En la siguiente etapa de Junts está, como todo el mundo puede ver, Carles Puigdemont al frente. Luego hay una consolidación de Jordi Turull como secretario general (la sintonía con el president ya se podía constatar en el acto del Arc de Triomf) y un destacable paso de Laura Borràs hacia el área de pensamiento, que algunos dirán que es un paso al costado y ella dirá que es un paso al frente, pero que en cualquier caso es todo un cambio. El acuerdo con Toni Castellà no solo es un abrazo al ámbito de ex-Unió, tal y como, de hecho, intenta abrazar el PSC (aunque con figuras de ese partido mucho más anticuadas), sino que también es un abrazo a la unidad independentista: si desean saber de alguien capaz de unir sensibilidades independentistas diversas, pregunten por Toni Castellà. Y en cuanto a nombres, por último, veremos como la nueva ejecutiva incorpora a figuras llamadas, teóricamente, a obtener cada vez más protagonismo en el ámbito nacional, estatal o municipal. Que estos cambios en el ámbito del “factor humano” se estén ejecutando sin traumas, y sin tener grandes órganos de poder en las instituciones, y al fin y al cabo sin merecer más que un párrafo de este artículo, significa que al menos dentro del independentismo hay un partido en el que la gente no se mata en público y en el que manda alguien.

Pero también hay que hablar del momento en el que se encuentra Junts. El independentismo parlamentario está en proceso de dejar de dar explicaciones, repartir culpas y entonar meaculpas por los errores de 2017, y de ver si puede ofrecer una propuesta nueva. Es un momento parecido al que vivieron el Partido Quebequés o el SNP tras las derrotas en sus referendos, con la diferencia de que en este caso el referendo no se perdió, pero, paradójicamente, la independencia sí. Esta situación coloca al independentismo en el deber moral de corregir esta anomalía, y no puede deshacerse de ella ni aunque quisiera. Ya sea por vías de confrontación (que no son nada inútiles) o por vías más progresivas, o ambas a la vez, Junts debe actualizar su discurso a un momento en el que el viento no sopla precisamente a favor de la causa. Solidez, honestidad y rigor, en contraste con el hámster de la financiación singular o el duende del federalismo. Compaginar la gestión del corto plazo con el gran objetivo solo será posible con liderazgos fuertes, pero también con una gran flexibilidad, es decir, con apertura, por lo que si el PSC está haciendo de “casa grande del españolismo”, Junts necesita erigirse como la “casa grande del independentismo”, donde haya grados, colores, acentos y altura de miras. La alternativa es ser un partido de derechas, simplemente. Pero ya el SNP se envolvió con planteamientos demasiado ideológicos y así le ha acabado yendo.

Si el PSC está haciendo de “casa grande del españolismo”, Junts necesita erigirse como la “casa grande del independentismo”

Junts también tiene el reto de ser un partido de implantación territorial grande, capaz de tener un discurso válido para Girona, pero también para Barcelona, ​​donde necesitará una cintura aún más elástica para adaptar el discurso independentista a una capital de sociología muy compleja. Personas y candidatos aparte, no debería ser tan difícil encontrar un discurso alternativo a la purpurina españolista y sin alma de Jaume Collboni. Barcelona no está condenada a seguir los caprichos de grandes acontecimientos como la Copa América, que se ha gestionado de forma turbia, superficial, lejana e incluso (pese al mar) diría que madrileña. Es necesario que Junts, o alguien, demuestre con palabras y con hechos que el discurso independentista es el verdaderamente cosmopolita, el verdaderamente integrador, el verdaderamente moderno, y que ni Barcelona es cocapital de nadie ni Catalunya comparte la devoción que tiene Salvador Illa por “mejorar España”. Y es que hay que darse cuenta de que ambas cosas van relacionadas: por alguna razón la Copa América vino a inaugurarla el rey en persona, no el delegado del gobierno.

El mensaje independentista debe ser, o volver a ser, la vanguardia. No la nostalgia, o el remordimiento, o el rincón de pensar de los perdedores. El congreso de Junts, y quizás también el de Esquerra (pero este último quizás sí se quede atascado en el primer párrafo), tiene que ser un golpe en la mesa que haga callar a la gente que solo se dedica a deprimir al personal lamentándose de todo lo que no se hizo o los errores que se cometieron. Estamos en el año 2024 y alguien tiene que tomar las riendas de nuevo, asumiendo poder equivocarse y asumiendo las contradicciones que sean necesarias, pero dejando atrás de una vez esta recreación en el pesar y en la pelea interna. Si el liderazgo es suficientemente fuerte, si la capacidad de negociación se mantiene firme y no se hacen regalos ni al PSOE ni al PP, si se encuentra un discurso actualizado al momento y capaz de atender matices ideológicos y territoriales, si aparecen perfiles con prestigio y profesionalidad, y sobre todo si la acción se mantiene tan inconfundiblemente independentista como sólida y honesta, es decir, sin vender motos, pero sin perder la ilusión ni el rigor, el acto de pasar página significará abrir un siguiente capítulo y no cerrar el libro. Lo que puede hacer tambalear a España, más que los discursos coherentes, son los partidos sólidos. Lo que hace bajar la abstención, también.