Una tormenta en un vaso de agua. Pero no de agua clara o de Valencia, sino de agua enturbiada por las elecciones en Galicia y la resistencia de Junts a doblegarse ante el PSOE en la negociación sobre la ley de amnistía. Que la propaganda ha sustituido a la información es cosa sabida, y, aunque se constate cada día, es una lástima que sea así. La información partidista no deja lugar a una reflexión seria sobre lo que está pasando. El esperpento es la norma. Les pondré un ejemplo, a raíz de un artículo que leí en el diario Segre de Manuel Campo Vidal sobre Carles Puigdemont. Es la pieza más delirante que he leído en mucho tiempo en un diario catalán.
Quien tiempo atrás fue un periodista afinado y digno, en este artículo lanza comparaciones descabelladas para intentar presentar a Puigdemont como un personaje estrafalario, un enfermo, a la altura del alcalde de Ourense, Gonzalo Pérez Jácome, promotor, según el columnista, de la exacerbación de un “nacionalismo provincial”. También lo compara con Javier Milei, Hugo Chávez, Daniel Ortega, Donald Trump y Elon Musk. ¡Viva la fiesta! Jugando al juego de las comparaciones, Campo Vidal saca a pasear a todos los payasos del mundo para arrastrar a Puigdemont por el fango. Por encima de la comedia, la cuestión de fondo que preocupa al españolista Campo Vidal, que es una pieza más del moribundo régimen del 78, es que Puigdemont es uno de esos políticos cuya actuación condiciona mayorías de gobierno. Recuerdo que en 2003 asistí a un diálogo entre Jordi Pujol y Felipe González en ESADE que moderó Campo Vidal. Entonces no era tan crítico con un Pujol que se pasaba la vida condicionando mayorías. Al fin y al cabo, ¿es que el “peix al cove” pujolista, que los nostálgicos de la normalidad corrupta de antes elogian hoy como quien ha perdido un familiar, no se basaba en eso? ¿Qué ha cambiado?
El diálogo mantenido entre González y Pujol en ESADE se enmarcaba en una jornada para debatir sobre “la grandeza y la miseria de la política” y comenzó con una clase magistral de Manuel Castells, en aquella época un gurú para muchos políticos, incluyendo a Pujol, hasta que su fracasado paso por el ministerio de Universidades lo desprestigió mucho. Aun así, sigue publicando artículos como si jamás hubiera pisado el ministerio, con la misma “confianza” en sí mismo que muestra Pablo Iglesias, que pontifica sobre qué habría que hacer y qué le convendría a la política española y catalana, prescindiendo del hecho, no banal, de que ya lo habría podido hacer desde la vicepresidencia del gobierno. Los dimisionarios de la política —y esto también incluye a Carles Mundó y Santi Vila— no pueden ser nunca los nuevos prescriptores. Si fracasaron como políticos, ¿qué les acredita después para orientar la política? Pero vayamos al meollo del asunto sobre las razones por las que Puigdemont —y por extensión, Junts— provoca las iras del españolismo. ¿Por qué Puigdemont un día es el aliado indispensable y al día siguiente es una especie de tarado mental que desestabiliza la política española con sus delirios de grandeza? Pujol, aunque nunca quiso separarse de España, sino todo lo contrario, también era alabado e insultado a partes iguales. La xenofobia también se expresa de esta manera.
