No he visto la película Emilia Pérez, por la que la actriz trans Karla Gacía Gascón ha sido nominada a los Premios Óscar. Estoy convencido —no tengo por qué dudarlo— de que la actuación de García Gascón es merecedora de este reconocimiento. Seguro que el filme también está muy bien. Pero no es de cine de lo que les quería hablar, sino de la polémica que ha estallado en torno a la actriz española (Alcobendas, 1972) a raíz de unos tuits en su perfil de Twitter (ahora X) de hace unos años, pero tampoco no muchos. El jaleo tiene mucho que ver con la política, al menos si la entendemos en un sentido amplio (que, por otra parte, es su auténtico sentido). García Gascón publicó un montón de comentarios de tinte xenófobo y también algunos catalanofóbicos (entre otros: "Invitaron a un independentista catalán a una boda y acabó comiendo solo en una esquina, no podía soportar repartir la comida entre todos"). Esto —quiero decir los comentarios xenófobos, no los que hizo sobre los catalanes— le ha costado una avalancha de críticas —ella afirma que incluso ha recibido amenazas de muerte— y, entre otras consecuencias, ha hecho que Netflix la apartara de la promoción de la película de la que es protagonista. Todo el mundo da por sentado que ha perdido cualquier opción a ganar el Óscar.
El caso García Gascón confirma algo que a algunos a veces les cuesta entender: los estúpidos y la gente que hace cosas vituperables (igual que, por otra parte, la gente encantadora) están muy bien repartidos entre la población. Increíblemente bien repartidos. Hay malas personas de derechas y malas personas de izquierdas. Buenas personas de derechas y buenas personas de izquierdas. Y lo mismo ocurre si hablamos de la gente de centro. Que una persona —sea trans o no— piense y diga burradas, no debería sorprendernos. Como decía, todo está muy bien repartido. El hecho de ser trans no te hace inmune a la necedad. Sin embargo, en esta polémica es como si algunos hayan descubierto el Mediterráneo: se han quedado atónitos por el hecho de que sea una mujer trans —que estoy convencido de que a raíz de su transexualidad ha tenido que vencer muchas dificultades y superar muchos trances amargos a lo largo de su vida— quien se conduzca como un energúmeno. Ser trans no te convierte automáticamente en una buena persona (ni no serlo tampoco, por supuesto). Haber sufrido discriminación o desprecio, ser una víctima del tipo que sea, te hace merecedor de respeto y consideración moral, pero no te da la razón ni convierte mágicamente tus comportamientos en loables. Ya sé que todo esto puede sonar muy elemental, pero —créame, amable lector— de vez en cuando hay que repetirlo.
Ser una víctima del tipo que sea te hace merecedor de respeto y consideración moral, pero no te da la razón ni convierte mágicamente tus comportamientos en loables
El segundo elemento en el que vale la pena detenerse es si, realmente, la industria del cine tiene razón al castigar a la actriz —hasta el punto de perder toda opción al Óscar— por unos comentarios, por otra parte, detestables. ¿Que piense y diga —pensara y dijera— estupideces tiene que influir en su valoración como actriz? Al fin y al cabo, estos premios te los dan por hacer bien tu trabajo, no por tus ideas o por ser una persona de conducta ejemplar. Sí, ya sé que en este momento todo está mezclado y todo va a una, y que el público tiende a no separar mucho al artista de su obra. Pero quizás los académicos sí deberían diferenciarlo, si pueden. Intentar discernir. ¿Que qué pienso yo? Pues, que rechazo completamente los comentarios de García Gascón, pero es injusto —desgraciadamente, quizás también inevitable, soy absolutamente consciente de ello— que estos comentarios le hagan perder —si es que lo podía ganar— el Óscar a la mejor actriz.
Añadido: ¿realmente, creéis que debemos hacer (tanto) caso a lo que diga una actriz sobre los musulmanes o los catalanes? ¿Y a lo que opine un jugador de fútbol sobre Woody Allen o la física de partículas?