Recientemente, he visto Merkel, un documental de 2022 dirigido por Eva Weber que, según su sinopsis, cuenta "la historia de cómo una inadaptada por partida triple —mujer, científica y alemana del Este— se convirtió en la líder del mundo libre". Por lo que muestra la película, Merkel centró su discurso de despedida en la democracia. Dice que "hay que vivirla, cumplirla y protegerla". Dice "que ella nos necesita tanto como nosotros a ella" que "la democracia no vino regalada". Marcada por su infancia en la RDA, insiste en que "tenemos que trabajar unidos para mantenerla" y justifica lo que dice reconociendo que "a veces me da miedo que demos por hecha la victoria de la democracia, como si no tuviéramos que hacer nada por ella". Y el remate final: "Como si pasara de generación en generación por inercia". Habla a todos. Una alerta, aplicable a todos los países y a todas las generaciones. A los mayores les dice que es necesario protegerla; a los jóvenes que no la den por hecha.
La alerta de Merkel sobre la democracia es de alguien que sabe lo que significa no tenerla; de alguien que sabe cómo costó conseguirla; y de alguien que es consciente de que si seguimos despistados, quizás el día que queramos corregir el rumbo ya no estaremos a tiempo. Cuando habla, la Canciller se dirige también a la gente joven. Acostumbrado a vivir en un país donde, para no frustrarlos, nos limitamos a tratar de financiarles la precariedad y no exigirles ningún tipo de responsabilidad ni compromiso, me parece potente. De hecho, centrándonos en Cataluña, aparte de la democracia, me parece un discurso aplicable a otros elementos clave respecto a nuestras opciones de supervivencia como pueblo, como son, por ejemplo, la lengua y la cultura catalanas. Y sí, hay que poder empezar a decirle a una generación que culpa de todos sus males al sistema —y no digo que no tengan razón en algunos casos—, que les interpelamos sobre la gran responsabilidad que tienen: no ser quienes se carguen la lengua catalana.
Estamos hablando de una generación que, viviendo en libertad, está dejando de utilizar el catalán para relacionarse
Tal y como escribió Carme Junyent en El futur del català depèn de tu, "en los procesos de extinción de una lengua se distinguen tres fases: la primaria, la decadencia y la muerte". Si se entra en la segunda, es muy difícil volver atrás. "Se considera que una lengua entra en fase de decadencia cuando los padres dejan de hablarla a los hijos, es decir, cuando se interrumpe su transmisión generacional". ¿En Catalunya estamos en este punto? Creo que no. Quiero pensar que todavía no. Pero estamos en el último estadio de la fase primaria: cuando una lengua pasa a subordinarse. "Una lengua nueva va interfiriendo en la lengua que se habla en un territorio y se va imponiendo (…) la lengua subordinada va siendo estigmatizada y sustituida". No estamos hablando de que el catalán se haya prohibido, aunque no lo tiene fácil. Estamos hablando de una generación que, viviendo en libertad, está dejando de utilizar el catalán para relacionarse, para incorporar a los inmigrantes, para hacerla útil. Tan espabilados que son para según qué y parece que por suficiencia, desgana y falta de compromiso no son capaces de hacer lo sus abuelos y tías supieron hacer en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado en unas condiciones muy adversas. Como decía Espriu, "sobrevivieron para salvaros las palabras". Los de después recuperaron las instituciones e hicieron del catalán lengua vehicular en la escuela. La hicieron herramienta de integración y le devolvieron el prestigio. Y crearon medios de comunicación. Como ven, el catalán no pasa de generación en generación por inercia. Como decía Merkel sobre la democracia, hay que vivirlo y protegerlo. Y ahora os toca a vosotros, a los jóvenes. Si todo esto cae porque no sois capaces de valorarlo, no os lo perdonaremos.