Que el PP no cierre la puerta a un indulto condicionado al expresidente de la Generalitat y a otros dirigentes independentistas, es igualmente revelador de la desesperación del PP
La crisis que el independentismo ha provocado en España es de una profundidad tan enorme que ha hecho reventar las costuras. No solo consiguió poner contra las cuerdas al gobierno del PP, que tuvo que recurrir al PSOE para parar el referéndum con una tremenda represión. El proceso soberanista destapó las podredumbres del Estado, que se defendió —y se defiende— con una policía corrupta y patriótica, por no decir fascista, y con un sistema judicial que, por mor de un españolismo granítico, es capaz de inventarse delitos y desgarrar el Estado de derecho. Este es el punto de partida que nos permite comprender qué es hoy Junts. Jordi Turull pasó más tiempo en prisión bajo un gobierno de Pedro Sánchez que no bajo el gobierno de Mariano Rajoy. Un político a menudo se ve obligado a superar estos, digamos, inconvenientes, pero si de verdad es un político, los tendrá que tener presentes cuando se ponga a negociar con el carcelero. Puigdemont y los presos de Junts han superado el dilema del prisionero a golpe de resistencia. Ni Turull, ni Rull, ni Forn son los mismos políticos que hace unos años. Se han endurecido, son menos blandos. No pueden negar sus orígenes, tampoco hace falta que lo hagan, pero ya no actúan como habrían actuado cuando dirigían CDC con muchas incoherencias.
Junts es un partido independentista con una política de alianzas con Madrid que no tiene nada que ver con la estrategia de Esquerra. Los republicanos, y trataré solo de describir, sin adjetivaciones agresivas, han adoptado una estrategia que es completamente contraria a la que sostuvieron hasta 2017. Se basa en dos premisas muy simples. La primera es que la independencia es por el momento imposible, y por eso hay que ayudar a la izquierda española para conseguir algunas reformas. La segunda es que les gustaría ser tan decisivos en Cataluña como lo son EH Bildu y el BNG en el País Vasco y Galicia. Puesto que Junts no es un partido idéntico al PNB o el PP, ni ideológica ni estratégicamente, la única manera de poder alcanzar el objetivo es insistir en que el partido de Puigdemont es el heredero de Convergència, de la derecha pragmática pujolista, sin darse cuenta de que, si eso fuera cierto de verdad, en estos momentos les superarían cómodamente. Los Campo Vidal y compañía escribirían entonces artículos ditirámbicos a favor de Junts y de la patulea que, como el honorable Carles Campuzano, se han tragado durante años todos los engaños de la política española en nombre de CiU. Esquerra, además, y aquí sí que doy una opinión, ha demostrado ser un partido con muy malos gestores. La gestión de la sequía, la enseñanza, la sanidad y la inmigración lo demuestran. Ha quedado claro que el peor consejero de cualquiera de los gobiernos anteriores era mejor que ninguno de los actuales.
Algunos medios de comunicación ven muchas incógnitas en las revelaciones sobre las conversaciones entre el PP y Junts anteriores a la votación de investidura del jefe del gobierno español. Que el PP haya admitido que la amnistía se puso sobre la mesa al menos durante 24 horas, dice más sobre el PP que sobre Puigdemont. Que el PP no cierre la puerta a un indulto condicionado al expresidente de la Generalitat y a otros dirigentes independentistas, es igualmente revelador de la desesperación del PP. Una vez desaparecido el invento de Ciudadanos, ¿qué le queda al PP para poder derribar al PSOE? O gana las elecciones holgadamente, o bien no tiene salida, porque Junts, como se está comprobando en la negociación con el PSOE, no piensa transigir en lo que considera esencial. Si el PP hubiera aceptado pactar una amnistía, ¿qué habría hecho Junts? No tengo ninguna duda: pactar, pero no por una coincidencia ideológica, sino porque, y es fácil de intuir por qué, seguramente en este momento ya estaría aprobada y la eurodiputada Dolors Montserrat habría tenido que tragarse el veneno catalanófobo hasta morirse.
A diferencia de Esquerra, los pactos de Junts en Madrid no son ideológicos. La relación de Junts con los partidos españoles responde a necesidades prácticas de un independentismo que, digan lo que digan los más radicales, no se ha rendido. Puigdemont no regresará acogiéndose a un indulto. Sería un suicidio político. Aunque el expresidente es un hombre habitualmente silencioso e imprevisible, no es ningún suicida. En Madrid mucha gente desearía que tuviera el final trágico del opositor ruso Alekséi Navalni. Y es que al PSOE y al PP les revienta que a Puigdemont tanto le dé quien mande en Madrid siempre que, quien gobierne, se avenga a negociar una salida digna y democrática a la disputa entre el independentismo y el Estado.