No ha sido un crack, pero el agujero que se ha producido en el aire que respiran los mercados ha desequilibrado el ambiente general. El ritmo desigual de crecimiento entre los grandes países (Estados Unidos crece el doble que la zona euro) ha roto el statu quo global que mantenía los tipos de interés bajos y las políticas monetarias expansivas.
Los vientos en contra se arremolinaron el 10 de octubre cuando Wall Street perdió más del 3% coincidiendo con la rebaja anunciada de previsiones económicas del FMI. La directora gerente de la institución, Christine Lagarde, mencionó a su vez las valoraciones de las acciones de Estados Unidos indicando que eran "extremadamente altas".
Por razones de oportunidad y para dar paso a una corrección tiempo esperada, Wall Street se sumó al carro de los bajistas aprovechando que los bonos americanos a 10 años podrían alcanzar, según Pimco, una rentabilidad nada desdeñable del 3,5% para fases de transición.
Pero el efecto descarga del mercado fue frenado casi una semana después, cuando los "cazagangas” entraron en el mercado en busca de oportunidades. Ello sucedió coincidiendo a su vez con el arranque de la campaña de presentación de resultados de las compañías americanas, pasarela que abrieron los grandes bancos y sociedades financieras como J.P. Morgan, Black Rock, Morgan Stanley y Goldman Sachs, junto con el sector de la salud. Las fuertes ganancias logradas superaron las expectativas, que respaldaron la confianza en la economía americana al ir acompañadas de informes que muestran que la producción industrial y las ofertas de empleo están aumentando.
Otro punto negro que ha estado rondando sometido a una fuerte presión ha sido el precio del petróleo tras la desaparición del periodista Jamal Khashoggi, que hizo pensar a algunos que la cotización del crudo podría llegar a 400 dólares si Donald Trump tomaba represalias contra Riad. Al final, el presidente americano ha aceptado la versión de Arabia Saudí para no dañar las relaciones con el régimen. El barril de petróleo se ha situado en torno a los 81 dólares.
La guerra comercial era otro de los vientos en contra que pueden ser señal, como dijo Joko Widodo, presidente indonesio y anfitrión de la reciente cumbre de Bali, del "invierno que viene". The Economist se preguntaba la semana pasada cómo será la próxima recesión, cuando, de momento al menos, el FMI mantiene unas perspectivas de crecimiento mundial del 3,7% en 2018 y el 2019. Pas mal.
Sobre quién ganará la guerra comercial, el FMI dijo que EEUU y China perderán, pero sobre todo el Imperio del Centro, que cederá el 0,5% del PIB el año próximo. Y sobre el yuan, que se ha depreciado el 9% frente al dólar en los últimos seis meses, hablarán Trump y Xi Jinping el 30 de diciembre en Buenos Aires, dentro de la cumbre del G-20.
Cuestiones europeas, como el Brexit o los resultados electorales en Alemania, han sido abordadas estos días, especialmente el complicado divorcio británico de la UE, porque puede tener unas repercusiones negativas inesperadas sobre la economía global.
Lo que queda de estos días es una sensación de que, sin ir mal la economía, las relaciones entre los países son cada vez más enrevesadas y que las diferencias de crecimiento que van a proseguir pueden no ayudar a mejorarlas. Así que la volatilidad continuará.
Por último, cabe mencionar la confusión creada con el impuesto sobre las hipotecas, al decir el Tribunal Supremo el jueves que son las entidades y no los clientes quienes deben pagarlo, si bien después el Supremo volvió a sus dudas y se corrigió para indicar la necesidad de proceder a una reflexión sobre la conveniencia del cambio y su aplicación. El viernes los bancos subieron y el Ibex cerró ligeramente en positivo, sin que ello evite la sensación de que la fase de turbulencias no ha terminado.