Mamó el periodismo en el “laboratorio fotográfico” de los Pérez de Rozas en la Ronda Universitat donde su padre le mandó a un campo de futbol y le dio su primera cámara profesional con instrucciones muy precisas: “El gol, Carlos, el gol; si no captas el gol, nadie nos comprará tus fotos”.
Carlos Pérez de Rozas Arribas (1948-2019) murió esta madrugada en Madrid de regreso de unas vacaciones en Extremadura con Carmen Canut y un matrimonio amigo.
Estuve con ellos en vísperas de ese viaje. Carmen y Carlos pasaron un fin de semana en Aiguablava y me contaron de esa tradición anual de unas vacaciones siempre diferentes en compañía de los mismos amigos. Nadamos juntos al amanecer en esa playa que Josep Pla consideraba paradisíaca. Hablamos mucho de periodismo. Carlos no se rendía y seguía soñando en el gran poder de las fotografías, con el “momento definitivo”. Descubrió en mi biblioteca un libro que no conocía y que le entusiasmó, 101 Tragedies of Enrique Metinides, un modesto fotoperiodista mexicano de sucesos.
La noche anterior habíamos cenado en el Pa i Raïm de Palafrugell, restaurante que está en la casa donde nació Pla. Recordó entonces cuando como secretario de redacción de la revista Destino estaba encargado de recibir sus artículos manuscritos que llegaban por recadero: “Había que pagarle en el acto y entonces empezaba la odisea de traducir, mecanografiar y editar el texto. Todos metíamos mano y al final el editor Vergés hacía los últimos cambios” ·
A Carlos le conocí en la Universidad de Navarra; asistió a varios seminarios en compañía de Josep María Casasús y Manolo Lamas que con Paco Noy estaban preparando el gran cambio editorial y gráfico de La Vanguardia.
Había trabajado en Destino, Diario de Barcelona, El País Catalunya y El Periódico; estuvo en los comienzos del Capítulo Español de la Society of News Design (SND) y los Premios Malofiej de Infografía. Pronto conoció y se hizo amigo de Miguel Urabayen con quien compartía la pasión por el periodismo visual.
Dos años antes del gran relanzamiento de La Vanguardia, Carlos me llamó y me dijo que Francisco Noy quería conocernos. Fuimos a Barcelona Carlos Soria y yo y tuvimos un almuerzo espléndido en el hoy desaparecido restaurante Reno, que era una de las cocinas preferidas de Paco Noy.
Allí nos explicó la razón de aquel encuentro.
-Tenéis que ayudarnos porque necesitamos un diseñador joven con un inglés perfecto que durante dos años pueda trabajar en el estudio de Walter y Milton en Nueva York, y ser nuestro liaison durante el proyecto de rediseño.
Noy era un dandi que gastaba elegantes hipi-hapas de palma fina porque padecía alergia al sol; gastrónomo exquisito, hacía la compra de su casa en el mercado de la Boquería; amante de la cultura francesa (le concedieron la Legión de Honor) fue un director “puente” entre Lluís Foix y Juan Tapia, pero tuvo la dicha de trabajar en este gran cambio periodístico y lo hizo con sus mejores artes de encanto personal, bonhomía y un cierto aire de profesor despistado con los cuales sorteó las muchas dificultades y obstáculos que, dentro y fuera de la familia Godó, ponían en peligro aquella gran apuesta por la innovación y modernidad.
Le conseguimos la persona indicada, que fue María José Oriol, una catalana que había estudiado Periodismo en Pamplona y trabajaba entonces como maquetista de Las Provincias en Valencia.
Carlos Pérez de Rozas, como futuro director de diseño de la nueva Vanguardia, tenía que viajar a Nueva York, pero su miedo a los aviones hacía casi imposible esa tarea de seguir sobre el terreno el trabajo de los norteamericanos… Y, otra vez más, fue Paco Noy el que encontró la solución: si tenía miedo a los aviones que fuera y volviera en el Queen Mary desde Southampton a Nueva York, travesía de siete días en cada sentido, que Carlos Pérez de Rozas hizo con el visto bueno de Javier Godó.
