Los heraldos de la retirada, de la retirada del independentismo hacia la retrotopía neopujolista, del neoautonomismo de centro-izquierda o de centro-derecha, o simplemente de la comodidad del no-conflicto, están de enhorabuena: Oriol Junqueras le ha cantado las cuarenta a Carles Puigdemont y a Quim Torra desde la cárcel de Estremera. Sin cortarse un pelo. Todo el edificio cruje y amenaza con venirse abajo, aunque los cimientos ―de ahí los gemidos de tanto y tanta farsante―, puede que sean más fuertes de lo que algunos están dispuestos a admitir. Por fin alguien osa abanderar la retirada, ya tenemos un héroe, se dicen, mientras leen y releen la carta del líder de ERC a la militancia republicana, aunque no se sepa hacia dónde vamos. O sí, como decía M. Rajoy.
En política ―como en la vida― hay que tener planes para casi todo, pero aquí, más allá de las legítimas aspiraciones partidarias, no se sabe muy bien qué pretende el héroe o los héroes de la retirada, qué papel quieren hacer o les quieren hacer jugar, lo que solo crea más confusión. No está claro si se plantea que el independentismo asuma colectivamente la presunta derrota, si solo se trata de escenificar un propósito de enmienda, si, en la larga marcha hacia la libertad es ineludible el frenazo, si hay que parar sí o sí para rehacer estrategias y repensar el sueño... o si se trata de lo de siempre, es decir, pura y dura estrategia electoral. Una vez más, suena en la carta de Junqueras la vieja música de la batalla por la hegemonía del soberanismo entre ERC y Convergència ―ahora, en sus diversas mutaciones―, cosa que limita el alcance de sus argumentos.
Junqueras, en la carta leída por el diputado Gabriel Rufián en la conferencia nacional de ERC celebrada en l’Hospitalet de Llobregat, ha alertado contra “las estridencias, las proclamas encendidas y vacías” y los “discursos nacionalistas excluyentes”, en los que ve el camino más rápido “para volver al autonomismo” (imposible no pensar en aquellos famosos tuits y artículos de Quim Torra calificados de racistas o xenófobos); ha pedido trabajar de manera “efectiva” y no “efectista” (imposible no recordar la ruptura formal de relaciones del Govern con la monarquía española o el choque con el embajador español en Washington); ha defendido la necesidad de “interlocutar con todas las formaciones democráticas, de establecer puentes y un diálogo sincero”... (imposible no pensar en un acuerdo de ERC con los comunes y los socialistas ―lo dice Joan Tardà, no yo―). Y ha reivindicado a ERC como “salvadora” del 1 de octubre, no sin afirmar que fue el único partido con su líder en la cárcel ―ahí sigue, por desgracia― en las elecciones del 155 (imposible no pensar en Puigdemont en el exilio de Bruselas, desde donde el 21-D superó en escaños a ERC contra todo pronóstico).
Junqueras ha lanzado una especie de Bad Godesberg del procés a riesgo de dar la razón a sus máximos adversarios
Los heraldos de la retirada, ámbito de confluencia y zona gris en la que se dan la mano el unionismo dialogante con el post-independentismo más trémulo, están de enhorabuena. Junqueras ha lanzado una especie de Bad Godesberg del procés a riesgo de dar la razón a sus máximos adversarios. Y de alejar de ERC a una parte del independentismo que no es precisamente la más intransigente. Esas gentes que, siendo solidarias con su situación, solo ven resentimiento en las reflexiones desde la cárcel del vicepresidente. Pero en fin, así como los socialdemócratas alemanes renunciaron al marxismo en 1959 para ganar elecciones en la pujante Alemania de la posguerra, ERC aparca el unilateralismo indepe para ganar elecciones en la melancólica Catalunya post-procés. Imposible, pese a todo, que no suene a enmienda a la totalidad... de Puigdemont.
En todo caso, serán las bases del independentismo -de las cuales son parte las de ERC o las de JxCat, no al revés-, las que decidirán si ese es el camino a seguir a medio plazo. En el aquí y ahora, el movimiento de Junqueras, su ajuste de cuentas con Puigdemont y Torra, más allá de la legítima discrepancia, debilita políticamente al conjunto del independentismo. Y lo debilita ante unas bases que empiezan a levantar la voz contra la gestión que sus líderes hicieron del 1-0, y no precisamente en la dirección que señala el líder de ERC, pero, sobre todo, lo debilita ante el gobierno del Estado.
Al independentismo y más allá le convendría que la ERC que defendía pisar a fondo tras el 1-O y desde el 21-D apuesta por ralentizar la marcha encontrara el equilibrio en las curvas. Y convendría recordar que Pedro Sánchez es un interlocutor dispuesto a interlocutar sobre todo menos sobre aquello que ha llevado a donde están a Junqueras, Puigdemont y todos los demás.