Como escribo este artículo desde el pasado, no sé, ni puedo saber, qué sucederá hoy ante el tribunal que tiene que juzgar a Laura Borràs. Desconozco si se reunirá mucha o poca gente para protestar. Estoy seguro, sin embargo, que muchas personas de lo que se ha denominado el 'sector pragmático' de Junts per Catalunya, los más vinculados —por trayectoria o ideas— a Convergència Democràtica, no estarán o, si están, será porque no les queda otro remedio, porque no pueden zafarse.
Laura Borràs se sienta hoy en el banquillo de los acusados por su gestión al frente de la Institució de les Lletres Catalanes. En concreto, se la acusa de fraccionar dieciocho contratos —con un importe total de más de 309.000 euros— y de adjudicarlos a dedo a un amigo suyo. Los contratos eran para actualizar la web de la entidad. El amigo, Isaías Herrero, no debe ser hoy tan amigo, pues parece que ha negociado un pacto para, a cambio de una condena simbólica, confesarlo todo, por lo tanto, cargarle el muerto a Borràs. A los dos se les imputan delitos de prevaricación y falsedad documental. El fiscal pide para la exconsellera de Cultura seis años de prisión, veintiuno de inhabilitación y 144.000 euros de multa. No es poca cosa.
Hasta Borràs llegaron los Mossos d'Esquadra —no la Policía Nacional ni la Guardia Civil— a través de su entonces amigo Herrero, a quien investigaban por tráfico de drogas y falsificación de moneda. Siguiendo a Herrero —finalmente condenado a cinco años de prisión— los agentes chocaron con Borràs y el supuesto troceo de contratos para favorecerlo. La defensa de Borràs ha pedido la anulación de los correos en que quedaría clara —según los fragmentos que se han publicado— la complicidad de Borràs y Herrero.
En la concentración de hoy participará, si nada ocurre, el secretario general de Junts, Jordi Turull, que ha llamado a todo el mundo a participar porque, ha dicho, asumiendo el discurso exculpatorio de Borràs, que la causa contra ella no es otra cosa que "persecución política". No puedo hablar por él, pero pienso que lo debe estar pasando mal, dado que debe saber, como sabe la gran mayoría de ciudadanos de este país, que el juicio a Borràs no forma parte de la ola represiva del Estado contra el independentismo. Lo único que se puede decir, en este sentido y como mucho, es que, tal vez, si Borràs no fuera quien es, el fiscal habría pedido unas penas menores.
Decía que Turull lo debe estar pasando mal porque a pesar de ser consciente —supongo— de que el juicio contra Borràs no es político, él le da apoyo y liderará la concentración de protesta. Turull hace sufrir. Pero hay quien dice que, si se encuentra en la situación comprometida que se encuentra, es solo por culpa suya. Que si hubiera hecho lo que tenía que hacer, ahora no tendría que disfrazarse de incondicional de Borràs. Le reprochan, también, entre otras cosas, que no haya aprovechado para cortar la cabeza de Dalmases —escudero de Borràs—, después del escándalo que este protagonizó al abroncar, fuera de sí, una periodista de TV3. También duele, y mucho, entre el sector pragmático, que Turull no hiciera campaña para continuar en el gobierno de la Generalitat, y dejara que, entre el president Aragonès y los borrasistas, los empujaran hasta la puerta de salida.
Sea como sea, que nadie piense que la concentración de protesta contra la "persecución política" de Laura Borràs es una anécdota más. A partir de hoy, aunque sean muchos los representantes del sector pragmático que se ausenten del acto, a Junts per Catalunya le será todavía más difícil evolucionar para convertirse en un partido competitivo y poder algún día volver a gobernar. Le será más complicado, en definitiva, transformar su discurso actual en el sentido que los más pragmáticos —y realistas— del partido querrían. Mala pieza en el telar.