En cuanto al catalán, la Catalunya del Nord nos tendría que servir de ejemplo para no cometer los mismos errores que cometieron ellos. Francia lo tuvo muy claro: la mejor manera de conseguir que una lengua desaparezca es haciendo creer a sus hablantes que es una lengua ridícula y que no les servirá para nada; humillando a las personas que la hablan, y diciéndoles que el francés es la única lengua de prestigio del Estado y que, por lo tanto, será la única que les abrirá las puertas del mundo laboral y les convertirá en personas respetables. Tanto el occitano como el catalán, después de esta campaña de desprestigio lingüístico, quedaron reducidos drásticamente. El momento clave de la muerte de una lengua es cuando la generación que tiene padres que todavía hablan esta lengua decide dejar de hablarla porque la encuentra ridícula y menos guay. Cuando se produce esta ruptura generacional, es muy difícil dar marcha atrás para salvar la lengua si no se tiene la fuerza de un estado detrás.
Los jóvenes catalanes se han creído la historia de que el castellano les abrirá más puertas y que es una lengua más guay y moderna
En Catalunya, casi hemos llegado a este punto. Sin embargo, ahora mismo nos encontramos en un momento de vacilación muy frágil. Por un lado, la mayoría de jóvenes de las ciudades más pobladas de Catalunya ya utilizan el castellano en la calle y en las redes sociales; y en los pueblos pequeños (donde nunca se había oído hablar el castellano), debido a la fuerte entrada en Catalunya de personas provenientes, principalmente, de países castellanohablantes de América del Sur (que hablan castellano y ven que en Catalunya nadie les obliga a hablar catalán y no les hace falta aprenderlo para nada), se está empezando a hablar castellano en la calle y un catalán castellanizado en casa. Por otro lado (por suerte), hay algunos jóvenes que reivindican el uso del catalán en las redes sociales, que lo utilizan habitualmente en la calle y que tienen ganas de salvarlo porque aman su lengua materna. El problema radica en que cada vez es más elevado el número de jóvenes que abandona el catalán para hablar en castellano y que, si Catalunya no se convierte en un estado independiente y no puede tomar sus propias medidas políticas para proteger el catalán, será muy complicado que podamos salvarlo. La fuerte entrada de gente proveniente de países de habla castellana (a los que no se les obliga a hablar catalán ni tampoco muestran ningún tipo de interés por aprenderlo) puede decantar la balanza hacia la sustitución lingüística. Catalunya no tiene tiempo de integrar a tanta gente proveniente de estos países; con las infraestructuras de que dispone, no da abasto.
Otro problema que se añade a todo esto, y al cual hacía referencia al principio del artículo, es que los jóvenes catalanes —tal y como hicieron los jóvenes de la Catalunya del Nord— se han creído la historia de que el castellano les abrirá más puertas y que es una lengua más guay y moderna. Y si, a esto, le sumamos la baja autoestima de los hablantes, tenemos, como resultado, una sustitución lingüística difícil de reparar. El día que mi sobrino de seis años me miró a los ojos y me dijo "se m’ha caigut", se me erizó todo el pelo. Como era de esperar, le hice leer la obra de Pompeu Fabra entera para que no volviera a cometer semejante error (con los pronombres débiles no se juega). ¿Dónde ha aprendido a realizar esta construcción? En casa, seguro que no. Seguramente, lo ha aprendido escuchando un vídeo de YouTube o en el patio de la escuela. Si una persona que tiene todo el entorno familiar catalanohablante, empieza a introducir palabras o expresiones castellanas, ¿qué hará alguien que ya tiene el entorno familiar castellanohablante? Un día, se introduce una palabra castellana; otro, se omite un pronombre débil o se añade uno de más, y, al cabo de un tiempo, ya tienes una persona que utiliza más expresiones, estructuras sintácticas y palabras castellanas que catalanas. Y, de ahí a hablar solo castellano, solo hace falta dar un pequeño salto.