Ayer no fue fácil pronunciar la frase más inteligente de todas, se oyeron tantas, antes, durante y después del juicio a los doce del patíbulo. Con tanta verbosidad, lo cierto es que fue una competición pugnaz y carnicera, pero al final ganó quien tenía que ganar, el mejor de todos, el más listo, el maestro de las palabras, su murciana señoría Teodoro García Egea, secretario general del PP. El patricio mediterráneo abrióse los labios para afirmar con la rotundidad de una salva de cañón que “es el momento de que hable la justicia y de que se calle la política”. Y predicando con el ejemplo lo dijo, lo explicó, lo soltó, ¿verdad?, lo habló, como si dijéramos. Fue un momento tan importante que no se si lo sabré explicar. Ni sé si se entiende que si, en teoría, quien tiene que callar, va y habla, tal vez, lo que se nos está diciendo, subrepticiamente, inteligentísimamente, psiquiátricamente incluso, es que quien tiene que hablar, pues que se calle. Ayer, efectivamente, quien se calló fue la justicia, hasta aquí de acuerdo. Y don Teodoro logró hacer lo que muchos otros políticos llevan años y años intentando hacer. Supo decir simultáneamente una cosa y su contraria. Que aprendan, sobre todo Miquel Iceta o Joan Coscubiela. Este señor tiene estudios, es titulado en Ingeniería industrial y Telecomunicaciones y goza de temible puntería. Es campeón del mundo de lanzamiento de hueso de aceituna mollar chafá, o sea ‘aplastada’ en lengua panocha, bien jugosa de sabor catalán. Estamos ante un murciano universal.
Ayer varias personas proyectaron, propelieron, escupieron artilleramente todo tipo de huesos procedentes de sus respectivas aceitunas mentales. Inés Arrimadas, la hija del policía, en su línea bélica habitual, se quejó de la suspensión, ayer, de ciertas sesiones del Parlament denominándola "toque de queda totalitario" de los independentistas. Mientras que, también ayer, Narcís Serra, el antiguo vicepresidente del Gobierno de España, sin manifestar públicamente ningún tipo de interés por lo que sucedía con la democracia española en el Tribunal Supremo, supo decir que con él se había hecho justicia. Nos quedamos más tranquilos. O sea que, según el tribunal regional de Barcelona, fue justo que mientras Serra se aumentaba abusivamente el sueldo, la caja de ahorros que presidía tuvo que ser rescatada por el Estado español con 12.052 millones de dinero público, con el acompañamiento de un ERE que dejó sin trabajo a 1.200 personas. Al fin y al cabo sólo eran trabajadores. El sueldo del político socialista era, según las fuentes oficiales, de más de 260.000 euros anuales, sólo un poquito más de lo que ganó Lluís Pascual el año 2016 como director del Teatre Lliure. Lo digo porque es cuando comparas las cifras que te das cuenta en qué consiste la izquierda caviar catalana y por qué el españolismo es tan fuerte en Barcelona. Y tan cosmopolita, así cualquiera. En Madrid por operaciones bancarias comparables, como no existe separatismo que valga, otro vicepresidente, Rodrigo Rato, está en la cárcel. Duerme a pocos metros de los presos políticos independentistas que empezaron a juzgar ayer.
Ayer también supimos que parece que fue el comisario Villarejo quien hizo quemar como una tea del edificio Windsor para destruir documentos que habrían acabado con la carrera de Francisco González al frente del BBVA —que hoy con más razón hay que pronunciar en catalán “bé, bé, va”—. Ayer hablaban del fuego del Windsor mientras algunos fumaban un cigarrillo en la desangelada y madrileña plaza de la Villa de París. Hablaban del fuego como si hablaran de millones, o como si hablaran del agua, de las trampas en las que según ex responsables de la Agencia catalana del Agua, estaría implicado Miquel Roca i Junyent, tal como afirma la Fiscalía Anticorrupción. Parece que la licitación de la gestión del agua en el área metropolitana de Barcelona contemplaba un canon de mil millones de euros durante un periodo de 50 años.
Son doce hombres y mujeres buenos y honrados que serán condenados, sin piedad
Junto a todo este panorama —y que conocimos sólo ayer— resultaba algo ridículo todo aquel teatrillo, la comedia esa del Tribunal Supremo. Son doce hombres y mujeres buenos y honrados que serán condenados, sin piedad, a largas condenas de prisión sólo para intentar llevar a cabo el compromiso electoral con la mayoría independentista que les había llevado al poder del Govern de la Generalitat. Ayer todos aquellos jueces disfrazados de solemnidad arnada, con togas negras de dudoso puritanismo, con las puñetas de un blanco sospechoso, todo aquel palacio rococó, aquella cruz vergonzosa que han escondido para que no la vean en Estrasburgo, toda aquella falsa púrpura de Bizancio, eran especialmente siniestros, grotescos. Como lo eran las actitudes serviles de los abogados y su lenguaje fósil y adulador, genuflexo, absolutamente heredado tras siglos y más siglos de agacharse y de lamer culos. Daba mucha pena ver a todos aquellos abogados preparadísimos y sabios que no sólo representan a sus defendidos sino a todo un pueblo tercamente independentista, allí, emitiendo vocecitas dulces, pidiendo la venia, es decir, el favor, la gracia, del señor Marchena, antes de hablar, exhibiéndose, como determina la tradición imperial, como seres inferiores e insignificantes. Todo lo que los abogados dicen lo hacen desde un respeto mayúsculo, ciclópeo, un respeto que en lengua castellana multiplican en plural: “lo digo con todos los respetos, excelentísimos señores”. Dio un poco de lástima la suficiencia de aquellos seis señores acompañados de una señora, de los siete individuos que ayer tuvieron el valor de presentarse ante el mundo como los jueces competentes, como los que se sienten moralmente y legalmente autorizados para juzgar a los prisioneros políticos independentistas. Entre estos jueces hay personas acusadas de tráfico de influencias, ultraderechistas, miembros del Opus Dei, homófobos, todos políticamente situados a la derecha e, incluso, a la extrema derecha de Atila. ¿Estas personas, tan homogéneas entre sí, las tenemos que tomar como representativas de la justicia española, y del Estado español?