Lo mejor que pueden hacer Carles Puigdemont y Oriol Junqueras es llegar a un acuerdo para ir a la par hasta que España se avenga a una reforma del Estado que proteja Catalunya de los peligros existenciales que la amenazan. Los dos líderes del procés lo tendrán difícil para poder subsistir si no saben hacerse útiles al país que engañaron el 1 de octubre. Puigdemont no volverá a Catalunya mientras no haya un descalabro que transforme la estructura política española. En cuanto a Junqueras, ha salvado la cabeza por los pelos, pero tendrá que cambiar el estilo de liderazgo y abandonar aquel personaje esférico y profesoral de los tiempos del procés si quiere sobrevivir.
La estrategia de los grandes partidos catalanes de apoyarse en la represión del 155 para doblegar el país a sus necesidades ha fracasado. El PSC gobierna en todas partes y nunca los catalanes habían despreciado tanto a sus dirigentes políticos, ni se habían sentido tan lejos de los partidos de obediencia catalana. En todo Occidente el poder se está reconcentrando y los liderazgos se organizan a través de jerarquías cada vez más descarnadas y más verticales. En Catalunya, sin embargo, las concepciones autoritarias de poder no van a ninguna parte sin mucha violencia, porque el país no tiene un Estado y su gente es especialista en ir tirando sin comulgar con ruedas de molino.
El acuerdo entre Junqueras y Puigdemont se tendría que centrar en defender Catalunya en el frente externo, es decir, en España y en Europa. Los dos partidos han perdido toda la credibilidad para defender la independencia, pero todavía pueden demostrar que son útiles si aumentan el peso de la representación catalana en Madrid con una alianza que rompa los viejos relatos ideológicos y debilite el sistema de equilibrios que sostiene el régimen del 78. Montar una resistencia nacional en España tendría la virtud de presionar a la vez al PSC y a la derecha española, que necesita el apoyo de algún partido catalán para poder volver a la Moncloa. En Bruselas también se podría intentar algo.
Junqueras y Puigdemont pueden empezar a liderar un cierto enderezamiento, pero solo si saben coordinar de verdad sus voces y trabajar por un país más grande del que ellos representan
Una alianza fuerte entre Junqueras y Puigdemont ayudaría a reescribir el relato sobre el procés y tendría la ventaja de dejar margen al independentismo disidente para reorganizar la fuerza interna del Principat. La desazón de los sectores que se opusieron al Régimen de Vichy es esencial para volver a conectar el país con la política y para poder formar cuadros nuevos, que queden fuera del alcance de las estructuras controladas por el Estado. Una alianza entre los viejos partidos del procés, que hiciera la competencia directa al PSC, abriría espacios para crecer y experimentar a otras formaciones más radicales y heterodoxas, pero sin dejar, como ahora, el país al descubierto.
Junqueras y Puigdemont necesitan dar una señal muy clara, casi diría que irreversible, de que han aprendido algo de los desastres de la última década. Los dos líderes procesistas tienen que demostrar que estos años no han pasado en vano, o bien llegarán más muertos que vivos a las siguientes elecciones. Los dos políticos tienen la ventaja de que su marca personal es, ahora mismo, más fuerte que la de sus partidos respectivos. Después de la persecución que han resistido, nadie les puede dar demasiadas lecciones, y tienen mucho más a ganar que a perder.
Con los restos podridos de la vieja política en sus manos, Junqueras y Puigdemont tienen que empezar a pensar el país desde un lugar nuevo, que no recuerde a 1990, sino que apele al 2030. Cada vez estaremos más atrapados entre nuestros miedos y nuestros sueños porque este es el espíritu de los tiempos que vienen. Junqueras y Puigdemont pueden empezar a liderar un cierto enderezamiento, pero solo si saben coordinar de verdad sus voces y trabajar por un país más grande que el que ellos representan, sin hacer demasiado caso de las etiquetas.