Carlos fumaba entonces como un cosaco. El invierno pasado me recordaba Walter Bernard que Milton Glaser estaba aterrado con los toscanos, que Carlos pudo seguir fumando gracias a que Walter y Milton le habilitaron un despacho de fumador donde trabajaba con María José.
Si El País había sido diseñado por un alemán en blanco y negro en un clasicismo tipográfico impecable, La Vanguardia apareció en color con todo lo mejor del diseño norteamericano y un modelo periodístico mucho más atractivo jovial e irreverente.
Carlos Pérez de Rozas fue nombrado director adjunto del diario, primera vez que un periodista visual formaba parte de la dirección de un diario español; él fue quien como rey del mambo gráfico dio “alma, corazón y vida” a una Vanguardia que abría su primera página con los tres pisos ideados en Nueva York, una edición fotográfica desconocida hasta entonces en España y una sensibilidad por todo lo visual que fue reconocida con los premios mundiales de la Society of News Design en la categoría de los diarios mejor diseñados del mundo. Rosa Mundet pasó a ser la directora de Infografía e Ilustración y responsable del diseño de la revista dominical donde también terminó trabajando María José Oriol hasta que dejó el diario en 2017.
A partir de entonces, y pese al miedo a volar que seguía padeciendo, Carlos Pérez de Rozas se convirtió en un embajador mundial de La Vanguardia contando, con su entusiasmo y conocimiento del tema, aquel cambio gráfico y periodístico revolucionario. Colaboró con INNOVATION y nos acompañó en muchos seminarios internacionales. Su entusiasmo vital y su pasión por el fotoperiodismo eran sus señas de identidad.
Carlos con Toni Cases nos ayudaron también a organizar el primer Congreso Mundial de la SND fuera de Estados Unidos que fue un éxito inenarrable.
Frente a la miopía de algunos directivos, siempre defendió a sus fotógrafos, diseñadores e infografistas. Pocos días después de nuestro último encuentro en Aiguablava me envió la portada de un diario brasileño donde sus periodistas protestaban por medidas draconianas que ponían el peligro su continuidad, y escribió dolorido: “Les quieren recortar el 40% por ciento del sueldo a todos los periodistas. ¡No vamos bien!” Fue una de las pocas veces que le vi triste e indignado. Y es que como ha escrito su hermano Emilio, nunca manifestaba rencor, y siempre hizo como lema de su vida el que “hay que ser amable, hay que ser fiel, hay que ser atento, hay que ser auténtico, hay que ser amigo".
Y lo fue de tantos que hoy lloran su muerte: desde Antonio Franco, Fermín Vilchez y Xurxo Lobato a Pepe Baeza, Toni Cases o Pedro Madueño, y Wayne Kamedoi, director de arte del New York Times con quien tenía una especial relación de admiración y amistad profesional. Y es que Carlos, como maestro de periodistas pasados, presentes y futuros, contagió su pasión periodística a cuantos los conocieron y trataron como colegas o alumnos, y lo hacía recopilando de modo obsesivo las mejores páginas de diarios y revistas de todo el mundo. Te llamaba y te preguntaba: “¿Conoces al director de arte del Daily Telegraph?" Ha publicado una primera de campeonato”.
“El gol, Carlos, el gol” se convirtió en “la foto” y “la página”. Tal vez por eso su último mensaje lo recibí el 23 de julio donde me adjuntaba esta página del New York Times. No quiero ni pensar cómo la habría presentado en sus clases.
Carlos, que pasó sus últimos años como culé inasequible al desaliento, era un fanático del béisbol. La saga de los Pérez de Rozas continúa con Carlitos, el idolatrado hijo de Carmen y Carlos, hoy cocinero y propietario del Berbena (Minerva, 6), un restaurante-boutique donde alienta también la sabiduría gastronómica de su padre.