Era una evidencia que los dirigentes de ERC y JxCat —si no todos, la mayoría— querían la amnistía para poder volver a hacer vida política normal. Y una vez la consigan —que no será fácil, porque la caverna española pondrá tantas trabas como pueda— está claro que muchos de ellos tienen previsto presentarse a las elecciones catalanas que, si nada cambia, todo indica que Pere Aragonès convocará para primeros del 2025, agotando al máximo la legislatura. Es el caso de Carles Puigdemont, de quien Jordi Turull ya ha dado públicamente por hecho que será el candidato de JxCat a la presidencia de la Generalitat.

Es, sin duda, el mejor activo que tiene la formación, pero aun así está tocado por la mala gestión que hizo del resultado del referéndum del 1 de octubre del 2017 y por el fiasco de la ficticia declaración de independencia de los días 10 y 27, la antesala de la marcha al exilio. Un exilio que en parte le ha redimido, sobre todo cuando ha servido para dejar a España en evidencia, pero que en parte también le ha jugado a la contra cuando ha utilizado la confianza y la buena fe de la gente prometiendo que volvería a Catalunya si le votaban y sabiendo que no lo cumpliría, porque si lo hacía, lo detendrían. Y teniendo en cuenta que, como president de la Generalitat, era el máximo responsable de que las cosas salieran bien, no queda claro que el balance final le sea muy favorable. Las urnas, ya que tienen tanto interés en someterse a ellas, dirán el qué. Quizá incluso en competencia con Oriol Junqueras, a quien no sería extraño que ERC acabara designando igualmente para el mismo cometido.

La abstención de un segmento del electorado independentista —el mismo que se quedó en casa en las municipales del 28 de mayo y en las españolas del 23 de julio y que probablemente lo hará también en las europeas del 9 de junio del 2024— sigue siendo ahora mismo el principal hándicap que tendrán que afrontar, si no hay cambios de fondo en las estrategias de los partidos respectivos, que de momento no lo parece, en los próximos comicios catalanes. Tendrán todavía otra dificultad, la posible irrupción de una nueva fuerza, ésta sí de carácter estrictamente independentista, la Aliança Catalana de Sílvia Orriols, que ya va siendo hora de empezar a considerar como una alternativa al actual panorama de rendición y claudicación de la política catalana y que cuanto más denuesten JxCat y ERC, y también la CUP, colgándole la etiqueta de extrema derecha, más mostrarán el miedo que les causa. La formación de Carles Puigdemont, sin embargo, concurrirá al escenario electoral desde una posición bien distinta a la que había ocupado hasta no hace mucho.

JxCat se encuentra, como consecuencia del pacto con el PSOE, heredando el legado no del PDeCAT, sino de la propia CDC, de la que tanto había abjurado

Y no será porque no se haya pasado los últimos tiempos censurando lo que hacían los de Oriol Junqueras y ahora acabe haciendo exactamente lo mismo —pero que naturalmente hará mejor—, sino porque el pacto con el PSOE para permitir que Pedro Sánchez se esté cuatro años más en la Moncloa la ha devuelto a la senda del pragmatismo. El acuerdo ha certificado, efectivamente, el regreso a la política autonomista de la que se había distanciado, aunque sólo fuera de manera formal, prácticamente desde el momento mismo de su existencia. JxCat es, de hecho, un artefacto político que nace en el seno del PDeCAT para que el 130º presidente de la Generalitat pueda presentarse a las elecciones del 155 —las del 21 de diciembre del 2017— y que cuando adquiere vida propia lo hace renegando del heredero de CDC y del legado convergente y pujolista de casi cincuenta años de historia y adoptando una dialéctica de confrontación con todo y con todo el mundo que lo deja prácticamente fuera de juego. Hasta que la carambola de los últimos comicios españoles le abre los ojos y le permite volver a pintar algo, pero siendo consciente de que para hacerlo debe prescindir de la careta beligerante que no le había servido de nada y tiene que abrazar de nuevo el marco de la política española en la que tan bien se habían movido sus ancestros.

Es así que, queriéndolo o sin quererlo, JxCat se encuentra, como consecuencia del pacto con el PSOE, heredando el legado no del PDeCAT, sino de la propia CDC, de la que tanto había abjurado. Un legado que desde la refundación del 2016 había quedado huérfano, porque muy pronto se vio que el PDeCAT era un heredero que no estaba a la altura y porque otros intentos que ha habido de apropiarse de la herencia, como clarísimamente el de ERC, no han funcionado porque, a pesar de las semejanzas, no han acabado de ser lo mismo. Ahora JxCat, en cambio, se apropia plenamente de él y cierra el círculo de la anomalía de estos más de siete años de no saber dónde encontrar la continuidad política de un espacio que lo había sido todo en Catalunya y que no podía ser que de golpe se hubiera fundido como un cubito de hielo en pleno verano. El propio Jordi Pujol bendice que el partido de Carles Puigdemont se haya decantado finalmente por la política práctica —que es justamente la que siempre había practicado él— y se convierta así en el heredero de CDC.

La normalización en clave de política autonomista es tal que JxCat pasa a ser, a partir de aquí, la fuerza que, al igual que ahora habla y se pone de acuerdo con el partido de Pedro Sánchez, en adelante puede hacerlo también con el PP, exactamente igual que había hecho CDC en su día. Por muchos aspavientos que en estos momentos hagan Alberto Núñez Feijóo y su tropa y por mucho que algunos se rasguen las vestiduras porque España se rompe por culpa del 130º president de la Generalitat, cuando llegue la ocasión harán igualmente de la necesidad virtud como ha hecho el PSOE y se sentarán a hablar con él. Quizás hacen ver que no lo saben, porque piensan que es lo que toca para tratar de sacar el máximo redicho posible desde la oposición, pero es lo que sucederá cuando se den las circunstancias. Este es el gran cambio que ha experimentado JxCat y el que se esconde detrás de un pacto con el PSOE que no es en absoluto coyuntural, sino totalmente estructural.

El cambio de orientación ha coincidido, además, con el entierro del PDeCAT, que, tras siete años de una existencia convulsa desde el primer día, es la demostración más clara del error y el fracaso que representó la refundación de CDC, motivada por la voluntad de Artur Mas de poner distancia con Jordi Pujol tras la devastadora confesión de que él y la familia habían tenido dinero ilegalmente escondido en Andorra. Con ello, en cualquier caso, la pifia queda corregida y ahora ya no hay ningún obstáculo para que la línea sucesoria en beneficio de JxCat sea directa. Pero eso también significa, por si alguien todavía no lo había entendido, que el de Carles Puigdemont no es, como no lo había sido CDC, un partido independentista, y es con este bagaje, y no con ningún otro, con el que le esperarán las elecciones catalanas del 2025.