El largo conflicto de Ucrania, quizá el más difícil y amenazante en mucho tiempo en Europa, comenzó a ser manejable a partir del canciller alemán, Olak Scholz, quien dijo que "hay razones de discusión para que las cosas evolucionen de manera positiva y las debemos utilizar". Olak Scholf había mantenido hasta entonces un perfil bajo en la crisis de la frontera ucraniana. A pesar de ser el principal motor de la UE, Alemania se encuentra en una situación compleja con el resto de la Comunidad Europea. Su historia, su posición geográfica, junto con su dependencia energética, se han convertido en el cocktail idóneo para que sea uno de los países más rusófilos de la Unión Europea. En distintas ocasiones Ucrania le ha pedido que le envíe material de defensa, como misiles antiaéreos. A diferencia de otros países europeos la respuesta de Berlín fue "nein".
Esa distancia ha generado malestar, más privado que público, de sus aliados. El propio Olak Scholz se obligó a tomar un papel más activo en la crisis visitando la Casa Blanca, después al presidente ucraniano, Valodímir Zelenski, en Kiev a partir de un principio: agotar la vía del diálogo. En su encuentro con el presidente norteamericano, Joe Biden insistió en que el gaseoducto Nord Stream II no entraría en vigor si Rusia ataca a su vecino, sin que el canciller alemán mencionase ni siquiera el Nord Stream II, que supone el gas más barato a una Alemania que importa desde Rusia el 51% todo lo que consume.
Unos días después de que lo hiciera, el presidente francés, Emmanuel Macron, se convirtió en el segundo líder europeo en sentarse junto a Vladimir Putin, pidiéndole pasos hacia la desescalada. El propio Kremlin reconoció entonces que la vía diplomática se había abierto, cuando en el resto de capitales occidentales (excepto París) se cerraba. Pese a ello, Ucrania estaba cada vez más aislada ante las advertencias de la inteligencia estadounidense de que la invasión era "inminente" (se rumoreó que sería el 16 de febrero). Scholz no perdió la calma: "Si ocurre, sabremos cómo proceder". Junto con Macron (que hizo de mediador) se colocó en el otro lado de Europa. Y en esas, el embajador ucraniano en Inglaterra hizo unas reveladoras declaraciones en la BBC: Ucrania podría aceptar no entrar en la OTAN si eso evitaba la guerra con Rusia. Con ello, la extensión y ampliación de la Alianza Atlántica al Este se puso en cuestión.
Una Ucrania miembro de la OTAN sería cruzar una línea roja, cuando lo que hace falta es que se sienta segura
Putin había insistido —sin pocos que le creyeran— que no atacaría a Ucrania. Cuando Alemania le apoyó —y desde lejos, Francia— comenzó la desescalada, sin poder evitar que fuera en parte desordenada e inconexa. Eso hizo extender el escepticismo de los gobiernos occidentales, espoleados por EE.UU., que anunciaba un "ataque inminente”. Moscú calificó tales advertencias de "histeria" y propaganda. El portavoz del Kremlin, Dimitry Peskov, dijo que la OTAN "tiene dificultades para evaluar la situación con seriedad". El presidente del Consejo Exterior y de Defensa, Alexander Lukashenko, declaró que la retirada rusa podrá no ocurrir de inmediato, advirtiendo que una Ucrania miembro de la OTAN sería cruzar una línea roja, cuando lo que hace falta es que se sienta segura. Peskov ya avanzó que las negociaciones iban a ser difíciles y que sería necesaria una flexibilidad por ambas partes. También aseguró que Moscú no hará un reconocimiento formal de los separatistas rusos. Asimismo, todas las tropas rusas abandonarían Bielorrusia. "La retirada de las fuerzas rusas de la frontera con Ucrania está en marcha y en 50 días se completará todo el repliegue", indicó.
Por último, el jueves los jefes de Estado y de Gobierno de la UE se reunieron en Bruselas para intentar consensuar una opción común. Alemania y Francia llevaron la voz cantante al velar por los Acuerdos de Minsk, firmados en 2015 por el presidente ucraniano, Petro Poroshenko, y el ruso, Vladimir Putin. De cara a los principios que se deben aplicar, hay posiciones muy dispares: los dos países bálticos y Polonia son los más duros. Y Alemania o la Italia de Mario Draghi han jugado el papel contrario, junto con Hungría. Olof Scholz, que presidió la reunión, dijo: "Hemos tomado nota de que ha habido señales desde Moscú, incluida la voluntad de participar en un proceso diplomático". Pero, agregó: "Seguimos siendo muy cautos porque no hay suficiente potencia militar en la frontera ucraniana, así como en Bielorrusia, como para parar una invasión".
Moscú ahora siente que podría exigir la revisión del orden de seguridad europeo y de volver a "una división dulce" de Europa, no como la de la guerra fría, con una línea clara entre vuestra esfera (la occidental) y nuestra esfera de seguridad, con una zona tampón que debería estar en manos de Ucrania", según Fiódor Loukiánov, presidente del Consejo Exterior y de Defensa. Eso es lo que podría ser objeto de disputas diplomáticas, quizá tensas, en las que ahora se podría orientar el largo juego del ajedrez en la zona Este. Marcus Ashworth, columnista de Bloomberg, resumió así la situación. "Este año ha tenido un comienzo difícil. Una resolución que no involucre derramamiento de sangre reordenaría la lista de presiones subyacentes. La recuperación inconexa continuará con sus baches. Así que les digo a mis amigos: “No esperéis mucho del dividendo de la paz".