Finalmente, ha pasado lo que tenía que pasar. Tarde, pero ha pasado. La sensación de caída libre (de DEFCON 1, en clave hollywoodiense) en que vivía la candidatura demócrata a las presidenciales norteamericanas a raíz del desastroso debate del 27 de junio se ha resuelto: Biden se retira y traslada su apoyo a la actual vicepresidenta Kamala Harris. A partir de aquí, la duda que aflora es ¿todavía hay tiempo? Es decir, ¿todavía hay margen hasta el 5 de noviembre para revertir lo que todo indicaba que sería una victoria clara del candidato Trump, ungido como una especie de semidiós por sus seguidores después del intento de asesinato fallido en Kentucky del pasado 13 de julio? Es demasiado pronto para saberlo, pero sí que hay algunas claves que nos pueden ayudar a clarificar el nuevo contexto en el cual entramos a partir de ahora.
Por una parte, está la cuestión de la financiación de la campaña. Y no me refiero tanto al hecho de que con la renovación de candidato demócrata se hayan reabierto algunas fuentes de financiación importantes que se estaban restañando los últimos días; sobre todo, las vinculadas al mundo del entretenimiento, las plataformas y de Hollywood. Subrayo el hecho más que significativo de lo que ha pasado las 24 horas posteriores del anuncio de la retirada de Biden, y de su aval a Harris. Y es que la campaña de Harris ha recaudado en un solo día 80 millones de dólares (lo que normalmente recaudaría Biden en casi dos meses). Pero lo que es más relevante es que una parte muy sustancial de estos fondos vienen de pequeñas aportaciones, de microfunding, que, recordamos, fue una de las claves de la victoria de Obama en el 2008. Y lo que aquí interesa, como elemento de análisis, es lo que eso significa de activación y movilización del votante demócrata, que es la clave de lo que pueda acabar pasando con todo. Porque el votante pro Trump ya está del todo movilizado. El interrogante es hasta dónde Harris será capaz de movilizar su potencial campo de votantes.
Una eventual victoria de Trump no solo reforzaría a Putin y complicaría mucho las cosas en Ucrania y, de rebote, en Europa, también en otros frentes más allá del ucraniano
Otro aspecto determinante en las próximas semanas será la elección del ticket de la campaña de Harris, porque en este caso sí que puede marcar diferencia. Trump, en un contexto donde creía que su victoria era incuestionable, escogió al senador Vance, más interesado en aportar "juventud" en su campaña y reforzar el mensaje conservador, que no en ganar espacio en el centro. Harris, por el contrario, necesita ganar peso en el centro, ya que se considera que mientras que su perfil puede movilizar más fácilmente el voto femenino, afroamericano y eventualmente joven; teóricamente, tiene más dificultad en activar el voto clásico blanco y de clase trabajadora y media, y de edad más avanzada.
Veremos si finalmente es o no Josh Shapiro, el gobernador demócrata de Pensilvania (uno de los principales swing states, con unos nada despreciables 19 votos electorales), que, además, podría activar aquella parte del voto judío tradicionalmente demócrata que en los últimos tiempos se ha escorado hacia Trump a raíz de su política más próxima a la de Netanyahu. También se rumorea sobre los gobernadores de Carolina del Norte y de Kentucky e, igualmente, de algún senador de Arizona. Sin embargo, en cualquier caso y, a diferencia de los republicanos, la elección del candidato a vicepresidente por parte de los demócratas sí que puede ser determinante en su campaña.
Todo ello, y en especial la flamante candidata Harris, lo que a buen seguro contribuirá es a que la "guerra cultural" sea todavía más evidente y uno de los ejes en lo que queda de campaña. Dos mundos completamente opuestos que se proponen liderar la que todavía es la principal superpotencia global. Una mujer de ascendencia afroasiática, demócrata y californiana versus Trump, el líder de la agenda iliberal sobre el cual no hay que dar más explicaciones sobre su populismo, personalismo y radicalismo.
Veremos, también, si toda la campaña articulada por el equipo de Trump para desacreditar a Biden con respecto a su edad, se gira ahora en su contra; ya que ahora es Trump el candidato nominado a presidente de los Estados Unidos con más edad de la historia.
Lo que sí que está claro, con respecto a hace 48 horas, es que vuelve a haber partido, y que, a diferencia de la semana pasada, la victoria de Trump no se puede dar por imbatible del todo. Veremos si la nueva apuesta, tardía, de los demócratas podrá dar un giro a la situación actual. Y también veremos como Trump sube el tono de la campaña y como también se incrementa —todavía más— la tensión en la cual vive el país.
Porque no podemos olvidar que en estas elecciones los Estados Unidos se juegan mucho, pero también el resto del mundo. Una eventual victoria de Trump no solo reforzaría a Putin y complicaría mucho las cosas en Ucrania y, de rebote, en Europa, también en otros frentes más allá del ucraniano. Tampoco ayudaría a calmar Oriente Medio, y daría aire a las fuerzas iliberales que van ganando terreno por todas partes. También pondría en riesgo el futuro de la democracia en los propios Estados Unidos, especialmente, después de la reciente resolución de su Tribunal Supremo con respecto a la inmunidad de Trump, una resolución que básicamente daría carta blanca en caso de que de nuevo se convirtiera en presidente. Un Trump con una agenda, esta vez, mucho más preparada y todavía más agresiva que cuando llegó por primera vez, un poco por sorpresa, a la Casa Blanca.
Veremos, pues, si todavía hay partido.