Junts afronta este fin de semana en Calella su congreso extraordinario. La mayoría de noticias pondrán el foco en la renovación de algunos cargos y en la normalización de una situación algo peculiar, como el hecho de que el líder indiscutido del partido, el president Carles Puigdemont, fuese hasta ahora un simple militante de base. Con su acceso a la presidencia de Junts, se oficializa lo que era una evidencia. Ahora bien, en este congreso también se pueden sentar las bases de un proceso que debería ir mucho más allá, si Junts pretende recuperar algún día no solo la presidencia de la Generalitat de Catalunya, sino también el espacio central de la política catalana (y no solo del espacio independentista).
Para explicarlo tengo que remontarme unos años atrás, cuando algunas personas del entorno de ERC empezaron a visualizar y a hablar de un horizonte no muy lejano en el que el viejo partido republicano habría alcanzado la hegemonía en el campo independentista y, si bien no sería el único actor de este sector, sí sería su fuerza principal. El objetivo era construir un partido de mayorías, independentista y de izquierdas, capaz de gobernar tan bien Catalunya que fuera capaz de atraer a votantes no específicamente soberanistas. El referente era el Partido Nacional Escocés (SNP), un partido creado en 1934 (solo tres años más tarde que ERC), que tras una larguísima travesía del desierto ganó las elecciones con mayoría absoluta, gobernó Escocia con una cierta solvencia y acordó con Londres un referéndum de independencia, celebrado en 2014. Todo esto fue posible, en buena medida, por el hiperliderazgo de Alex Salmond, fallecido hace pocas semanas. Este plan incluía la sustitución del PSC por parte de ERC como principal partido progresista del país, también en el área metropolitana, y la ansiada destrucción del espacio convergente. Sin embargo, estos sueños se estrellaron contra la realidad y ERC no solo no ha sido capaz de obtener mayorías sólidas en el Parlament de Catalunya, sino que su torpe gestión política y técnica han llevado a la recuperación del poder por parte del PSC y a una contundente derrota electoral, que ha desatado una lucha fratricida largamente incubada, que solo el ejercicio del poder fue capaz de contener.
Con ERC totalmente fuera de combate y la CUP y AC en posiciones hoy marginales, Junts puede aspirar ahora a ocupar el espacio central de la política catalana
Llegados a este punto, y utilizando el mismo referente, Junts tiene ante sí el reto de convertirse en el verdadero Partido Nacional Escocés de Catalunya, es decir, en una fuerza política de mayorías, independentista y socialdemócrata o de centro progresista. La caricatura oficial y la propaganda partidista claman que Junts es un partido de derechas. También lo decían de CDC, pero lo cierto es que la Convergència de Jordi Pujol se inspiraba en la socialdemocracia sueca, con un componente liberal aportado por la gente de Ramon Trias Fargas y con un contrapeso democristiano aportado por UDC. En este sentido, CiU fue el auténtico SNP catalán, razón por la que ganó seis elecciones consecutivas y transformó un país hundido en una tierra de oportunidades, con un buen estado del bienestar y con un horizonte nacional. A diferencia de Junts, sin embargo, CDC era un partido inequívocamente nacionalista, una etiqueta que hoy casi todo el mundo rehúye, pero que tengo la sensación de que muchísima gente reclama y espera. Con ERC totalmente fuera de combate y la CUP y AC en posiciones hoy marginales, Junts, fundado en 2020, puede aspirar ahora a ocupar este espacio y construir un partido independentista transversal, con un amplio espectro ideológico que vaya de la socialdemocracia al liberalismo progresista, pasando por la democracia cristiana, el centrismo y el ecologismo. Esto no será suficiente, porque también deberá demostrar que tiene cuadros y dirigentes capaces de gobernar bien, con un programa transformador, sin complejos y con las ideas claras, y con las clases medias y las familias en el centro de su acción política. Junts necesita un poco más de solvencia y algo menos de selfies.
Si logra este objetivo, Junts podrá acabar definitivamente con el empate permanente con ERC y convertirse en el primer partido nacional del país, el eje central de los soberanistas o la casa grande de los independentistas. Ninguna otra opción política está hoy en condiciones de disputarle esta hegemonía. Por suerte, o por desgracia, alcanzar este objetivo depende casi exclusivamente de Junts, y ya hemos visto en el pasado que no siempre ha tomado las decisiones más adecuadas ni ha puesto a las personas pertinentes en los lugares determinantes. Además, tendrá que reconectar con una parte de su electorado, que no solo se ha quedado en casa, sino que en parte ha votado a otras opciones independentistas y en parte ha votado al PSC. Reconectar con estos votantes hastiados no es tarea fácil, pero es imprescindible si se quiere recuperar la hegemonía y la centralidad. Lo primero que debería hacer es desplegar y explicar cuál es su agenda política, más allá de la independencia, y defenderla desacomplejadamente, incluidas las cuestiones más sensibles, como la lengua catalana, la natalidad, la seguridad, el turismo, la vivienda o la inmigración. Lo segundo que debería hacer es escuchar y observar bien el ecosistema independentista, porque hay corrientes de fondo que no se ven demasiado, pero que podrían dar alguna sorpresa en el futuro. Es decir; mirar más afuera que adentro, escuchar más y charlar menos, incorporar rigor y soltar frivolidad, más trabajo en equipo y menos agendas personales. Si Junts es capaz de hacerlo, y tiene tres años por delante para conseguirlo, quizás pueda ser el Partido Nacional Escocés de Catalunya.