El llamamiento de Oriol Junqueras a rescatar a ERC de ella misma me ha recordado el famoso best seller Indignaos!: Un alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica (Destino, 2011) escrito por el entonces nonagenario Stéphane Hessel. Publicado el 2010, el libreto se convirtió en el prólogo de aquella revolución de los indignados, una de las revueltas de terciopelo contra el capitalismo de casino del 2011 desatadas después del crac financiero del 2008. El espíritu de revolución sin tirar un papel al suelo se manifestaría también aquí en la revolución de las sonrisas, que dio forma al procés a partir del 2012. Las concentraciones del15-M en la puerta del Sol o las gigantescas marchas independentistas por la Diagonal se dibujaban sobre el telón de fondo del cabreo monumental por los recortes y el terror a una verdadera quiebra de los sistemas de bienestar. En parte, este miedo no ha cesado desde entonces y explica, en buena medida, la ola creciente de odio antiinmigración que recorre Occidente.
Pero volvamos a Junqueras. Decía Hessel que "la facultad de indignación y el compromiso que la sigue" son ni más ni menos que "uno de los componentes esenciales que forman al hombre" (al viejo superviviente de Buchenwald i de la resistencia supongo que la izquierda wokista le perdonó el lenguaje heteropatriarcal). Y que la peor actitud es la indiferencia, el pasotismo. Pues bien, una cosa muy parecida soltó Junqueras en el teatro de la pasión de Olesa de Montserrat, en el acto de presentación de su candidatura Militància Decidim con que aspira a recuperar el control de ERC. "Sé que estáis indignados. La indignación es un sentimiento legítimo. Pero es imprescindible que la transformemos en motor de cambio y de transformación, un fuego que lo renueve todo". El problema es que este fuego, que curiosamente remite al nombre de la candidatura alternativa Foc Nou que impulsa Alfred Bosch, así como la renovación total, la misma que invoca la Nova Esquerra Nacional de Xavier Godàs, la candidatura rovirista, no acaben por incendiar del todo el viejo partido republicano o llevarlo al harakiri en vez de hacia una imprescindible catarsis en el congreso del 30 de noviembre.
La ruptura a navajazos del tándem Oriol Junqueras-Marta Rovira ha derivado en una exhibición casi pornográfica de lo que se cocía y se ventilaba en las salas oscuras desde donde realmente parece ser que se ha gobernado Esquerra durante estos años cruciales para el partido y el país. Las revelaciones periodísticas sobre la estructura paralela conocida como "B" y las durísimas acusaciones de traición lanzadas por Junqueras a Rovira dibujan una ERC que ha dejado de ser el venerable partido de Macià i Companys, siempre sufrido e insobornable en su deleite por Catalunya. ERC ya no es el partido de las "manos limpias". Ahora aparece como una organización ultrasectaria regida desde la sombra por una camarilla sin escrúpulos de ningún tipo. Y es, como ha diagnosticado Rovira, de esta "quiebra ética y moral" de la que tiene que ser rescatada. Junqueras hace bien en apelar a la indignación de los militantes de base de ERC, porque, aunque también podría llevárselo a él por delante, es la única fuerza que ahora mismo late en la angustiada alma republicana.
Junqueras es ahora un Jordi Pujol purgando los pecados de la 'deixa' pero con prisa por redimirse. Y resucitar
El independentismo, y una parte de la izquierda fronteriza entre los comunes y el PSC a la cual Junqueras guiña el ojo con Elisenda Alemany como candidata a la secretaría general, tardará en perdonar a los republicanos. En el fondo, lo más inquietante no son los carteles infamantes contra los Maragall sobre el Alzhéimer o el grotesco muñeco de Junqueras colgado de un puente mientras estaba en la prisión. Lo más preocupante es hasta qué punto, quien decidió las miserables campañas de la B de ERC, influyó en el adelanto de las elecciones o en la entrega del poder a Salvador Illa para morir matando, es decir, para romper las piernas a Carles Puigdemont y frustrar la recomposición de la unidad independentista. En todo caso, será el electorado, no solo los militantes de ERC, quien juzgará y decidirá. No todo acabará en un congreso que Junqueras puede ganar como líder seguramente tan discutible como carismático.
Junqueras habló, y estalló, en el teatre de la Passió de Olesa de Montserrat. La simbología del lugar no es nada baladí. En cierta manera, Junqueras es ahora mismo un Jordi Pujol purgando los pecados de la deixa, aunque, en el caso del dirigente de ERC, los atribuya a otros, pero con prisa por redimirse. La deixa de ERC: la catástrofe electoral, de gobierno, y ahora, de partido, ética y moral. En todo caso, no entra en los planes de Junqueras una penitencia y un calvario de 10 años, como lo que en buena parte se autoimpuso el president a quien Salvador Illa ha abierto ahora las puertas de la Generalitat. Junqueras tiene porque los indignados de ERC le vuelvan a abrir las puertas del templo. Y resucitar.