¿Es una guerra comercial o una compleja estrategia de negociación? Wall Street estimó al cierre de la semana que las cosas pintan mal. El arranque de abril viene con muchas nubes.