Este octubre catalán marcará la historia de la Unión Europea. Es demasiado pronto, sin embargo, para saber si a la larga será para bien o para mal. Muchos hemos recibido con decepción la actitud de las altas instancias comunitarias ante la violencia y la intransigencia del Estado español ante el referéndum de autodeterminación. Nos habíamos creído que Europa era otra cosa, y a la hora de la verdad Catalunya ha resultado ser más europeísta que las élites de la UE.
Algunos se han apresurado a situar el independentismo entre los enemigos europeos. Nos intentan vender que la secesión es un proyecto contrario a la unificación europea y presentan la lógica decepción que hay entre muchos catalanes como una evidencia de euroescepticismo. Aquí sabemos que no es así. Que algunos países de los más avanzados y democráticos de Europa todavía permanezcan fuera de la UE y/o del euro ya nos sugieren que no todo es perfecto.
Hemos visto líderes europeos hablando en términos apocalípticos de la posibilidad de la división de un Estado, cosa muy elocuente. El presidente Juncker llegó a decir hace poco que "el nacionalismo es veneno", para acabar defendiendo las naciones en contra de las regiones. Curiosísima lectura de la situación, cuando es obvio que el principal obstáculo a la construcción europea (en el Reino Unido, en Francia y por todas partes) es el nacionalismo de estado. Y siendo que históricamente los nacionalismos como el catalán o el escocés son los que menos cuestionan la unidad europea.
Los Estados Unidos de Europa existirán el día que, entre otras cosas, la división de un estado miembro no ponga en duda la pertenencia de los estados resultantes en la federación
Desde tiempo atrás, las élites de la UE —en connivencia con el nacionalismo español—, han impuesto el discurso que la división de un estado miembro no es posible y que, en todo caso, comportaría la salida de la Unión del territorio que se independice. Como el único precedente es la descolonización de Argelia, un territorio no europeo, y sucedió hace más de 50 años (cuando sólo existía la Comunidad Europea), realmente no se ha hecho la reflexión necesaria sobre la cuestión. Sea como sea, la negación de la posibilidad de admitir nuevos estados nacidos dentro de las propias fronteras no deja de ser indicativa de la clase de Europa que se está construyendo.
El profesor Barto Fassbender ya ha empezado a plantear con lucidez esta reflexión. Según él, la UE está respondiendo al proceso catalán con la visión propia de una organización internacional, como si fuera sólo una unión de estados. Pero ahora mismo, mirando los tratados, podemos decir que la unificación ha ido mucho más allá. La UE es, o al menos nos lo habíamos creído, una federación en construcción. Los europeístas de verdad trabajan con este horizonte federal. Y los Estados Unidos de Europa existirán el día que, entre otras cosas, la división de un estado miembro no ponga en duda la pertenencia de los estados resultantes en la federación. Para decirlo en términos más técnicos, será cuando la secesión pase a ser una partición.
Kentucky es el estado número 15, de los Estados Unidos, el primero que nació de la partición de una de las 13 colonias —en concreto Virgínia— que se habían de independizado de Inglaterra unos 16 años antes. Su admisión a la Unión se produjo después de Vermont, que era independiente de facto, gracias a un artículo de la Constitución federal aprobada 3 años antes. Este artículo (sección 3ª del artículo IV), regula la admisión de nuevos estados y prevé expresamente que se puedan cambiar las fronteras internas de los estados. Al amparo de este artículo se han creado dos estados más: Maine, que se separó de Massachussets, y West Virginia, que también se separó de Virginia.
Los pueblos del continente decidieron crear la UE con la vocación de ser un espacio de paz y libertad en el cual la violencia política quede desterrada para siempre
Varias federaciones han sido, antes de serlo, una confederación de estados soberanos. Durante los años previos a la Constitución, cuando los Estados Unidos se regían por los Artículos de la Confederación, no se produjo ninguna partición, ni estaba expresamente prevista. En efecto, contemplar la partición (la secesión interna) es uno de los elementos que puede distinguir una confederación de una federación. En Suiza, que es una federación a pesar del nombre, no hace tanto de tiempo que se llevó a cabo la creación del nuevo cantón de Jura, que se separó de Berna en 1978.
Si Europa es un proyecto de ciudadanos, y no un club de estados o un negocio de grandes mercaderes, antes o después tendrá que velar más por las fronteras externas que las internas. La viabilidad de lo que el profesor Neil McCormick (que llegó a ser eurodiputado del Partido Nacional Escocés) popularizó como "ampliación interna" parece que —ahora más que nunca— será la prueba del 9. Si la UE quiere avanzar en la unidad europea, antes o después tendrá que contemplar la partición de un estado miembro. De lo contrario no será nunca una verdadera unión democrática de ciudadanos.
Los pueblos del continente decidieron crear la UE con la vocación de ser un espacio de paz y libertad en el cual la violencia política quede desterrada para siempre. Unidad y democracia requieren debilitar las fronteras internas y reforzar la condición de ciudadano europeo. Que la propia cúpula de la Unión amenace con la pérdida de sus derechos como ciudadanos europeos los que quieren cambiar las fronteras 'nacionales' manteniéndose fieles al proyecto europeo, va radicalmente en contra de la unificación europea. Y se tendría que decir más. Construir una UE democrática exige tender hacia una unión federal, y no lo seremos hasta que Catalunya pueda ser como Kentucky.
Josep Costa es letrado y profesor asociado de Teoría Política en la UPF (@josepcosta)